«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
El interés de la izquierda en que odiemos al presidente Trump

El combate del siglo: Trump contra El País

El presidente de EEUU Trump llega al aeropuerto Internacional de McCarran International en Las Vegas, Nevada . 27 de octubre de 2020. REUTERS/Jonathan Ernst

A veces me he preguntado el porqué de la manía de los medios no americanos, empezando por los españoles, por apoyar encarnizadamente a un candidato en las presidenciales norteamericanas, tirando por la borda cualquier semblanza o simulación de objetividad. De los medios estadounidenses puedo entenderlo, porque quieren influir en los votantes, pero, ¿para qué tanto interés en que el español medio odie a Trump, si no va a influir en el voto en absoluto?

Leo en la cuenta de Twitter de El País, versión cañí del New York Times: “A todo esto, suponemos que sí, pero… ¿conoces bien a los candidatos? Estos perfiles te ayudarán. Donald Trump, el presidente en llamas. Joe Biden, el bombero de EE UU”. Acompañan el texto dos iconos enfrentados, uno de un Trump en llamas, otros de un enmascarado Biden con un extintor a su derecha. Hmmmm… ¿Qué estarán tratando de insinuar de forma tan sutil, leyendo entre líneas?

Quizá sería más razonable, aplicando la navaja de Ockham, concluir que es El País el que espera que sus lectores sean descerebrados

Y luego, claro, viene la sorpresa y el miedo. Porque si Trump es un payaso que solo puede votar un neonazi descerebrado, resulta que el país más rico y poderoso de la tierra está poblado por millones y millones de neonazis descerebrados. Quizá sería más razonable, aplicando la navaja de Ockham, concluir que es El País el que espera que sus lectores sean descerebrados, al menos en este aspecto.

Pero me vale la metáfora, puesta al revés. Al menos en los últimos días, es Biden el que arde, consumiéndose como una cerilla, y Trump quien tiene a su diestra el extintor y del que se espera apague el incendio que se ha extendido por las ciudades norteamericanas. 

O los incendios. Porque en el centro de esta campaña figura un incendio metafórico, el mismo que en nuestro país explota el gobierno Sánchez para arrogarse poderes extraordinarios con la servil aquiescencia del principal partido de la oposición, el PP. Nos referimos, naturalmente, a la pandemia de coronavirus.

Básicamente, hay dos actitudes con respecto al condenado bichito. La primera defiende que nos encontramos ante una terrible peste que se está cobrando un pavoroso número de vidas humanas y la prioridad absoluta del gobierno debe ser acabar con ella, cueste lo que cueste. Todo sacrificio de prosperidad o libertad está justificado: confinamientos sine die, destrucción del tejido productivo, mascarillas en todo tiempo y lugar, distancia social, testeo y vacunación obligatorias y lo que se tercie.

El miedo es libre, y muy, muy eficaz como arma para llevar a las masas por el camino que desee el poder, pero este se está agotando

La segunda está formada por quienes se creyeron eso de que había que “achatar la cuerva” y alegan que está más que achatada, y ahora quieren recuperar su vida. No una ‘nueva normalidad’, sino la de siempre. Estos han asistido a un cierre sin precedentes de negocios, muchísimos han perdido su empleo, están hasta aquí de las mascarillas y, haciendo números, coinciden con el presidente en que no hay que tener miedo porque así no hay quien viva y, desde luego, no es el modo americano. 

Y estas dos opiniones coinciden bastante aproximadamente con los votantes de Biden y los votantes de Trump. También, podría decirse, corresponde a dos temperamentos, a dos maneras de concebir los poderes públicos y la relación del ciudadano con ellos y, por qué no, a dos maneras de ganarse la vida: es lógico que el funcionario que sabe que su sueldo no corre peligro tenga menos problemas para quedarse en casa en un confinamiento eterno y ocioso mientras que el dueño de un taller esté aterrado de todo lo que pierde cada día de cierre hasta perder su negocio, igual que el empleado que ve acercarse el hacha de los recortes de plantilla. 

El miedo es libre, y muy, muy eficaz como arma para llevar a las masas por el camino que desee el poder, pero este se está agotando. Los ‘negacionistas’ -por usar ese término tan divertido que se ha acuñado para denominar a quien ponga en duda el menor (y cambiante) detalle de la versión oficial- no hacen más que crecer, conscientes de que pronto podría ser más fácil morir de malnutrición que de Covid.

Y, después de todo, ¿por qué creer a los medios de masas? Basta darse una vuelta por las hemerotecas y recuperar vídeos de programas televisivos del 2016 para recordar las profecías que se hicieron en su momento sobre lo que caería sobre América y el mundo en caso de una victoria de Trump. 

El periodista Matthew Yglesias aseguraba que una victoria de Trump se abriría con partidas de la porra de partidarios de Trump buscando judíos al azar para darles palizas; una famosa proclamó muy seria en redes sociales que la victoria del magnate sería peor que un segundo 11-S. Prácticamente todos vaticinaban nuevas y terribles guerras, algunos llegando a aventurar un conflicto nuclear. Las bolsas se hundirían, predijo con solemnidad todo un premio Nobel de Economía, y la economía norteamericana quedaría reducida a cenizas en su primer año de mandato. 

Los norteamericanos han asistido a la poco habitual sorpresa de un presidente que cumple la mayoría de sus promesas electorales, un antiSánchez, por así decir

Quizá no se hayan dado cuenta, pero no es que no se haya cumplido ninguna de estas alarmantes profecías adelantadas casi como hechos incontestables por analistas que no han perdido su empleo: ha sucedido en todo exactamente lo contrario. 

Trump ya no es una magnitud totalmente desconocida. Mejor o peor, ya no puede darle a nadie el miedo que podía dar entonces. En cambio, los norteamericanos han asistido a la poco habitual sorpresa de un presidente que cumple la mayoría de sus promesas electorales, un antiSánchez, por así decir.

Dejemos, pues, que El País, cuyo grupo acaba de informar de unos resultados empresariales no por merecidos menos alarmantes, siga llevándose sorpresas.

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