Ā«No olvidemos nunca que nuestro adversario, que se esconde para atacarnos, no nos presente desde el primer momento el mal, sino que despuĆ©s de mostrarnos algĆŗn bien nos lleva poco a poco a un espĆritu de tibieza en el servicio divino y tras esto nos hunde en la disipación y la ruina o apatĆa.
Si existe un tiempo en el cual debemos estar vigilantes de una forma especial es el de nuestros dĆas, pues el mundo, con espĆritu diabólico, favorece y ayuda a los perversos planes, sobre todo dirigidos contra la Iglesia, con el fin de provocar sentimientos antirreligiosos, y asĆ disminuir el prestigio y la reputación respecto a los hombres que la gobiernan, haciendo resaltar todos los defectos, en todos los grados de la jerarquĆa, por lo cual concluimos con el Apóstol: resistid fuertes en la fe. Permaneced firmes en la verdad que se encuentra substancialmente en Jesucristo, a quien Dios Padre ha constituido piedra angular en la edificación de la nueva JerusalĆ©n, la Iglesia Católica, y todo aquel que tenga en Ćl cimentada su Fe no serĆ” confundido. Fuente de gracia para los que son fieles, esta piedra misteriosa se convierte sin embargo en piedra de escĆ”ndalo y de ruina para todos los que pretenden edificar sin ponerla como base en sus sistemas.
Estad alertas, queridĆsimos hijos, y mantened viva la Fe; guardaos de sus enemigos declarados, que han dejado arrinconado en el pasado el carĆ”cter secreto de sus conciliĆ”bulos, y ahora, con banderas desplegadas, se esfuerzan por arrebatar al pueblo su joya mĆ”s valiosa: La Fe; y esto, con sutiles artimaƱas intentan socavar la autoridad de la Iglesia y de sus ministros denunciĆ”ndolos como perturbadores, blanco de todas las sospechas y extremistas, hasta tal punto que no pocos católicos, ingenuos o hipócritas, acaban por admitir todas estas cosas, y se creen cuando les dicen que no se combate a la religión, sino que Ćŗnicamente se quiere liberarla de los abusos que se han introducido, separar la Religión y la polĆtica; no se quiere perseguir a la Iglesia, pero hay que saber ādicen ellos- que no se puede actuar rectamente si se desconoce el espĆritu de los tiempos. Deseamos el bien de los pueblos, afirman, para lo cual nos empeƱamos en la paz de todas las naciones.
Resistid fuertes en la fe, decimos de aquellos cristianos que conociendo sólo superficialmente la ciencia de la Religión, y practicÔndola menos, pretenden erigirse en maestros de la Iglesia afirmando que debe adaptarse a las exigencias de los tiempos, sacrificando para ellos algún punto de la integridad de sus santas leyes; que (erróneamente afirman que) el derecho público de la cristiandad debe mostrarse sumiso entre los grandes Principios de la era moderna, y manifestar esta sumisión ante el nuevo vencedor, incluso la moral evangélica, demasiado severa, debe adaptarse a estas nuevas normas mÔs complacientes y acomodaticias. Finalmente (también sostienen falsamente que) la disciplina eclesiÔstica debe prescindir de sus prescripciones que resultan molestas a la naturaleza humana, para abrir paso al progreso de la ley en la libertad y amor»
Palabras del cardenal Sarto, futuro San PĆo X, en tiempo de Cuaresma.
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