«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Sánchez y el «vamos a por todo» del kirchnerismo

4 de mayo de 2024

En los últimos tiempos y acompañando los cambios de humor que se vienen produciendo en la sociedad a nivel global, hay una marcada tendencia al enojo. Hay muchos países donde la gente está enojada con sus representantes en general y en otros, especialmente con sus políticos. Pero paralelamente se produce un hecho curioso: en muchos de ellos, tanto la dirigencia como los ciudadanos coinciden en un estado de extraña beligerancia para con el periodismo.

No es casual en el caso de ciertos burócratas; es lógico que los mayores detractores del trabajo periodístico sean figuras como Nicolás Maduro, Cristina Kirchner, los hermanos Castro, o los líderes de países como Nicaragua o Rusia. Autócratas de todo calibre suelen detestar la tarea de aquellos cuya función social es la de averiguar, preguntar, escudriñar, analizar y opinar sobre hechos de interés público que involucran el desempeño de los funcionarios y sus gestiones. Ellos los detestan porque es la actividad profesional que destapa sus negociados e inconductas.

A pesar de los caminos sinuosos que puedan transitar algunos representantes de la actividad o inclusive algunos medios de comunicación y de sus líneas editoriales, justo es reconocer el desempeño de muchos otros; la prensa ha hecho públicos infinidad de hechos de corrupción, violaciones a los derechos humanos en países arbitrarios, la ausencia de ley o la discriminación y ha impulsado investigaciones de grandes dimensiones. Resulta injusto menospreciar el aporte de la prensa libre a la democracia, a la transparencia y a la libertad por la conducta de alguno de sus integrantes.

Hace pocos días se ha sumado un nuevo detractor a la lista de quienes pretender amedrentar al periodismo: el presidente del Gobierno español Pedro Sánchez quien, velada y no tan veladamente, ha sugerido que es preciso encarar una «limpieza» en ese ámbito.

Vale recordar no solo la cantidad de periodistas de muchas nacionalidades muertos en guerras, últimamente en Ucrania, o en manos del terrorismo islámico, o las investigaciones llevadas adelante sobre ciudadanos asesinados en extrañas circunstancias, como la del disidente Aleksei Navalny en Rusia. En cada una de esas situaciones hubo una o varias vidas en riesgo a cambio de poner luz sobre atrocidades que estaban ocurriendo.

En la Antígona de Sófocles se dice que «nadie ama al mensajero cuando es portador de malas noticias». Y probablemente sea la reacción que está mostrando la sociedad para con el periodismo.

Es cierto que, también por defección de las derechas, se ha permitido el avance de la ideología woke, que se ha apoderado de gran parte del espectro periodístico. Así y todo, el periodismo ventila casos de corrupción alrededor del mundo y arriesga su propia vida por la vocación de decir. Por ejemplo, las largas investigaciones que hicieron muchos hombres de los medios en Argentina hicieron posible las denuncias y una causa judicial que terminó condenando por corrupción a la ex presidente Kirchner o al presidente de Brasil, Lula Da Silva.

Según estudios realizados por organismos de internacionales de mediciones, apolíticos y profesionales, Estados Unidos sigue siendo el mayor defensor de la libertad de prensa en el mundo. Si nos detenemos a reflexionar, no es raro: la libertad fue el valor supremo desde su fundación y, aún con tropiezos, sigue liderando su custodia.

El informe realizado por el Dr Craig T. Robertson, publicado por Reuters y la Universidad de Oxford, señala que existe una gran variación en las críticas a los medios declarada según los distintos lugares. En el extremo superior se encuentran muchos países latinoamericanos, y del sur y el este de Europa: hasta dos tercios afirman estar «muy» o «bastante a menudo» expuestos a las críticas hacia los medios. El pico es Perú y luego la Argentina. El menos interpelado es Japón.

Robertson señala que «dada la influencia que tienen muchos medios, las críticas pueden servir para que los ciudadanos hagan que el poder rinda cuentas. Por otro lado, las críticas también pueden ser injustas y hostiles, y derivar hacia una retórica peligrosa destinada a socavar la libertad de prensa». Y agrega un dato interesante: el segmento más numeroso de donde emanan las críticas al periodismo es el de los políticos.

Ese dato es muy elocuente si se lo relaciona con los índices de corrupción y debilidad de las instituciones de los países mencionados.

El informe también hace alusión al uso de las redes sociales por parte de los políticos y pone de ejemplo al presidente de Colombia, Gustavo Petro, que utiliza la red X para castigar verbalmente a sus críticos.

“A raíz de la retórica contra los medios de parte de políticos populistas y líderes de línea dura, las campañas coordinadas de agresiones pueden verse sobrealimentadas por partidarios en las redes sociales, y así resultan peligrosas y perjudiciales para quienes las reciben. La forma de crítica a menudo injusta y virulenta que se deriva de ello, y que pretende llamar “voces independientes”, puede abrumar a los reporteros y a veces desemboca en violencia real hacia ellos. En estas circunstancias, las críticas se transforman en algo totalmente diferente y peligroso para el periodismo independiente” señala el informe.

En estos casos, la violencia contra los medios es generada desde la cúspide del poder político y no precisamente por razones honorables. La intolerancia y el desprecio por el disenso son una clara señal del perfil ideológico que los inspira y es un dato que las sociedades no deberían descartar.

Lo cierto es que, aún con sus errores, es preciso valorar la existencia de los medios de comunicación y alentar el trabajo de quienes exponen, con independencia, los hechos a la población. Hay una frase atribuida a George Orwell que resume con propiedad el objetivo de la tarea de informar: “El periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique; todo lo demás son relaciones públicas”.

Tal es su importancia que Voltaire sostenía que la libertad de expresión es la base de las demás libertades. De allí su famosa frase «podré no estar de acuerdo con lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo».

El reciente comentario de Pedro Sánchez no es un buen augurio y la sociedad española debería tomar nota con celeridad de cómo empezaron los procesos de cercenamiento de la libertad de prensa en otros países. Muchos entregaron esa valiosa herramienta de la democracia mirando para el costado, rehusándose a reconocer las señales y repitiendo «a nosotros no nos va a pasar».

.
Fondo newsletter