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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La extravagante muerte política de miss Hope

No se recuperará de esto. Nunca. Será justo o no lo será –aún hay demasiadas brumas en el caso-, pero el hecho es que el “incidente de tráfico” protagonizado por Esperanza Aguirre marca con toda seguridad el final de su carrera política. Sus seguidores, sin duda, podrán disculparle el tropiezo y renovar lealtades, pero el problema es con qué cara se lo cuentan a los otros, a los de la orilla contraria, que han encontrado -¡por fin!- el talón de Aquiles de la berroqueña dama. Ya podemos escuchar nítidamente los tambores de guerra: “Esperanza Aguirre comete una infracción, se encara con la policía, arrolla a un agente y se da a la fuga”. Con menos que esto, el comando Rubalcaba ha montado campañas de acoso y derribo. Además, a la carnaza no va a arrojarse sólo el comando Rubalcaba, sino también el (hoy) mucho más nutrido y lustroso comando Rajoy, que hace tiempo le tiene ganas a la doña. ¡Infracción y fuga! La escena es demasiado gráfica. Cualquiera diría que estamos hablando de un actor borracho o de un futbolista soberbio. Cualquiera.

Hay políticos que caen por graves cosas: corrupciones, crímenes de Estado, desfalcos millonarios, errores letales de gestión… Pero también los hay que caen por estúpidas minucias, y me temo que estamos ante un perfecto ejemplo del caso. Una cámara que inoportunamente te filma mientras discutes acaloradamente con el pescadero, un cigarro fumado en el sitio erróneo, un piropo impropio a una dama equivocada, una copa de más en un escenario demasiado público… ¡qué sé yo! Son cosas que no tienen importancia en un tipo del común, pero que en un político se convierten en crímenes imperdonables. Nadie censuraría a un prójimo por encararse con la policía municipal de Madrid, que tiene bien ganada su triste fama, pero, si lo hace un político, la cosa cambia.

Si al menos el protagonista del suceso hubiera sido alguien menos polémico, menos molesto… Pero no. Ayer mismo, no más, Esperanza Aguirre clavaba otra puñalada de pícaro en el fondón costado de Rajoy reprobando la humillante visita a España de los observadores de la OSCE, que han venido a ver si somos suficientemente demócratas. “Fíjese usted si somos demócratas –podrá contestar ahora cualquier pluma adicta del marianismo- que incluso Esperanza Aguirre es igual ante la ley”. Me imagino el puro que debe de estar fumándose en este momento el presidente del Gobierno. Dicen que el Cohíba Maduro Genios 5 es el mejor del mundo. Pues ese.

Esperanza Aguirre es anglófila hasta la patología. Así las cosas, lo mejor que puede hacer es tomarse el sucedido como si estuviera en una novela de Woodehouse. Lo que le ha pasado parece más propio del atolondrado Bertie Wooster, con el agravante de que esta vez no hay un Jeeves para sacarle del atolladero. Woodehouse, sí. Esto es una novela de Woodehouse. “Miss Hope dejó el automóvil mal estacionado con esa pícara gracia que caracteriza a las hijas de Madrid. Se aproximó al cajero con desenvuelta indiferencia mientras su mente volaba hacia la melancólica  porción de huevos con tocino que le aguardaba en el hogar. Fue entonces cuando aparecieron ellos. Uno, un grandulón con un bigotillo y el tipo de mirada capaz de abrir una ostra a sesenta pasos de distancia. El otro, un sujeto envuelto en unas patillas espesas como un matorral victoriano, ese género de patillas que dan la impresión de haber crecido en un invernadero. Eran policías, Y en el peor momento. Miss Hope lanzó una urgente mirada a su automóvil. Se vio atrapada. Pensó en darse a la fuga. Calculó que tenía tantas posibilidades de huir como las que tendría un hombre ciego y manco en una habitación a oscuras de meterle dentro de la oreja izquierda a un gato salvaje medio kilo de mantequilla fundida, ayudándose de una aguja al rojo vivo…”. Etcétera, etcétera.

Una de las mejores selecciones de textos de Woodehouse se llama “¡Pues, vaya…!”.

Pues eso: “¡Pues, vaya…!”.

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