«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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España congresual

el mismo modo que los púgiles que a la espera del próximo combate hacen guantes con un sparring, los políticos profesionales españoles necesitan mantener la forma en los tiempos, cada vez más cortos, que separan las convocatorias electorales. En tal contexto, el periodo de entrevotaciones va quedando colmatado por infinidad de debates televisivos, recuerde el lector el título de aquella obra de Gustavo Bueno: Telebasura y democracia, y por congresos de partido tras los cuales suele salir fortalecido quien partió con mayor ventaja inicial, victoria a menudo legitimada por la aparición de anónimos adversarios ávidos de medro o empujados por una democrática ingenuidad.

Probablemente, el «partido de la gente», ese Podemos que sigue sin poder tomar las riendas de la «patria plurinacional» –Rita Maestre dixit- sea quien más atención ha concitado, pues en su caso, dos eran sus conocidos cabezas de cartel: Pablo (Iglesias) e Íñigo (Errejón), secundadas por sobresalientes de lujo. El lugar escogido fue una plaza de toros desacralizada, la de Vistalegre, donde ya no ofician los herederos de los sacerdotes paleolíticos, donde el tabaco y oro ha sido sustituido por el púrpura transversal. Ello no impidió que desde la arena del coso emergiera, frente a la cúpula dominante, la figura del espontáneo, un dialogante y programático escracheador que fue inmediatamente neutralizado, pues la fuerza de las mareas es ya incapaz de impulsar a nadie hasta los cuadros directivos del partido de las confluencias.

Cerca de allí, en un contexto más británico, el tenístico para el que se levantó la Caja Mágica en la que tantas veces ha ganado el agónico Rafael Nadal evocado por Cospedal, Mariano Rajoy recibía las bendiciones casi unánimes de su partido, fortaleciendo una posición cimentada en gran medida en el adecuacionismo marcado por la demoscopia, pilar fundamental de la democracia de mercado pletórico. Es precisamente la maleabilidad de un partido capaz de entretenerse en discutir si en su logo vuela una gaviota o un charrán, la que le ha permitido superar el mordisco de la corrupción y aplazar sine die, tal y como ya ocurriera con el aborto, la discusión a propósito de la maternidad subrogada. Una comisión de expertos convenientemente seleccionados, ofrecerá una solución que se presenta con forzada asepsia, evocando la tecnocracia con la que se pretendió marcar distancias con la ideología en tiempos pretéritos.

Prietas las filas populares, la mañana dominical ha ofrecido los datos de la votación podemita, tras las cuales aparece un Podemos compactado en torno a la figura de Iglesias, indudable vencedor de lo que se presentó como un duelo que de haberse decantado por el lado de Errejón transformaría, aparentemente, el partido de los círculos. La contundente victoria de Pablo Iglesias y de su equipo más próximo, incluso íntimo, blindado desde hace tiempo, mas abierto a la posibilidad de incorporaciones provenientes de los anticapitalistas de Urban, deja flotando en el ambiente un sordo vae victis, apenas envuelto por la habitual emotividad y los abrazos forzados.

Más allá de la tensión PP-Podemos, esa suerte de bipartidismo de encuesta, queda un difuminado Ciudadanos que ha reforzado el liderazgo de su histórico líder Rivera, incontestable dentro de un partido obsesionado por definir su posición, hasta el punto de hallarla en el Cádiz de 1812 donde cristalizó la izquierda liberal española que apelaba a los españoles de ambos hemisferios. Atrapado en su bizantinismo ideológico, la formación europeísta anaranjada parece estancarse lastrada por la indefinición que en la España actual lleva aparejado el propio término liberal.

Con sus líderes fortalecidos, el último partido en discordia en estos tiempos primariocongresuales, el PSOE, no termina de encontrar a su hombre, o su mujer, en este caso la Susana Díaz que fue designada por Chaves y Griñán para heredar el semillero de votos andaluz, toda vez que el granero catalán fue esquilmado por el catalanismo del PSC y los cinturones rojos de las ciudades mostraron su desengaño. Con una cautela que ha animado a Francisco Javier Patxi López, a disputarle la hegemonía del partido, la prudencia de Susana ha permitido el regreso de un Pedro Sánchez cuyo éxito iba, tal nos parece, aparejado a la victoria del errejonismo. El gris domingo de febrero ha dejado, no obstante, un amargo resultado en Vistalegre. La victoria del agitador y callejero Iglesias y el eclipse de Errejón, amenaza con gripar el motor del coche con el que Sánchez pretendía recorrer su federable España para proclamar a los cuatro vientos su único credo: No es no.

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