Sí, es lunes y quizá quede un poco antiguo ya, pero permítanos que compartamos con usted el regocijo por la respuesta del público de los Juegos de Tarragona -ese que según el independentismo estaba seleccionado con saña- a la afrenta de Quim Torra al Rey de España. Esa pitada, esos silbidos… música celestial si no fuera por lo difícil que resulta explicarlo fuera de nuestras fronteras. Pero, en este caso, nos alegramos de haber podido ejercer, al menos, nuestro derecho al pataleo. Que ya habrá tiempo este verano de explicar a los ingleses y alemanes, entre cañas y baños de sol, que Torra no es más que un despistado que representa a poco más de dos millones de españoles. Y que, en total, somos casi 50.
Ya de vuelta a la actualidad más reciente, les hablamos de dos reuniones importantes -y peligrosas-. Una, la del presidente del Gobierno con el lehendakari Íñigo Urkullu en el Palacio de la Moncloa.
La segunda, la del presidente catalán, Quim Torra, con Pablo Iglesias. El de Podemos abandona por unas horas el chalet de La Navata para, suponemos, entregarse a la operación diálogo. Las dos izquierdas -Podemos y PSOE- con los nacionalismos vasco y catalán. De la primera, sabemos que Urkullu reivindicará un calendario para el traspaso de las 37 competencias recogidas en el Estatuto de Gernika pendientes de transferir y también planteará acabar con la “excepcionalidad” de la política penitenciaria tras el fin de ETA. De la segunda, imaginamos que Torra tendrá más éxito con Iglesias a la hora de vender el relato victimista que el que tuvo con el Rey. Pero ya no engaña a casi nadie.
La memoria socialista
Para terminar, un vistazo al pasado que la misma izquierda que medra para romper España se empeña en desenterrar en aras, dice, de la conciliación nacional. Hablamos, claro, de Memoria Histórica y lo hacemos a cuenta, ahora del Valle de los Caídos. Ya saben que la izquierda se plantea, no sólo sacar de allí los restos de Francisco Franco, sino también volarlo. Y quizá hayan visto -y se hayan reído tanto como nosotros- la delirante propuesta de derribar también al Acueducto de Segovia, símbolo inequívoco de la opresión romana. Es algo así como la Tabarnia de la Memoria Histórica. El espejo del ridículo que saca los colores a los creadores de la idea original.
Pues bien; más allá de bromas y chistes, la realidad es que el PSOE plantea, en la versión mejorada de la ley que aprobó la izquierda y que la derecha ha mantenido con regocijo, una peligrosa aventura revanchista que no tiene pinta de ir a hacer demasiado por la concordia nacional: “El juez o tribunal acordará la destrucción, borrado o inutilización de los libros, archivos, documentos, artículos y cualquier clase de soporte”, que no defienda las tesis impuestas de lo que pasó en España del 36 al 39 (y años antes). Se prevé, además, el encarcelamiento y multa de todo aquel que se oponga a la doctrina oficial, e incluso priva de su condición docente a los profesores que no acaten el último de sus extremos, no recatándose siquiera en hablar de “proporcionarles las herramientas conceptuales adecuadas”, es decir, el adoctrinamiento al que deben someterse.
Los mismos que defienden a Valtonyc y su “matad a un puto (sic) guardia civil”, son los que ahora quieren ilegalizar a las asociaciones que hagan apología del franquismo y presentan a la sociedad una ley que exige la absoluta supresión de la menor referencia al bando nacional durante la guerra, individual o colectivamente, que conlleva la retirada de todo símbolo del pasado en cementerios e iglesias, sin excepciones, mientras destina “espacios para los lugares de memoria”. Traducción: todo vestigio de los unos (nacionales) desaparecerá al tiempo que se realizarán homenajes a los del otro bando (frentepopulistas). El objetivo, dicen, es terminar con el “silenciamiento de los vencidos” (sic).
Nada nos gustaría más que poder dejar atrás, de verdad, aquellos años de nuestra historia. De recordarlos sólo como advertencia, como historia viva de lo que pasó y no debe volver a pasar. De cómo el ‘Madrid de Corte a checa’ -y por extensión, toda España- llegó a dividirse, a colocar a hermanos de sangre en lugares enfrentados. A separar a familias. Llevó a España a una guerra civil. Y nadie, ni las víctimas de esa guerra ni los descendientes de esa España merecen -merecemos- recordar solo una parte.