Desde que Abu Bakr al-Baghdadi se autoproclamara califa en junio de 2014 las especulaciones sobre el líder de la organización terrorista han sido numerosas. En junio de 2016 la prensa británica publicó que al-Baghdadi había muerto en ar-Raqqa tras un ataque de la Coalición Internacional en la ciudad siria. Posteriormente, el 11 de febrero 2017 el ejército iraquí lanzó una serie de ataques aéreos en la Gobernación de Anbar. Como resultado de esta incursión murieron 77 miembros de Estado Islámico, entre los que se incluían al menos una decena de altos mandos. Uno de estos ataques iba específicamente dirigido hacia la posición donde, supuestamente, se encontraba al-Baghdadi. Sin embargo, nunca se llegó a verificar si realmente el líder de la organización se encontraba en dicho lugar en el momento del ataque y si, en caso afirmativo, consiguió escapar o resultó fatalmente herido. El pasado mes de marzo, un medio británico y un canal de noticias de Emiratos Árabes, entre otros, lanzaron una información en la que se decía que al-Baghdadi habría emitido un discurso a modo de despedida, admitiendo la derrota de Mosul y ordenando a los combatientes yihadistas restantes a salir de la ciudad cuanto antes. Sobra decir que nunca se confirmó esta noticia, pero nada más ver el titular se podía deducir que la información era bastante inverosímil conociendo los patrones de actuación del quimérico califa.
Es habitual dar por hecho que eliminando a al-Baghdadi Estado Islámico perdería su fuerza motora y, en consecuencia, el grupo estaría destinado finalmente a la evanescencia. Por supuesto, neutralizar a su líder es extremadamente importante, pero desde luego no es el revulsivo definitivo frente a la organización. Estado Islámico no es un grupo terrorista estructurado con una cadena de mando lógica, sino una matriz con profusas franquicias, unidas y hermanadas entre sí por dos factores: una creencia común -la prevalencia del Islam ante todo y la obligada necesidad de volver a la época califal- y un líder espiritual -Abu Bakr al-Baghdadi-. En este sentido, es necesario tener en cuenta que estos dos factores no se contradicen con otro principio: para conseguir ese objetivo compartido todo vale. Tienen asumido que van a haber bajas, incluso es posible que la de su propio líder, lo aceptan sin ningún tipo de turbación, pues son conscientes de que es el precio a pagar y no les importa.
Al igual que la muerte de al-Baghdadi no constituye un paliativo decisivo frente al grupo, la victoria militar sobre Estado Islámico no sería la resolución final del problema. Que militarmente Estado Islámico está perdiendo es indiscutible, tanto como que una vez la derrota definitiva tenga lugar, la organización terrorista no verá el fin, sino una transformación. Esa mutación podría resultar significativamente más peligrosa en términos de seguridad para Europa.
En 2016 Estado Islámico tuvo que afrontar pérdidas territoriales considerables, incluidas áreas y regiones muy valiosas para el grupo. En términos numéricos, abandonaron aproximadamente 18.000km2 de territorio, lo que supondría una cuarta parte del mismo (a esto debemos sumar el 14% de áreas perdidas en 2015). Ramadi, situada al oeste de Irak y retomada en diciembre de 2015 tras una ofensiva de meses de duración, ha sido una de las primeras victorias significativas de las tropas iraquíes y milicias pro-gobierno. Actualmente el foco de actuación está puesto sobre la segunda ciudad de Irak más importante, Mosul. Esta urbe ha estado bajo control de Estado Islámico desde 2014 y ha sido el mayor bastión del grupo en Irak. Desde que en octubre del pasado año se iniciara la campaña para liberar Mosul, una importante fracción de la ciudad -la parte oriental-, ha sido recuperada, siendo probable su íntegra liberación en las próximas semanas. También en Irak, otra ciudad de relevancia tomada por Estado Islámico en 2014 fue Hawija. Esta localidad situada en la Gobernación de Kirkuk es la base de la organización yihadista para su campaña en Bagdad y, probablemente, próximo objetivo de las fuerzas estatales iraquíes.
La campaña militar para retomar ar-Raqqa, virtual capital del autoproclamado Estado Islámico, dio comienzo en noviembre de 2016 a manos de las Fuerzas Democráticas Sirias y combatientes kurdos respaldados por Estados Unidos. Esta ciudad siria es el bastión de mayor transcendencia para la organización, pues representa el núcleo duro de Estado Islámico. Por ello, los combatientes yihadistas pondrán mucha más resistencia y no abandonaran sin luchar hasta agotar sus fuerzas, por lo que su liberación será más difícil y costosa, prolongándose significativamente más en el tiempo.
Sin duda, liberar Mosul o ar-Raqqa del dominio de Estado Islámico, quitarle su base territorial, así como las diferentes fuentes de recursos es el primer paso a seguir, pero ello no será el fin del fenómeno. El terrorismo, en todas sus formas, se caracteriza por ser particularmente oportunista y Estado Islámico no es diferente, ya en su momento aprovecharon las divisiones, el vacío estatal y el caos que reinaba en Siria e Irakcomo consecuencia del entorno socio-político para implementar su maniobra de control de territorio. Una vez se haga efectiva la destrucción territorial de Estado Islámico pueden darse dos circunstancias: 1. Una fracción de los combatientes yihadistas supervivientes volverán a sus países de origen -con los riesgos que ello conlleva para la seguridad nacional de cada Estado-; 2. La parte mayoritaria buscará nuevas tierras de oportunidad y, por cuestiones geopolíticas, lo más probable es que esta reagrupación tenga lugar en la mitad norte de África y especialmente en Libia.
Actualmente ya tienen presencia en este país africano. Durante más de un año, y hasta que fueron expulsados en diciembre de 2016, Estado Islámico ejerció control absoluto sobre Sirte, siendo esta ciudad durante ese tiempo la principal base de la organización yihadista en la región del norte de África. Si bien ya no ejercen control territorial, las mismas marcadas y continuas divisiones políticas que hicieron posible la territorialidad del grupo en el país han facilitado que hoy en día sigan existiendo pequeñas células operando en Libia. Tras abandonar Sirte, Estado Islámico se desplazó a montañas del interior del país y zonas de desierto, donde habitan actualmente. Esta amenaza se localiza especialmente entre las ciudades de Trípoli y Misrata al sur de la franja costera y continúa hasta llegar al desierto al sur de Sirte.
En conclusión, Estado Islámico supo aprovechar la territorialidad en su favor, pero a su vez, aquello que le otorgó ascendencia y notoriedad frente a otras organizaciones de corte yihadista se ha acabado convirtiendo en su mayor debilidad. Cuando Estado Islámico sea derrotado en Siria e Irak el fenómeno no acabará ahí, pues, en ningún caso, la pérdida del control de territorio que actualmente ejerce será consustancial a su desaparición. Conscientes de que en la actualidad el dominio territorial conllevaba ciertos riesgos y debilidades para su causa -idea que viene sosteniendo al-Qaeda desde su origen-, pasarán a operar desde la clandestinidad, siendo más difícil neutralizar la amenaza que puedan presentar.
Hay un hecho evidente, la devastación causada por la guerra en Libia, la falta de una estructura de seguridad férrea en el país, la inexistencia de gobiernos fuertes, la inestabilidad en la región del Norte de África y, en consecuencia, el avance y desarrollo yihadista suponen actualmente una amenaza de extremada relevancia y peligrosidad capaz de poner en juego la seguridad de Europa. Una Europa que no está, pero que se le espera.
Nora Gómez