Creo que era Madrileños por el Mundo, pero no me hagan mucho caso. El expatriado en cuestión, en este caso una señora, explicaba el significado de los adhesivos en forma de lazo solidario que portaban muchos coches en Phoenix, Arizona, y en todo Estados Unidos. Se trataba de muestras de apoyo a los militares norteamericanos destinados en el exterior. Los lazos, casi siempre adornados de barras y estrellas, lucían una orgullosa leyenda: Support Our Troops (apoya a nuestras tropas).
La madrileña hablaba del enorme prestigio social del Ejército en aquél país. Un sentimiento transversal muy próximo a la solidaridad, pues no otra cosa que solidaridad es el patriotismo. Y le contaba al reportero cómo ella misma había sido testigo de emocionantes escenas de agradecimiento en vuelos domésticos, donde veteranos de Irak eran invitados a sentarse en Primera Clase; o en restaurantes donde los servicios prestados en Afganistán eximían de todo pago.
Muchas veces la devoción, siempre el reconocimiento; la cultura castrense es algo profundamente imbricado en la sociedad estadounidense. Principios como la autoridad, la obediencia, el esfuerzo o el sacrificio han configurado su imaginario colectivo. Valores indiscutidos e indiscutibles allí y tantas veces ridiculizados como muestras de primitivismo aquí.
Hace pocos días un fanático asaltaba un tren en la vieja y acomodada Europa. En Francia, para más señas. Y no fueron franceses los que se enfrentaron a él; el personal de abordo echó a correr. Fueron tres de esos ignorantes y primitivos yanquis. De los del patrioterismo infantil el 4 de Julio. De los que sitúan a España en México y han exportado su comida de mierda a todo el mundo. De los horteras que vemos en los aeropuertos y que españoles, franceses o italianos miramos con absurda condescendencia. Los chavales del tren eran, en efecto, tres de esos horteras. Pero mientras los europeos corríamos, ellos, perfectamente desarmados, se abalanzaron sobre el infeliz y le golpearon hasta dejarlo inconsciente. Una cosa de muy mal gusto lo de golpear a un señor, pero que aceptamos como algo intrínseco en la conducta estadounidense.
El aspirante a mártir portaba un fusil de asalto que los pasajeros sólo habían visto en películas. En películas que hacen los americanos para que aquí sepamos qué es un fusil. Los chavales del tren, en cambio, han disparado con él. Y probablemente matado con él. Son militares, son norteamericanos y han salvado a los franceses de un fanático. Otra vez. Como sus abuelos.