Sostenía Winston Churchill que el éxito consistía en aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse. Ahí Rajoy no tiene rival.
El resultado del 21D, más allá de la victoria de Ciudadanos y el segundo puesto de Puigdemont, evidencia que cuarenta años de la España de las autonomías, de los privilegios catalán y vasco y de la política educativa del catalanocentrismo han dado sus frutos. Hubo de celebrarse un referéndum ilegal y proclamarse una supuesta república independiente para que Mariano Rajoy acudiera a la Constitución y aplicara el artículo 155.
Apenas habían pasado dos días de la convocatoria de los catalanes a las urnas, cuando desde el PP invitaban a Carles Puigdemont a presentarse a las elecciones. «Que hablen las urnas», decían en el número 13 de la calle Génova como si aquellos que habían llevado España al borde del precipicio estuvieran dispuestos a aceptar la legalidad y regresar a la normalidad política. Ingenuos ellos.
El panorama que se abre ahora en Cataluña es incierto. La estéril victoria de Arrimadas sólo le ha valido para aglutinar las críticas populares y en el bloque separatista, las relaciones entre las tres formaciones son tirantes. Los encarcelados no comprenden la huída de Puigdemont a Bruselas y no comparten sus últimas declaraciones desde la capital de la Europa comunitaria.
No obstante, o cambian mucho las cosas, o la Cataluña sumida en el proceso y conducida por políticos fanatizados incapaces de hacer política de verdad -pagos a proveedores, estado del bienestar, cohesión social…- seguirá exactamente igual que hasta ahora.
Sostenía Winston Churchill que el éxito consistía en aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse. Ahí Rajoy no tiene rival. El presidente del Gobierno tiene la virtud de mantenerse impasible en las tormentas más oscuras y hace unos días abrió la puerta a presentarse a una tercera reelección y aseguró «encontrarse con muchas fuerzas». Seis años en el poder que han servido para traicionar a las víctimas de ETA, validar la ley del aborto de Zapatero y permitir una crisis sin precedentes en Cataluña.
El PP es hoy una fuerza residual en Cataluña y en Génova nadie se atreve a mirar a Moncloa para exigir explicaciones. Los populares, que siempre se anunciaron como la única alternativa al separatismo, han sido incapaces de rentabilizar al escaso electorado contento con la aplicación del 155.
El País Vasco podría ser el siguiente. Los nacionalistas están encantados con las rebajas fiscales y la financiación del Estado, que a través de los Presupuestos ha validado el principio que establece Comunidades Autónomas de primera y segunda categoría. El ‘procés’ catalán comenzó cuando Zapatero miró a la hucha ante las exigencias de Mas y vio que no había más monedas que repartir. Tiempo al tiempo.
Hoy los periódicos disertarán sobre la victoria naranja, el porcentaje de votos o un sistema electoral injusto. Todos tendrán razón. No obstante, la realidad es que la victoria independentista sólo ha sido posible gracias a la inoperancia del Gobierno y al fracaso del Estado durante los últimos 40 años en el ámbito autonómico.