“Describiendo el profeta al varón perfecto, que ha de subir a la vida inconmovible, entre las otras hazañas dignas de un hombre, contó esa de no haber dado su dinero a usura. En muchos pasos de la Escritura se condena este pecado. (…) A la verdad, extremo es de inhumanidad que uno tenga que pedir prestado por faltarle lo más necesario para sostener su vida, y el otro no se contente con el capital, sino que excogite hacer negocio y aumentar su opulencia a costa de las calamidades de los pobres. (…)
Apenas el que viene en busca de un préstamo habla de intereses y deja oír la palabra ‘hipoteca’ o prendas, el avaro baja su entrecejo y sonríe, recuerda la amistad paterna y llama al infeliz familia y amigo. Y ‘vamos a ver –dice- si tengo por ahí algún dinerillo de reserva. Sí, aquí tengo el depósito de un amigo que me prestó por razón de un negocio; pero señaló sobre él unos intereses enormes’.
‘Yo voy a aflojar mucho contigo y te lo daré a más bajo interés’. Con toda esta comedia y con palabras semejantes engatusa y embauca al desgraciado, lo ata con escrituras y, después que a la opresora pobreza le ha añadido la pérdida de la libertad, se despide. (…)
El que tomó dinero se muestra por de pronto espléndido y alegre, se adorna con galas ajenas y hace gala del cambio de vida: la mesa es más abundante, el vestido más lujoso, los esclavos llevan libreas más brillantes, abundan los aduladores y comensales. Los zánganos de las casas no tienen cuento. Mas según el dinero se va escurriendo y el correr del tiempo lleva consigo intereses, ya las noches no le traen descanso, no le brilla el día, no le agrada el sol; la vida se le hace amarga, aborrece los días porque van aprisa hacia el plazo, odia los meses como a padres del interés.
Si duerme, ve en sueños a su acreedor, mala pesadilla que se le asienta sobre la cabeza; cuando se despierta, el interés es para él su primer pensamiento y preocupación. ‘Cuando el acreedor y el deudor se encuentran, el Señor visita al uno y al otro’ (Prov 19, 5). El uno, como un perro, se echa sobre la presa; el otro, que sabe ser caza segura, trata de esquivar el encuentro. Y es que la pobreza le echa un nudo en la garganta. Cada uno lleva una piedrecilla en los dedos, uno que se alegra porque han crecido los intereses, otro gime porque han aumentado sus calamidades. (…)
¿Eres rico? No tomes prestado. ¿Eres pobre? No tomes prestado. Porque tienes dinero abundante no tienes necesidad de préstamos; si no tienes nada, mal vas a pagar el préstamo. No expongas tu vida a una penitencia tardía, no sea venga un tiempo en que tengas por bienhadados los días que precedieron al préstamo. Sólo en una cosa llevamos los pobres ventaja a los ricos, y es que carecemos de cuidados. Nos reímos de que, mientras ellos están desvelados, nosotros dormimos; cuando se levantan, se llenan de preocupaciones, mientras nosotros andamos sueltos y sin ellas. Mas el que debe es a par pobre y está lleno de preocupaciones. Sin dormir por la noche, sin dormir de día, pensativo en todo momento. Unas veces echa cuentas sobre su propia hacienda; otras sobre las lujosas casas, sobre los campos de los ricos, sobre los vestidos de los que salen al paso, sobre la vajilla y enseres de los que le convidan a comer.
Si todo esto fuera mío –piensa-, lo vendería por tanto y cuanto, y me vería libre de la usura. Esto se le asienta en el corazón por la noche, y eso le ocupa el pensamiento durante el día. Si llaman a la puerta, el infeliz deudor se mete debajo de la cama. Si uno echa a correr, a él le palpita el corazón. ¿Ladra el perro? Al deudor le chorrea el sudor, se muere de miedo y mira por todas partes a ver por dónde emprende la fuga. Cuando va a vencer el plazo, ya está el hombre pensando qué mentira echará y qué pretexto inventará para desentenderse del prestamista. No pienses sólo que recibes, sino también que se te reclamará.
No te juntes con una fiera tan fecunda. Dícese de las liebres que paren, crían y se empeñan todo a la par. Así, para los usureros, el dinero se presta, produce y se multiplica todo a la vez. Y es así que apenas has tomado el dinero en la mano, y ya te piden el interés de este mes. (…) Estos engendros de los intereses han de llamarse crías de víboras. Cuentas que las víboras devoran, durante su gestación, el vientre de su madre. Igualmente el interés, apenas nace, empieza a corroer y consumir el patrimonio del deudor”
San Basilio, padre de la Iglesia
Colofón del doctor Luis Saravia de la Calle en el año 1544 sobre los logreros (banqueros que prestan a usura y no respetan el contrato de depósito haciendo un coeficiente de caja)
“Como aquestos logreros tengan al dinero por Dios, ponen este altar del diablo; y la caxa tienen por cáliz del diablo, y a su Dios que es el dinero le tienen envuelto allí dentro con aquellos talegones; sus libros de cuentas son los misales del diablo; sus factores, los ministros del diablo; el corredor, el sacristán del diablo que los llama a logrear al retinte del dinero; los cuales dan dinero a logro son los parroquianos del diablo, y el sacrílego logrero sacerdote del diablo; y así siendo públicos logreros, incurren en las penas contra los tales puestas por los derechos canónico y civil”