Hace 50 años, en plena guerra fría, el 21 de agosto de 1968 las tropas del Pacto de Varsovia entraban en las calles de la capital checoslovaca poniendo fin a la apertura del régimen comunista que Alexander Dubček había impulsado bajo la denominación de “socialismo con rosto humano”.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la República Popular Checoslovaca no había sido más que un estado títere de la Unión Soviética y, como ocurría con todos los países satélites de la Europa del este, su destino se regía desde el Comité Central del PCUS en Moscú. El poder político se reparte en dos figuras, la del presidente y la del secretario del KSČ (partido comunista checoslovaco) ambas bajo la supervisión formal de la Asamblea Nacional checoslovaca, pero dependientes de la aprobación del Kremlin. No existe pluralismo político ni libertades individuales y todos aquellos elementos considerados parte de la oposición —incluida la Iglesia católica— son suprimidos o reprimidos.
Los principios del marxismo-leninismo dominan la vida cultural y la educación a través de una férrea censura. La propiedad privada se prohíbe y la economía planificada del socialismo real impide el desarrollo de la sociedad civil. El descontento popular con el régimen comunista es una realidad casi desde el primer momento y se intensifica aún más con el nombramiento de Antonín Novotný como nuevo secretario del KSČ en 1953 y, acumulativamente, presidente de Checoslovaquia en 1957. La ruinosa situación económica del país, unida a la corrupción de altos cargos del régimen, conducen a la destitución de Novotný y al ascenso de Dubček en marzo de 1968.
Dubček promueve reformas que hoy nos recuerdan a la Perestroika que 20 años después Mijaíl Gorbachov acometería en la URSS para intentar “salvar los muebles” del régimen comunista. Se intenta modernizar la economía, aunque el Estado seguiría teniendo un papel relevante en su control. Por otro lado, se conceden ciertas libertades individuales y se limita la censura, todo ello, manteniendo al KSČ como partido único.
Desde luego el objetivo de Dubček y el ala reformista del KSČ no era instaurar un régimen democrático, pero sí demandaban autonomía frente al control soviético y un liderazgo nuevo, menos dogmático con los postulados marxistas-leninistas. De hecho, Dubcek garantizó a Brezhnev que no tenía ninguna intención de abandonar el bloque socialista y su fidelidad al comunismo. El historiador Jan Adamec explica que el lema elegido por los reformistas, “socialismo con rosto humano” fue «un muy buen ejemplo de mercadotecnia política», ya que agotadas en Occidente las caducas consignas soviéticas, en él cabían muchas interpretaciones, que iban desde una dictadura comunista con ecos «humanos» hasta una democracia liberal con elementos socialistas, lo que permitiría renovar el atractivo de la ideología de corte comunista. Esta sería la estrategia del eurocomunismo, que, al reconocer la imposibilidad de provocar la revolución en los países capitalistas, rechazó la identificación de los partidos comunistas de la Europa libre con el régimen soviético, y se centró en la búsqueda de la hegemonía cultural según las premisas del pensamiento de Antonio Gramsci.
La Primavera de Praga también convirtió al dramaturgo Vaclav Havel en el disidente más famoso de Checoslovaquia. Sus obras estaban prohibidas…
El problema es que ese atractivo no era tal para los pueblos de los países del Este que habían probado el yugo comunista. En la Checoslovaquia del 68, el ansia de libertad y el descontento con el régimen se coló por las fisuras que permitía la nueva doctrina del “socialismo de rosto humano”, que relajaba el feroz totalitarismo hasta entonces imperante. Se publicaron libros prohibidos, como «Un día en la vida de Iván Deníovich», de Alexander Solzhenitsyn, se permitió la representación de obras de teatro de Havel e Ionesco, se proyectaron películas occidentales hasta entonces imposibles de ver, la gente escuchaba música pop y se produjeron debates en el ámbito universitario con una libertad hasta entonces impensable. Por primera vez se habla públicamente de los abusos y crímenes del comunismo y la televisión se hace eco de las protestas y manifestaciones.
Se convoca una huelga general, los ciudadanos se colocan ante los tanques bloqueando las calles y se construyen barricadas
Intelectuales, como Kundera y Havel, instaron al KSČ a garantizar la libertad de expresión, abriendo camino hacia la libertad. Juventudes y sindicatos comunistas se resienten y se forman nuevas organizaciones no comunistas, como el Club de Comprometidos Sin Partido y la Asociación de Víctimas de la Represión, conocidos respectivamente como KAN y K231, o el Club de Escritores Independientes.
Aunque el Gobierno de Dubček nunca se planteó abandonar la servidumbre comunista, desde el Politburó soviético temían que la situación escapase de las manos del Gobierno de Praga y las demandas populares se desbordasen haciendo caer al régimen, con un peligrosísimo efecto dominó en toda la Europa del Este. Dubček no cede a las presiones del Kremlin para cancelar inmediatamente las medidas aperturistas y la Operación Danubio comienza el 21 de agosto de 1968. Las tropas del Pacto de Varsovia invaden Checoslovaquia y los tanques soviéticos entran en Praga, a mediodía el país estaba completamente ocupado. Dubček y sus ministros fueron apresados e inmediatamente enviados a la Unión Soviética. Espontáneamente el pueblo checoslovaco, pese a que Dubček había pedido a sus compatriotas que no se resistieran, intenta durante 8 días frenar la invasión. Se convoca una huelga general, los ciudadanos se colocan ante los tanques bloqueando las calles y se construyen barricadas. Los praguenses recriminan a las tripulaciones de los carros de combate que repriman al pueblo y dibujan esvásticas en sus torretas, cambian los carteles de las calles para confundir a los soldados… pero lo inevitable sucede, la resistencia pasiva es aplastada. Dubček y los suyos son depurados y se ven obligados a firmar los acuerdos de Moscú que reconocen la legitimidad de la ocupación soviética de Checoslovaquia, arguyendo la existencia de un golpe contrarrevolucionario. Gustáv Husák sucede a Dubček y deshace las reformas llevadas a cabo por su predecesor. La represión comunista durante la invasión costó la vida a 72 checoslovacos y causó 702 heridos.
Aunque la Primavera de Praga finalmente fue reducida por las tropas soviéticas, la resistencia nunca cesó. El 16 de enero de 1969, el estudiante de historia Jan Palach, de 20 años, se inmoló quemándose a lo bonzo en la Plaza de San Wenceslao, en protesta contra la ocupación. Jan Zajíc, siguió su ejemplo el 25 de febrero de 1969. En las semanas siguientes 25 jóvenes más se prendieron fuego, muriendo 6 de ellos. La tumba de Palach se convirtió en un punto de encuentro para los jóvenes y disidentes, por lo que la policía secreta comunista decidió exhumar sus restos y trasladarlos a la ciudad natal de Palach, para intentar borrar su memoria. La noche del 28 al 29 de marzo de 1969 más de medio millón de checoslovacos salieron a la calle de 69 ciudades para festejar la victoria de su equipo nacional de jockey sobre hielo contra la Unión Soviética en el campeonato del mundo, 1.526 manifestantes fueron encarcelados. La represión alcanzó de una manera u otra a todo aquel que participó en la Primavera de Praga. El campeón olímpico, Emil Zatopek fue deportado a las minas de uranio en Jáchymov, tras 6 años, se le permitió regresar a Praga, para trabajar como basurero. Marta Kubisova, la cantante de «Una oración por Marta», que se convirtió en un himno de la Primavera de Praga, fue prohibida en los medios de comunicación.
La Primavera de Praga también convirtió al dramaturgo Vaclav Havel en el disidente más famoso de Checoslovaquia. Sus obras estaban prohibidas, lo que no impidió que fuesen representadas clandestinamente en viviendas particulares, su teatro subterráneo estaba impregnado de crítica contra el régimen. Unos años más tarde ayudó a fundar el movimiento para el cambio democrático Carta 77, documento firmado por unos 300 intelectuales de amplia repercusión internacional en el que se reclama la democratización del régimen y la defensa de los Derechos Humanos. Havel estuvo bajo arresto domiciliario y sufrió diversos periodos en encarcelamiento, al igual que otros firmantes, que perdieron sus trabajos y fueron también encarcelados. La propaganda oficial les acusaba de ser «antipartido, derechistas» y «conspirar junto con otros grupos del exterior contra el socialismo».
En 1989, en plena desintegración del bloque comunista, Havel participó en la fundación del Foro Cívico en el que quedó aglutinada la mayor parte de la oposición. Encabezó la Revolución de Terciopelo, apoyada por una gran movilización popular, que, tras 18 días de manifestaciones pacíficas, consiguió que aquellos brotes de libertad de la Primavera de Praga, por fin floreciesen desmantelando la dictadura comunista.