«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Invierno demogŕafico: Los españoles caminamos hacia 'un mal final de la vida'

Imagen de las manos de una anciana

El declive demográfico conllevará dramáticas consecuencias en el ámbito afectivo-familiar: el número de familiares cercanos decaerá y la soledad constituirá la tónica general de una senectud que se antojará cada vez más amarga.


A pesar del ominoso silencio guardado a ese respecto por la clase política y mediática, uno de los problemas más acuciantes a que se enfrenta España (y Europa) es el declive demográfico. De este modo, nuestro país está – como el resto del Viejo Continente, que ya hace honor a su apodo – lejos de la tasa de fertilidad necesaria para un reemplazo generacional (2,1 hijos por mujer).
Precisamente en este hecho abunda ‘Consecuencias del declive demográfico’, un informe publicado por la Fundación FAES. En él, el presidente de Renacimiento Demográfico, Alejandro Macarrón, reflexiona sobre la inacción de los políticos españoles ante la crisis de natalidad, explica los más dramáticos efectos de ésta y propone una serie de medidas que podrían contribuir a paliarla.
Quizá uno de los detalles más indignantes en lo que concierne a la crisis demográfica sea la desidia de nuestros gobernantes. De esta manera, ya en los años 80 las estadísticas de natalidad revelaban una tendencia preocupante: de los 2,80 hijos de promedio por mujer en el año 1976, se pasó a 2,04 en 1981 y a 1,56 en 1986. Pero, como explica Macarrón, nadie quiso actuar en consecuencia: ‘El déficit de nacimientos español empezó hace unos 35 años, cuando la fecundidad, que se desplomó desde 1977, perforó a la baja el umbral de reemplazo. Y siguió cayendo año a año durante tres lustros más, hasta alcanzar mínimos mundiales con 1,16 hijos por mujer en 1997. Ese indeseable récord, que también correspondió a España en media entre 1989 y 2014, pasó casi como una anécdota para la inmensa mayoría de los españoles, sus autoridades políticas, y sus grandes referencias intelectuales y mediáticas’.
Las consecuencias de esta inacción – que también podría responder a motivos ideológicos – las padecemos los españoles de hoy y las padecerán, aun con mayor intensidad, los españoles de mañana. A día de hoy, en nuestro país, la tasa de fertilidad es de 1,34 hijos por mujer (más baja incluso que la paupérrima media europea) y se producen cada año más muertes que nacimientos. En algunas provincias, la situación se revela insostenible: en Zamora, por ejemplo, los fallecimientos superan por tres a los alumbramientos cada curso.
Y si todo continuase igual, ¿cuál sería el desenlace de esta tragedia? La extinción: ‘Si los españoles y europeos siguieran indefinidamente con una fecundidad insuficiente, acabarían desapareciendo. Otra cosa es que fueran reemplazados por población foránea, con las ventajas e inconvenientes que ello acarrearía’, señala Macarrón, que lleva años, cual profeta veterotestamentario, advirtiendo de un mal que nadie quiere reconocer.

Camino de una gerontocracia

Estos datos, unidos a una esperanza de vida cada vez más alta, han provocado un notable incremento de la población provecta. Ello lleva a Macarrón a vaticinar la transformación de la democracia en una gerontocracia (de naturaleza distinta, eso sí, a las del pasado):  ‘Nuestra democracia degeneraría en gerontocracia, pero no en el sentido clásico de gobierno de ancianos sabios, sino de hegemonía apabullante de votantes jubilados’.
Asimismo, la crisis demográfica conllevará dramáticas consecuencias en el ámbito afectivo-familiar. De este modo, el número de familiares cercanos decaerá y la soledad constituirá la tónica general de una senectud que se antojará cada vez más amarga: ‘Por esa razón, a comienzos de 2018 se anunció la creación en el Reino Unido de una secretaría de Estado para la Soledad. Y si una de las pocas cosas que tradicionalmente endulzaban la vejez eran los nietos, en España, de seguir las pautas de fecundidad prevalecientes en las últimas décadas, el 50% de los menores de 50 años de nuestro tiempo no tendrán de mayores ni siquiera un nieto’, asevera el presidente de Renacimiento Demográfico.
Este desequilibrio entre la población joven y la anciana abrirá las puertas a la eutanasia, que será presentada por sus impulsores como única vía para reducir el gasto estatal: ‘En el extremo, habrá un riesgo creciente de un mal final de vida, en forma de “eutanasia” involuntaria, o de maltrato por lo caro y duro que es cuidar a ancianos incapacitados, en una sociedad con muchos viejos y pocos jóvenes para crear la riqueza necesaria para cuidar a los más mayores adecuadamente’.
En este sentido, Macarrón recuerda las reveladoras – y oscuras – palabras del ministro de Finanzas japonés: ‘Debería permitirse a los ancianos que se den prisa y mueran, para aliviar así el gasto soportado por el Estado en sus tratamientos’.

¿Puede revertirse la tendencia?

A pesar de que el panorama parezca desolador, la mecha de la esperanza aún no se ha extinguido del todo. De este modo, de acuerdo con Macarrón, los gobiernos europeos aún pueden adoptar medidas efectivas para combatir la crisis demográfica: incentivar la natalidad, promover una inmigración responsable (liberada de tintes buenistas) y emprender una adaptación socioeconómica al envejecimiento social.
Se requieren, eso sí, políticos con sentido nacional, dispuestos a perder un puñado de votos por el bien de su patria.

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