«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Explicaciones simplistas a fenómenos complejos

Por Nora Gómez

Hasta los atentados cometidos por Al-Qaeda el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington D.C, el terrorismo islamista era un fenómeno relativamente desconocido por la opinión pública que, sin embargo, generaba inquietudes en el seno de los Servicios de Inteligencia. Ha conseguido, como pocos y a corto plazo, desestabilizar y mostrar las vulnerabilidades de un sistema que, hasta entonces confiaba casi por completo en las estructuras que sustentaban su seguridad. Desde su origen y hasta nuestros días, la seguridad de los Estados se ha visto amenazada por un tipo de terrorismo que, en mi opinión, entraña más peligrosidad que cualquier otro, pues las limitaciones morales desaparecen bajo un pretexto por el cual toda acción violenta goza de una supuesta aprobación divina.

La prevención del terrorismo requiere la identificación y eliminación de sus causas subyacentes, es por ello que sistemáticamente al estallido mediático del terrorismo yihadista han sido planteados numerosos interrogantes ante el por qué del surgimiento de éste.

A menudo se suele relacionar terrorismo con situación socioeconómica, y si bien es innegable que el fenómeno terrorista se aprovecha de una situación de desigualdad social para realizar actividades de proselitismo, adoctrinamiento y captación, una explicación sobre las causas que generan el terrorismo islamista actual basada en un mero análisis socioeconómico resulta inconcluso.

Se tiende a pensar en la pobreza, la marginalidad y la falta de educación académica como las causas únicas y principales de las cuales deriva el terrorismo yihadista y, a pesar de que existen numerosas propuestas que explican la relación proporcional entre pobreza y terrorismo, otros muchos estudios han señalado cómo esta hipótesis no es el único factor explicativo. Paul Smith, profesor de Estrategias de Seguridad en el U.S Naval War College, afirmaba que “no hay relación directa entre pobreza, desempleo y alguien que se convierte en terrorista. Los países de mayoría musulmana más ricos han producido, paradójicamente, un mayor número de terroristas que aquellos más pobres”.

Daniel Pipes, historiador y politólogo especializado en terrorismo y Oriente Medio, manifiesta en su libro Militant Islam Reaches America que “el terrorismo islamista se cultiva mejor en atmósferas de riqueza que en lugares donde prima la pobreza, puesto que son aquellos individuos con altos estándares de vida los más proclives a comprometerse con conflictos de carácter ideológico”. De hecho, si recurrimos a bases de datos, podremos observar como la autoría de numerosos actos terroristas va firmada por individuos de clase media. El caso más icónico lo podemos observar en los terroristas que llevaron a cabo los atentados del 11 de septiembre. El dirigente de los ataques, Mohammad Atta, provenía de una familia egipcia de clase media. Atta estudió arquitectura en la Universidad de El Cairo y, posteriormente, continuó sus estudios en Alemania, en el Instituto de Tecnología de Hamburgo. Satam al-Suqami, otro de los terroristas del 11/9, era estudiante de derecho en la Universidad King Saud de Riad cuando fue reclutado para Al-Qaeda junto a su compañero de habitación, Majed Moqed, también miembro de la célula que atacó el World Trade Center y el Pentágono. Siguiendo esta línea, encontramos otro ejemplo en el ataque al aeropuerto de Glasgow en 2007. De los dos atacantes identificados, uno de ellos, Bilal Abdullah trabajaba como

médico en el hospital Royal Alexandra. El otro individuo, Kafeel Ahmed, era ingeniero y estaba haciendo un doctorado en Dinámica de Fluidos Computacional.

Tratar de descifrar las causas que originan el yihadismo actual no es tarea fácil, puesto que no es un fenómeno monolítico. La amalgama de factores que se mueven alrededor del terrorismo yihadista complican las tareas de prevención y represión del mismo. Comúnmente se cree que las causas del surgimiento del yihadismo giran en torno a la opresión occidental que sufren los países de la región de Oriente Medio y al factor pobreza, y si no es del todo incorrecto, lo cierto es que estas causas no siempre explican el fenómeno yihadista.

Es cierto que la existencia de límites en el progreso socio-económico puede llegar a causar situaciones de violencia política. Un claro ejemplo lo encontramos en el caso del grupo terrorista Boko Haram, la pobreza imperante en el norte de Nigeria facilita a la organización el reclutamiento de nuevos combatientes. Como señalaba anteriormente, los grupos radicales buscan potenciales elementos de afiliación en las capas más vulnerables de la sociedad, y no solo en aquellos países donde la pobreza es generalizada y estructural, sino también en Europa. Sin duda la pobreza, el desempleo o la falta de recursos son factores que pueden dar pie a un proceso de radicalización -el que poco tiene, poco pierde-, pero si queremos ahondar en el fenómeno para encontrar sus causas y neutralizar la amenaza, no debemos tener una visión simplista del mismo. Los terroristas que llevaron a cabo los atentados en Barcelona y Cambrils no se encontraban en una situación de pobreza, tampoco de marginalidad social.

La falta de recursos, los desequilibrios de la sociedad internacional, la marginación, la inexistencia de un sentimiento de pertenencia y el odio a un sistema determinado contribuyen a la aparición de grupos yihadistas. A estos factores debemos añadir las ideas y valores del fundamentalismo islamista, pues sin duda el arraigo y la defensa a ultranza de los mismos causan actos de terrorismo movidos por un fanatismo elevado a su máxima expresión. De esta manera, el miedo deja paso a la rabia cuando descubrimos que actos injustificables de violencia indiscriminada van acompañados de pretextos y convicciones religiosas carentes de moral y escrúpulos.

DOI AICS

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