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Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 35
Todas las culturas han deseado conectar con el más allá. Con los seres finados enterrados en un cementerio en nicho o entierra, en cuerpo presente o en cenizas. El diálogo con los difuntos es una necesidad ingeniada para sentir su ausencia y mostrar el amor al padre, a la madre, al hijo, al hermano fallecidos en la paz de Dios hace equis años. La noticia la trae nuestro diario: en Inglaterra fallece una enferma muy adicta a enviar mensajes de móvil. Al ser enterrada le colocan el aparatito dentro de la caja. Antes habían apalabrado con la compañía de servicios telefónicos que ese número no sería dado a nadie nunca más.
Sorpresón mayúsculo se han llevado los familiares cuando tras tres años enviando mensajes a la difunta, ésta con su mismo número responde con un lacónico envío: “Estoy velando por vosotros”. Tras las indagaciones, se ha concluido que la empresa de telefonía ha dado el mismo número a un ciudadano que harto de tantos mensajes fúnebres contesta a todos produciendo un estupor estruendoso.
El más allá, como el más acá, el aquí, nos depara muchas sorpresas. Estamos en unos días previos a la fiesta de Todos los Santos y los Difuntos, fechas en las que los ciudadanos acuden a los cementerios a limpiar las tumbas de sus familiares fallecidos. Esto es una obra de misericordia que la Iglesia Católica fomenta con la liturgia que el inmediato fin de semana celebrará en todos los templos abiertos al culto.
Esto sí es agradable para el alma de los difuntos, quienes necesitan de nuestras oraciones para que el Señor les conceda descansar en el lugar de la luz y de la paz. Además, que ellos, desde donde se encuentren, interceden por nosotros delante de Dios para que los que aún quedamos en este valle de lágrimas caminemos guiados por la luz de la fe y hagamos obras de caridad a favor de los más pobres y necesitados, acciones que nos granjearán disfrutar de la compañía de los familiares difuntos cuando dejemos este mundo en paz y durmamos el sueño eterno.
No es de recibo mezclar la muerte de un familiar con la tecnología, de lo contrario puede ocurrir el suceso comentado. O aquel otro, del que fui testigo directo: Abrieron la caja para despedirse del difunto, antes de meterlo en el nicho. Los operarios de la funeraria cerraron el arcón, los trabajadores del cementerio colocaron al difunto en su nicho, enlodaron son yeso la entrada; salíamos en silencio la comitiva acompañante de la familia, se escuchó un teléfono móvil, y una voz del encargado del entierro: “Vaya, si es mi teléfono”. Se palpó no lo tenía en la chaqueta. Se le había caído en el interior de la caja mortuoria. Tuvieron que romper el enlodado, volver a abrirel arcón y sacar el móvil que no dejaba de gritar con una música latonera. El dueño lo apagó.Silencio.
Tomás de la Torre Lendínez