La Navidad de 1936 sorprendió a cientos de miles de soldados en las trincheras españolas. No era momento de celebración, pero ambos bandos trataron de reflejar, por un instante, la fiesta en mitad de la guerra. Y así lo hicieron.
Una de las estampas más impactantes fue la que se vivió el 24 de diciembre de ese año en el hospital Clínico de Madrid, cuna de los nacionales. Días atrás, varias minas republicanas explotaron en el corazón del hospital y sepultaron a cerca de cuarenta legionarios. Sobre ese escenario de piedras, cascotes y polvo, el padre Huidobro celebró una Misa del Gallo, emotiva y silenciosa. Ante el temor de nuevos ataques, celebraron el oficio a la luz de las velas y entre susurros. Los legionarios trajeron del antiguo asilo de Santa Cristina un altar, una virgen de metro y medio, candelabros y hasta un belén. Según cuenta Peiró SJ en el libro ‘Fernando de Huidobro, legionario y jesuita’, el padre Huidobro «festejó la misa con villancicos y adoración del Niño cuyos piececitos fueron besando muy lentamente todos los miembros de la IV Bandera de la Legión». Tras la misa, el padre también se acercó a dar la comunión a los soldados que estaban de guardia apostillados en las zonas más elevadas del hospital.
La religiosidad de la zona nacional no se repitió en la republicana. Según la prensa de la época, esa Nochebuena los soldados que se encontraban en las avanzadas de Ciudad Universitaria, Parque del Oeste y la Casa de Campo disfrutaron de la cena de miliciano, esto es, una ración extra de comida. Socorro Rojo Internacional repartió en el frente de Madrid más de 20.000 tabletas pequeñas de turrón y mazapanes. Esta institución entregó a cada uno de los soldados de las trincheras de Madrid un kit formado por turrón, ración de frutas, embutidos y algo de tabaco. Junto a los vituperios, iba una felicitación navideña escrita en varios idiomas, destinada a los miembros de las Brigadas Internacionales.
En las trincheras madrileñas de Usera y Carabanchel, los soldados republicanos disfrutaron de una buena comida el 25 de diciembre de 1936. Los periódicos de la época se hicieron eco del menú navideño. Por la mañana desayunaron pan con mantequilla, galletas y café; almorzaron tortilla de jamón, cordero asado con patatas y arroz con leche y cenaron fabada asturiana y carne con guisantes y jamón. Manjares suculentos que hacen dudar si realmente se produjo tal despliegue o fue una maniobra de la propaganda republicana para levantar la moral del pueblo de Madrid, sobre todo teniendo en cuenta el contraste con la celebración de las Navidades del 37. Y es que según publicó el Crónica, para los combatientes sólo hubo una pequeña mejoría en el rancho de campaña, una copa de coñac y algo más de tabaco, y para la población civil, «no hubo más que el potaje de arroz y garbanzos y la botella de agua fresca del menú cotidiano».
El diario describía aquellas navidades madrileñas como «tristes y ascéticas, sin ceremonias, sin Nacimiento, sin pavo y sin turrón, y, sin embargo, Navidades más dignas de lo que rememoran que aquellas otras—tan poco cristianas—de las comilonas celebradas en los hogares y en los restaurantes, en tanto que a las puertas de ellos había tanta gente sin pan y sin fuego».
1937, la Navidad más cruenta
Si el primer año de la guerra fue duro, la Navidad del 37 no fue mejor. En diciembre tuvo lugar la Batalla de Teruel, una de las más cruentas de la contienda, especialmente por las condiciones metereológicas que llegaron a los 15 grados bajo cero. El coronel nacional Domingo Rey D´Harcourt fue el encargado de dirigir la defensa de Teruel, asediada por los hombres de Enrique Líster. Durante la Nochebuena y el día de Navidad de este año se vivieron encarnizados combates dentro de la ciudad. Casa por casa, los atacantes abrían brechas en las paredes o en los suelos con picos y a través de ellas lanzaban granadas de mano.
El mismo día 24, la República conquistaba las posiciones franquistas en la sede del Gobierno Militar y el Hospital de la Asunción, lo que obligó a los nacionales a replegarse en otros edificios. Los soldados combatían el frío de aquella Navidad durmiendo pegados unos a otros para darse calor, incluso abrazados. Pero esto a veces no era suficiente y algunos amanecían congelados.
Durante las navidades, el coronel Rey D’Harcourt logró resistir en Teruel a duras penas. Sin casi munición y con menos de trescientos hombres, el día 7 de enero de 1938 decidió rendirse a los republicanos. Meses más tarde, fue ejecutado junto a algunos de sus oficiales.
Mientras Teruel era un hervidero de sangre y fuego, que diría Manuel Chaves Nogales, en la retaguardia republicana también se producían otras desgracias. El 24 de diciembre, tres falangistas fueron ejecutados en los fosos del Castillo de Montjuic en Barcelona, acusados de actuar como espías contra la República. El Tribunal de Espionaje y Alta Traición de Cataluña fue el encargado de dictar sentencia pese a los intentos de la Cruz Roja Internacional de canjear a los tres sentenciados.
La Navidad tampoco frenó a la justicia franquista, que ordenó ejecutar a Antonio Canales, primer alcalde socialista que tuvo Cáceres entre 1931 y 1934 y también algunos meses de 1936. Se cuenta que murió fusilado el día de Navidad mientras gritaba «Viva la Virgen de la Montaña». Ni siquiera un obispo muy cercano a Franco pudo evitar su fusilamiento.
La última Navidad en guerra
La Navidad de 1938 la guerra estaba prácticamente perdida para el Frente Popular. El hambre era atroz en la retaguardia republicana y las tropas franquistas avanzaban posiciones. Para motivar a los combatientes, el presidente del Consejo de Ministros Juan Negrín dio un discurso por radio el día de Nochebuena dirigido especialmente a los soldados que se encontraban en los frentes de batalla. Su mensaje de aliento no debió ser suficiente, ya que Barcelona cayó pocas semanas más tarde. Fue la última Navidad que España vivió en guerra.