«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Por la reconciliación plurinacional

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Por segunda vez en una semana, el candidato del PSOE propuesto por Felipe VI para ocupar la presidencia del Gobierno de España, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, ha cosechado un nuevo revés, inédito e histórico, que habrá que añadir a la lista de sus hitos personales. Si algún pacto no lo remedia, pacto que estaría, en todo caso, muy alejado de lo que se da en llamar «voluntad popular», en junio de 2016 se volverán a colocar las urnas para tratar desbloquear una situación nunca tan polarizada en el ya largo periodo de la actual democracia coronada. Una monarquía cuya corona ciñe la testa de ese a quien, en un repetitivo guiño a su parroquia, Alberto Garzón se empecina en llamar «Ciudadano Borbón».

En semejante contexto, en medio de esa liza mediática y diaria protagonizada por algunos de los más destacados líderes, todos varones, de lo que el filósofo Tomás García López ha dado en llamar «efebocracia», por ver quién es más «de izquierdas», sin que sepamos si esas «izquierdas» son comunistas, socialistas, anarquistas, o se trata simplemente de un puñado de sicofantes y oportunistas dignos de recibir el clásico apelativo de «socialfascista», parece oportuno exhumar un texto que vio la luz hace sesenta años, en concreto en junio de 1956. Nos referimos, naturalmente, a la Declaración del Partido Comunista de España que llevaba por título: «Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español».

La Declaración se hacía pública veinte años después del comienzo de esa Guerra Civil que sigue estando, he aquí el logro zapateril, en el centro un debate marcado por el sectarismo y la libre e interesada interpretación de unos hechos que buscan conectarse con lo que se da en llamar «la derecha», sin que sepamos muy bien qué pueda significar tal, más allá del más burdo gesto deíctico que siempre apunta a un PP en el que sus irreconciliable enemigos perciben una evidente continuidad con el franquismo.

Sin embargo, la Declaración de un partido en la órbita de la Unión Soviética afinaba mucho más sus análisis de aquel Régimen que comenzaba a mostrar sus primeras fisuras,de lo que lo hoy lo hacen quienes dicen sus herederos: Izquierda Unida y todos aquellos que no pueden dar un paso sin sus anteojeras ideológicas, incluidos muchos historiadores y cultivadores de la Memoria Histórica. A diferencia de quienes estaban vinculados a Moscú, los ardorosos combatientes del franquismo  que operan en esta segunda década del siglo XXI son los mayores interesados en cultivar la visión fijista que los comunistas de la Guerra Fría ya negaban.

En efecto, la Declaración era capaz de insistir en:

 

«[…] la necesidad de cerrar el foso abierto por la guerra civil entre unos y otros, de encontrar un terreno común para impulsar el desarrollo nacional y elevar el bienestar de los españoles.»

 

Al cabo, tanto desde del Este comunista como desde el Oeste capitalista, mientras se ofrecían dos modelos de Estado del bienestar, se observaba con atención la peculiar situación de una España que si bien era anticomunista, no estaba dotada de una democracia homologable con la de mercado pletórico impulsada desde Washington como forma indispensable para encajar en el canon imperialista norteamericano. La democracia orgánica que tenía en la familia católica uno de sus más firmes pilares no casaba bien con los principios evangélicos e individualistas que venían del otro lado del Atlántico.

Dos décadas después de la Guerra, el PCE buscaba, tratando con ello de ganar posiciones, reunificar grupos diversos: comunistas, socialistas, cenetistas y nacionalistas vascos y catalanes; monárquicos, democristianos, liberales e incluso falangistas disidentes.

La variedad de la lista haría palidecer a los rigoristas del pactismo excluyente que, en cualquier caso, siempre podrán decir que los ahora excluidos, el PP, también lo estaban en tal lista, toda vez que los citados se mostraban disconformes en mayor o menor medida con el franquismo oficial del cual el partido de Rajoy sería una continuación. Sin embargo, lo cierto es que la enumeración recién hecha rompe por completo la división maniquea que con tanta reiteración se maneja por parte de nuestros políticos profesionales más izquierdistas, aquellos que a menudo ignoran la diferencia de significado existente entre levantar uno u otro puño.

La lista de los aludidos en la Declaración, al margen de esa división entre lo que cabría llamar políticos derechistas e izquierdistas con relación a la Nación, incluía, como reliquia superviviente de la II República que a muchos, ingenuos aparte, convenía proteger, a los grupos nacionalistas catalanes y vascos, los mismos que hasta hoy mismo han seguido chantajeando a la Nación mientras adoctrinaban a una serie de generaciones que ahora, ahítas de fundamentalismo democrático y extasiadas ante las emanaciones del Mito de la Cultura, se integran en un partido como Podemos, quintaesencia del régimen del 78.

Persiguiendo de manera obsesiva la desigualdad y el más aldeano particularismo, la exigencia de consultas que niegan de facto la soberanía nacional es el único punto que todavía separa a estas corrientes de un PSOE que hace equilibrios para evitar ser superados por aquellos a quienes nutrió.

 

Llegados a este punto, con los españoles convenientemente estabulados en terruños los efebos de la democracia española están dispuestos a colocar urnas por doquier, dejando que algo tan metafísico como «el pueblo», decida, a nivel regional, de qué modo se cuartea España. Mas no se alarme el lector, es tal el poder de seducción de estos predicadores que, una vez autodeterminados, en inconsciente homenaje al Barón de Münchhausen, los territorios antes cautivos de España se podrán reconciliar. De manera plurinacional, por supuesto.

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