La fecha límite del 30 de junio para cerrar un acuerdo entre el grupo 5+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania) y el régimen iraní sobre su programa nuclear ha llegado sin que las negociaciones hayan alcanzado su culminación satisfactoria, tal como algunos que conocemos bien las técnicas dilatorias y tramposas de los ayatolás de Teherán habíamos predicho. La extensión del período de conversaciones hasta el 7 de julio es una broma de mal gusto que tampoco llevará a nada sustancial. Mientras, la teocracia más cruel que ha conocido la edad contemporánea sigue adelante con sus planes para dotarse de capacidad de destrucción masiva.
El pasado día 2 de Abril en Lausanne el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Mohammad Yavad Zarif, leyó en su lengua una declaración que fijaba los elementos generales del preacuerdo alcanzado con el P5+1. Esta noticia causó gran alborozo en las calles de las principales ciudades de Irán porque la población, harta de sufrir las consecuencias de las sanciones, creyó que se abría el camino de la apertura. Sin embargo, tres meses después, el Líder Supremo Alí Jamenei ha marcado unos requisitos para firmar el texto definitivo y concreto que contradicen o ignoran todo lo establecido hasta el momento, exhibiendo de nuevo su escandalosa mala fe. Las líneas rojas exigidas por Jamenei son: 1) No habrá inspecciones sin aviso previo ni acceso de los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica a instalaciones militares 2) Los inspectores de la AIEA no podrán entrevistar a los científicos y expertos iraníes que trabajan en el programa 3) Las actividades de investigación y desarrollo en el ámbito nuclear seguirán inalteradas. Por supuesto, estas no son las únicas cortapisas introducidas por la máxima autoridad del régimen, pero sí son las principales y, según él, innegociables. La conclusión es que el equipo que representa a Irán en sus encuentros con el P5+1 carece de poder para acordar nada porque Jamenei puede cambiar lo que quiera a su capricho. La pregunta que cabe formularse es qué sentido tiene continuar sentados a la mesa si el verdadero interlocutor no está presente y además puede arruinar el trabajo de años sin inmutarse.
En este contexto, es obvio que el régimen iraní no abriga la menor intención de renunciar a sus objetivos estratégicos y que el método del apaciguamiento ha vuelto a fallar. Si Jamenei y sus secuaces aceptaron iniciar negociaciones fue porque ya no podían soportar más la severidad de las sanciones y temían un levantamiento popular provocado por la dureza de los efectos de aquellas en la vida cotidiana de sus ciudadanos. El error de las democracias occidentales en sus tratos con la dictadura religiosa iraní radica en olvidar que sus oponentes no juegan con las mismas reglas. Una parte, la europea y norteamericana, cree que los ayatolás responden a los criterios éticos y diplomáticos convencionales mientras que la otra, la de los fundamentalistas islámicos, aplica la doctrina coránica de que es legítimo mentir y engañar al infiel. El diálogo es así asimétrico y se convierte en una tomadura de pelo en la que John Kerry, Federica Mogherini y compañía hacen el desairado papel de tontos.
El enfoque debe cambiar y adoptar una perspectiva consistente. El programa nuclear es sólo un componente del diseño del régimen iraní. Los otros dos son su intervencionismo descarado en Irak, Siria, Líbano y Yemen y su brutal represión interna de cualquier crítica. De hecho, el entonces Presidente Rafsanjani ya afirmó a principios de los noventa del siglo pasado que la posesión del arma nuclear sería el instrumento para exportar su revolución al conjunto de Oriente Medio. Por consiguiente, es elemental que no van a dejar de perseguir este propósito y que cualquier cosa que rubriquen será papel mojado. Su forma de actuar a lo largo de los últimos dos años lo prueba sobradamente.
La senda a seguir es una combinación de fuertes sanciones económicas y diplomáticas, la permanente denuncia de las bárbaras violaciones de derechos humanos y una posición firme en los tratos sobre el programa nuclear que incluya: a) La ratificación y aplicación del Protocolo Adicional del Tratado de No Proliferación, lo que implica inspecciones sin restricciones de lugar y de tiempo, así como libre acceso a los expertos y científicos involucrados en el programa b) Información completa a la AIEA de todos los aspectos militares del proyecto c) Revelación de los contratos con otros países sobre misiles balísticos, especialmente con Corea del Norte d) Retirada total e inmediata de todo el uranio enriquecido sea cual sea su forma o nivel y e) Continuación de las sanciones hasta la comprobación inequívoca de cumplimiento del acuerdo.
Las concesiones y las medias tintas únicamente consiguen envalentonar a los verdugos del pueblo iraní y reafirmarles en su convicción de que tienen ante sí a pusilánimes a los que pueden impunemente mentir y manipular. Si han sido las sanciones y la determinación las que han conseguido resultados lo aconsejable es mantener lo que funciona y no aflojar hasta conseguir doblegar la voluntad de los fanáticos, que jamás cejarán por las buenas en su intento de imponer sus delirios totalitarios.