Ayer se cumplieron 118 años de la publicación de uno de los textos periodísticos más célebres del mundo: “Yo acuso”. Con este encabezamiento, la carta abierta de Émile Zola -novelista, intelectual próximo a los socialistas radicales- denuncia que el capitán Alfred Dreyfus sufre un castigo injusto por un crimen de espionaje que no cometió. El debate público en Francia se incendia. A Dreyfus lo han condenado por ser judío. El texto de Zola es un acta de acusación contra la Tercera República Francesa. Los conservadores reaccionan. ¿Los conservadores? Esto significa poco si no se introducen matices. A veces, la denominación confunde en lugar de aclarar. En otras ocasiones, directamente engaña.
En la derecha francesa de esa época confluyen tradiciones muy distintas. Hay legitimistas que llevan luchando desde la Revolución. Están los tradicionalistas orleanistas, que reivindican la Monarquía de Julio. Concurren nacionalistas, derechistas revolucionarios… A muchos los une el antisemitismo. Doce años antes de la carta de Zola, Édouard Drumont ha publicado un panfleto titulado “La Francia Judía” y en él se mezclan la judeofobia de raíz cristiana antigua y medieval, el anticapitalismo y el racismo. Es uno de los textos que jalonan el camino a Auschwitz décadas después. La cuestión judía levanta pasiones y debates encendidos. Henri Vaugeois, Maurice Pujo y -de forma decisiva- Charles Maurras impulsan Acción Francesa, sin cuya influencia es incomprensible la Francia del siglo XX. Si la dinamita tuviese opinión, sería la de Maurras. Defiende el antisemitismo de Estado. Propone en 1919 el voto para la mujer en la convicción de que sería más receptiva a las ideas tradicionalistas que propugna el movimiento. Está de moda hablar de la decadencia de Occidente. Spengler publicará su libro en dos volúmenesentre 1918 y 1923. Maurras se opone a la democracia, al régimen parlamentario y a los principios republicanos. Acción Francesa más que un movimiento es un terremoto de consecuencias inimaginables.
Entre sus filas, acoge a gente muy diversa; por ejemplo, a Georges Bernanos y a Robert Brasillach. El primero tomará partido por la II República Española (1938) y será antifascista después de romper con el movimiento en 1932. Brasillach, en cambio, se acercará cada vez más al fascismo -será un admirador de León Degrelle- y terminará en la colaboración después de haber luchado en la batalla de Francia y haber caído prisionero. En Acción Francesa recala, incluso, Jacques Maritain, que lo frecuenta durante algún tiempo. El pensamiento de Maurras, sin embargo, es controvertido. Algunos de sus libros terminan en el Index Librorum Prohibitorum. Hay católicos que se alejan de este círculo que parece atraer la energía como un agujero negro. La herencia de Acción Francesa pervive mucho tiempo. Algunos de sus efectos aún pueden verse por ahí de vez en cuando. Maurras termina encarcelado por colaboracionista, pero es imposible clasificar a sus seguidores en una única categoría.
Uno de los novelistas y autores de ensayo más interesantes de este sector tradicionalista, legitimista y conservador -ahora tal vez se aprecie mejor qué puede significar el término- es Michel de Saint Pierre, sexto marqués de Saint Pierre. Nace el 12 de febrero de 1916. Nueve días más tarde, comienza la batalla de Verdún. No destaca en los estudios, aunque tiene un bachillerato en Filosofía y se gradúa en Letras Clásicas. Busca una vida de aventuras. Se enrola como marinero. Combate en la Segunda Guerra Mundial en la armada y después se une a la resistencia. Es un héroe. Gana la Cruz de Guerra entre otras condecoraciones.
Sin embargo, no es partidario de De Gaulle. ¿Sería excesivo calificarlo de reaccionario? Tal vez no. Defiende la misa en latín. Es un intelectual público, una figura que desde Zola tiene un nuevo significado. Se enzarza en debates religioso-políticos. Está alejado del Vaticano II. Se escapa a las etiquetas. En una Francia que, cada vez más, abraza el espíritu del 68, Michel de Saint Pierre resiste y da voz a una Francia que se niega a desaparecer. Participa en los cursos que imparte el Instituto de Acción Francesa, fundado por el movimiento en 1906. Muere en 1987.
En España es conocido, sobre todo, por uno de sus libros: “La vida prodigiosa del cura de Ars”, que en 2008 reeditó Homo Legens. Sin embargo, sería injusto circunscribirlo a su dimensión de escritor de temática religiosa. Ya se ha dicho que este autor escapa a las etiquetas. Sus obras se abren a consideraciones políticas de calado. Por ejemplo, escribe una novela publicada en 1970 en la que parece mostrar cierta simpatía hacia el sionismo: “Je reviendrai sus les ailes de l´Aigle”, que por desgracia no se ha publicado en España (que yo sepa). El título traducido sería: “Volveré sobre las alas del Águila”. Desde luego, tiene presente la profecía del regreso del pueblo judío a la Tierra Prometida. Sin embargo, la novela es, al tiempo, una crónica de la resistencia contra los nazis, la Guerra de Independencia de Israel, la del Sinaí y la de los Seis Días. En algunas páginas, Michel de Saint Pierre recuerda al Jean Larteguy de “Las murallas de Israel”, su gran libro sobre el Tsahal, las Fuerzas de Defensa de Israel. No es lo mismo, naturalmente. Saint Pierre no deja de ver la historia del pueblo judío bajo la perspectiva de un católico de Normandía, mientras que Lartéguy está a un paso de ponerse a las órdenes de Moshé Dayan. Sin embargo, Michel de Saint Pierre sí rompe con el tópico de que toda la derecha conservadora francesa es heredera de Vichy y antisemita, una acusación que durante décadas la ha perseguido. Una cita de Elie Wiesel abre el libro entre las de otros autores: “Me siento solo y tengo miedo. Hace falta estar bien ciego para no reconocerlo: la actitud antijudía ha vuelto a ponerse de moda. En este momento de la Historia, el pueblo judío y el Estado judío están indisolublemente ligados. Uno no sabría sobrevivir sin el otro. ¿Cuál es, pues, la solución? Hitler propuso una. Y la quería final. Yo lo recuerdo y tengo miedo”.
Vivimos, por desgracia, un tiempo prolífico en juicios precipitados y consignas simples. El pensamiento conservador europeo es muy complejo y, como Saint Pierre, muchos de sus autores son difíciles de encasillar. Hay que volver a sus textos y dejar que hablen desde las circunstancias en que fueron escritos y hay que hacer silencio para escucharlos.
Saint Pierre puede ser un buen comienzo.