El 24 de enero tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Portugal, en un momento en el que aumenta el índice de muertes por covid-19.
Solo ha votado el 40% del electorado y no fue necesaria una segunda vuelta porque el titular, Marcelo Rebelo de Sousa, de 72 años, obtuvo una clara mayoría. «Marcelo», como se le llama universalmente, es un operador político voluble y accesible. Fue respaldado por los dos partidos que han dominado la política durante los últimos 45 años. Su vehículo, el Partido Socialdemócrata (PSD), nació durante la breve revolución de 1974-1975 que siguió al colapso del régimen autoritario conservador presidido durante mucho tiempo por António de Oliveira Salazar. Esta formación de centro-derecha adoptó un nombre de izquierdas para estar a la altura del espíritu radical de aquellos tiempos.
A estas alturas, el fervor ideológico es prácticamente una cosa del pasado en Portugal. Tanto el PSD como el Partido socialista (PS) están dominados por camarillas que a menudo influyen en los nombramientos burocráticos y llenan las empresas de servicios públicos y los bancos semiprivados de parientes y compinches. Los excesos de la clase política llevaron, en 2011, a la quiebra del Estado. Fue necesario un rescate de emergencia de la Unión Europea para mantener los servicios públicos.
Ventura que la política de inmigración debe decidirse a nivel nacional, no como parte de un marco global más amplio bajo la égida de las Naciones Unidas
El dominio externo ejercido por la UE y el FMI llevó a una mayor transparencia y mejoras en la regulación de las finanzas públicas. Pero una década después, una clase política en gran medida impenitente sigue utilizando el escaso dinero público para proteger del colapso a influyentes entidades financieras.
Durante mucho tiempo, la extrema izquierda fue una crítica fiable de este montaje amoral. Pero desde 2015, tanto el partido comunista como su rival trotskista han sido absorbidos por el sistema de favores y tratos. Han estado apuntalando al actual gobierno socialista a cambio de diversas concesiones.
El casi medio millón de votos obtenidos por Ándre Ventura, un enemigo declarado del sistema portugués de «partidocracia», indica que un número cada vez mayor de ciudadanos está harto. Chega (que significa «suficiente») es el nombre del partido que este abogado de 38 años formó unos meses antes de las elecciones generales de 2019. En esos comicios obtuvo el 1,3% de los votos y un escaño en el Parlamento. El 24 de enero obtuvo casi el 12% de los votos y su partido es ahora probablemente el tercero más grande en Portugal en cuanto a militantes.
Chega ha adoptado una postura combativa contra quienes quieren importar la política de identidad racial de Estados Unidos
Antes de entrar en política, esta figura impetuosa, de habla rápida, se hizo un hueco en el panorama nacional como comentarista deportivo. Ahora reclama un sistema presidencialista elegido que sustituya al tambaleante orden parlamentario portugués, dominado por familias políticas absorbidas por sus propios intereses de grupo. Se dice que estas figuras políticas están por encima de la ley, y muestran poco interés en garantizar un sistema eficiente de ley y orden para los diez millones de portugueses. Ventura espera transformar el sistema político mediante un referéndum sobre la Constitución. Cree que un sistema presidencialista hará que el gobierno responda mejor a las necesidades del pueblo.
Ventura ha sido noticia por sus opiniones sobre diversos temas. El año pasado fue multado con más de 400 euros por la Comisión para la Igualdad y contra la Discriminación Racial de Portugal por afirmar que la comunidad gitana del país dependía de las subvenciones del Estado y no tenía ningún interés en integrarse: dijo que el 90% de los gitanos no se ganaban la vida con un trabajo normal, sino con «otras cosas». Advierte que Portugal está creando futuros problemas con otras minorías crecientes al adoptar un enfoque relajado con respecto a los robos y una actitud permisiva con las costumbres que violan la ley.
Cree que la política de inmigración debe decidirse a nivel nacional, no como parte de un marco global más amplio bajo la égida de las Naciones Unidas. Observa con desaprobación cómo el ex primer ministro António Guterres, secretario general de la ONU, utiliza la pandemia para pedir una forma de gobierno mundial que sustituya al Estado-nación. También ha dejado constancia de su oposición a las «tentaciones hegemónicas» de China, Irán y la UE. Sin embargo, quiere que la OTAN, a la que Portugal se unió como miembro fundador en 1949 (bajo el mandato de Salazar), se mantenga fuerte.
El grueso de sus partidarios se encuentra en Lisboa, en el Algarve, con su industria turística actualmente moribunda
Ha adoptado una postura combativa contra quienes quieren importar la política de identidad racial de Estados Unidos. Este verano, organizó varias manifestaciones en Portugal en torno a los lemas «Portugal no es racista» y «Todas las vidas importan».
En realidad, las cuestiones étnico-religiosas preocupan menos a los portugueses descontentos que las cuestiones de gobierno. El país se ha librado hasta ahora del terrorismo islamista, y los ciudadanos no blancos y mestizos se han integrado bien en él, quizá mejor que en cualquier otro lugar de Europa.
«¡Puedes cambiar de sexo a los 16 años, pero no puedes ir a una corrida de toros! ¿No están en este país las cosas al revés?»
Ventura promueve tanto la política económica liberal clásica como los valores sociales tradicionales. Defiende una serie de medidas para aumentar la tasa de natalidad, actualmente la segunda más baja de Europa. Desea restringir la disponibilidad del aborto en lugar de prohibirlo y se opone al restablecimiento de la pena de muerte (posturas que, según admite, le sitúan en minoría dentro de Chega). No ha adoptado una postura firme sobre el matrimonio homosexual. Pero se ha comprometido a oponerse si Portugal cede ante el ruidoso lobby transgénero. El año pasado declaró en el Parlamento: «¡Puedes cambiar de sexo a los 16 años, pero no puedes ir a una corrida de toros! ¿No están en este país las cosas al revés?».
En más de una ocasión, sus adversarios políticos y sus medios de comunicación aliados han tachado a Ventura de aspirante a sucesor de Salazar. Él ha rechazado la acusación, afirmando que, a diferencia de Salazar, es partidario del desarrollo económico y cree firmemente en las elecciones y la libertad de expresión. Pero, dice, «espero acabar mis días como él: pobre e incorruptible».
«Tenemos que dejar atrás los fantasmas del pasado», insiste, y parece que cada vez más personas están dispuestas a tomarle la palabra. El bastión de Chega no está en el norte rural, antaño profundamente piadoso, que produjo al austero Salazar. Está en el sur, conocido desde hace tiempo por su anticlericalismo, y que fue en 1975 el epicentro de la revolución.
Qué hacer con el astuto e imprevisible Ándre Ventura es probable que preocupe cada vez más a los partidos que ahora pierden legitimidad
El grueso de sus partidarios se encuentra en Lisboa, en el Algarve, con su industria turística actualmente moribunda, y en la provincia intermedia del Alentejo, donde los comunistas reinaron en su día. (Las iglesias evangélicas de estas regiones han canalizado muchos votos hacia su partido).
El origen de Ventura no es muy diferente al de Salazar. Hijo del propietario de una tienda de bicicletas en un barrio acomodado de Lisboa, se formó como sacerdote durante varios años al final de su adolescencia y destacó en los estudios tanto en su país como en el extranjero, obteniendo un doctorado a los 28 años. Aunque Ventura es católico, no ha hecho de su fe parte de su plataforma política.
Cree firmemente en la empresa privada y dice que espera que llegue el día en que un joven suizo o británico, cuando se le pregunte dónde le gustaría ir a vivir y trabajar, diga Portugal. Cree que Portugal tiene una serie de ventajas que podrían convertirlo en «El Dorado» de Europa, y está enfadado con una élite política aletargada y endogámica que desperdicia estas ventajas.
La élite política teme a este tribuno popular irreverente y seguro de sí mismo porque no se deja comprar y tiene un mensaje antisistema que muchos pueden apreciar. Qué hacer con el astuto e imprevisible Ándre Ventura es probable que preocupe cada vez más a los partidos que ahora pierden legitimidad y ven el futuro con aprensión.
Tom Gallagher es profesor emérito de política en la Universidad de Bradford y autor de Salazar: The Dictator Who Refused to Die.
Publicado en First Things.
Traducido por Verbum Caro para La Gaceta de la Iberosfera.