«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ojos vigilantes

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Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27

La sociedad camina cada vez al dominio de la vigilancia del ojo del gran hermano, tanto en la intimidad cuando algún  tonto de turno se pega un selfie, lo envía a un conocido que resulta ser un desaprensivo y cuelga ese destape en la Red para general conocimiento de público navegante; como cuando en la vía urbana va el coche en manos de algún listillo que desea llegar antes a donde vaya, sin cumplir las normas de la circulación viaria, se mete por calles de dirección prohibida, donde existen las cámaras lectoras de la matricula, comprobando que no está en la base de datos de coches autorizado a transitar por allí. El ojo es el culpable de ambos desaguisados.

Vivir con un ojo pegado a la espalda de cada individuo es el mito de las grandes y ominosas dictaduras que en el mundo han sido usando una red de soplones y chivatos bien pagados. Cuando todo ser humano nace con un ojo interior que nos vigila, aconseja, remuerde, recuerda, pincha y desestabiliza nuestra persona.

Es el ojo y la voz de la conciencia, quien nos acompaña desde el nacimiento hasta el último minuto vital. Es ese gusanillo, como nos decían, las catequistas de mi infancia, que nos va comiendo la masa gris interior lo que supone que tenemos que acudir a Dios a pedir perdón por nuestros desfalcos morales, o por las acciones hipócritas y teatrales que tantos nos gustan figurar ante los demás que nos tienen como “buenecicos”.

Durante los últimos tiempos la conciencia moral de las personas cristianas de un estado escrupuloso ha pasado a una verea real por donde pisan toda clase de animales, carros, y ciudadanos, y el poseedor de tal ojo vigilante se queda tan pancho.

Lo han dicho muchos predicadores de postín: el peor mal de nuestra época es que hemos perdido la conciencia de pecado individual y colectivo. Ahora nada está prohibido, todo se puede hacer. Nada es pecado, todo es relativo. Menos matar a una persona o robar un banco con un amplio botín, todo lo demás la conciencia no le remuerde a nadie, la gente duerme tranquila y la sociedad es absolutamente relativista.

Con semejantes caracteres en la propia conciencia, el ojo de la presencia de Dios, en el interior de cada uno de nosotros, nada es pecado y todo es bueno hacerlo. Por eso vivimos una etapa de anarquía moral y espiritual profundamente extendida en cantidad de personas que no siente nunca el llamado dolor de los pecados, porque han perdido la sensibilidad de una conciencia recta y bien formada conocedora de la moralidad de los pensamientos, las palabras y las obras. Alegres y confiados caminamos vigilados por ojos técnicos ante los cuales pagamos la multa cuando nos pillan infringiendo una ley. Y alegres pensamos que el ojo de la conciencia, que es el mismo Dios dentro de nosotros, tiene la manga tan ancha como las togas de los abogados sin puñetas.

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