Hay que quitarse el sombrero con la prensa americana, saben hacer bien su trabajo. Este, contrariamente a la impresión que puedan dejarle las películas, no consiste en contarle lo que pasa, sino en narrar una historia que favorezca a sus dueños. Y una parte fundamental de ese papel es pasar por encima de lo extraordinario como si fuera la cosa más normal del mundo y tratar de extraordinario lo perfectamente normal.
El Congreso americano ha votado iniciar el proceso de destitución del presidente, el famoso ‘impeachment’. Hablamos de un presidente que ya ha superado uno de estos procesos y, sobre todo, que termina su mandato en seis días. ¿Tiene esto algún sentido? Recuerda a esos novios/novias que antes de ser abandonados por su pareja prefieren adelantarse: “No me dejas tú, te dejo yo”.
Es raro, no me digan que no. En realidad, todo lo es en el nuevo panorama americano. La patochada del ‘asalto’ al Capitolio, por ejemplo. Los periodistas de campanillas dicen muy serios, en apoyo a su señor, que se ha tratado de un ‘putsch’, de un claro intento de golpe de Estado. Va, en serio, sois periodistas curtidos, sabéis de qué va la vaina; es imposible que os creáis por una milésima de segundo que un actor fracasado entrando en el Senado con una cabeza de búfalo es un intento de tomar el poder del país más poderoso del mundo. Es un chiste, el problema es que nadie se ríe.
Ha habido muertos. Seis, por lo visto. Eso le da una indudable seriedad a los desmanes, aunque los muertos que hemos visto en vídeo -Ashli Babbitt, disparada a bocajarro- no están mereciendo la indignación de nadie, quizá porque no tuvo fortuna eligiendo color de piel. Los disturbios de Black Lives Matter sembraron el terror y la desolación en decenas de ciudades, provocando una veintena de muertos, y los demócratas que hoy ponen los ojos en blanco indignadísimos aplaudían entonces con las orejas, creando fondos para pagar fianzas de los violentos alborotadores detenidos.
La conclusión obvia es que no conocemos la verdad de lo que estamos viviendo, y eso es bastante frustrante. Por ejemplo, no se entiende la postura del indudable protagonista de esta historia, Trump. Sabemos que sabía lo que iba a pasar, porque se pasó meses antes de las elecciones advirtiéndolo. ¿Por qué no hizo nada?
¿Por qué se le ve siempre tan entero, tan tranquilo? ¿No conoce a esta gente, después de cuatro años de trampas, zancadillas y puñaladas por la espalda?
Vemos a la presunta izquierda del ‘No a la Guerra’ y el ‘We Shall Overcome’ alegremente del brazo de los peores ‘halcones’ de Washington, esos tipos que aún no han visto país problemático que no quieran devolver a la Edad de Piedra a base de bombardeos. Pero no hay nada que ver aquí, sigan circulando.
Vemos a los sumos sacerdotes de la Primera Enmienda, esos periodistas activistas que históricamente han visto intentos de censura hasta en la sopa aplaudir a las redes sociales por censurar cualquier opinión discrepante y alabarlas por ‘parar el golpe’. Te tienes que reír.
Vemos a los supuestos adalides del proletariado y del ‘little guy’ alinearse con las mayores empresas, no de nuestro tiempo, sino de toda la historia conocida, y carcajearse de la desposesión del ciudadano vulgar, del trabajador ‘blue collar’, que tiene la estúpida manía de amar su país tal como ha sido hasta ayer mismo.
Estamos ante el primer golpe global de la historia, y ni siquiera me quejo de que lo dejen pasar ni entro por ahora a juzgar si es bueno o malo; pero, al menos, que me dejen contar que está sucediendo.