«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El incidente catalán

No, a la nación no la van a enterrar los fracasados diálogos de la doña, ni la indolencia del don, ni mucho menos los arrebatos histéricos de la Martínez.

Y dice el presidente que nadie podía imaginar el espectáculo bochornoso del Parlament. Porque no lee La Gaceta, lo dice, y porque no tiene imaginación, también. O quizá está más en el papel del capitán Renault, (es un escándalo, me he enterado de que aquí se juega), mientras le deslizan sus ganancias envueltas en una caja de puros, porque en realidad sólo a los anacoretas podía sorprender la cutre película del miércoles, que llevamos tres décadas de spoilers, coño.

En eso de fingir perplejidad ante lo de sobra conocido se disputan don Mariano y doña Soraya palabras gruesas y acciones tímidas, en plan sujetadme, sujetadme o hago una locura, y hala, reúnen entonces a los subsecretarios para ir todos juntos a llamar a la ventanilla del tecé, como el empollón se rodea de sus nerds y acude al despacho del director a llorar porque le siguen robando el bocadillo. “La democracia ha muerto”, dice la doña, sin que nadie le advierta (para eso pone y quita periodistas) que en determinadas situaciones -y sobre todo en determinadas personas- las poses solemnes sólo acrecientan el ridículo. “La democracia responderá con firmeza, aplomo, serenidad y dignidad”, dice el don, y nadie le pregunta si no era que estaba muerta, aunque lo cierto es que entre el don y la doña han construido la imagen perfecta, porque la democracia de estos reacciona con el aplomo y la dignidad de un zombie, tan convertidas en gusaneras sus instituciones. La “no muerta” tiene que resolver ahora un “incidente de ejecución” pulcramente presentado en los tribunales, que viene a ser como si la gendarmería francesa multara a las divisiones panzer de Guderian por exceso de velocidad. Pero más allá del laberinto leguleyo y burocrático en el que habitan los que son ajenos a las grandes liturgias, lo cierto es que resulta coherente tratar el golpe de estado como un “incidente”, ya que al ataque sangriento de los moriscos en Barcelona le llaman atropello. Para ellos, supongo, Dunkerque fue un día malo de playa.

También ha dicho el presidente que la consulta no se va a celebrar, pero eso ya lo dijo con la de antes, y vaya si se celebró, tanto que Artur Mas anda preocupado porque por aquello le quieren quitar sus ahorros, conseguidos todos con algún esfuerzo y mucha corrupción. En fin, parole, parole parole, mientras la realidad es que una institución del Estado (que eso es todavía el Parlament) acumula alegremente dinamita en los cimientos de una nación tan cansada de sí misma, y sobre todo de sus representantes, que a veces parece que ansía que alguien prenda de una vez la mecha y se vaya todo a hacer puñetas. No tendrán esa suerte, ni los pusilánimes que querrían cobrar en el ministerio sin tener que defenderla, ni sus hijos malcriados, los separatistas, niñatos que en la adolescencia se dedican a atizar a la madre exigiendo dinero para el botellón.

No, a la nación no la van a enterrar los fracasados diálogos de la doña, ni la indolencia del don, ni mucho menos los arrebatos histéricos de la Martínez. Ni siquiera podrá con ella el puto hijo de la Tomasa, que allá en su desierto reviente. No, “España se salvará porque tiene que salvarse” como protestaba Unamuno, con esos argumentos suyos, siempre tan contundentes. Pero el hecho de que se salve -casi mas como una maldición que como un milagro- no resta una micra del dolor y los padecimientos que unos y otros nos van a proporcionar durante largo tiempo.

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