«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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TRAS LA MITOLOGÍA DESARROLLADA POR EL NÚMERO DURO DEL TRUMPISMO

El final de una ilusión para millones de estadounidenses y el plan radical de la Administración Biden

Para decenas de miles de estadounidenses, probablemente cientos de miles y quizá millones, ayer fue el final. No el final de un mandato presidencial, como para todo el mundo; ni siquiera de un modelo político, como tememos algunos, sino el final de algo más personal y profundo: el final de una ilusión. De un engaño, por decirlo a las claras, aunque tenga muchísimo de autoengaño.

Me refiero a la mitología que en los últimos meses se había desarrollado en el núcleo duro del trumpismo ‘enragé’, alimentada por los misteriosos QAnon y bajo el lema de «Trust de Plan«, “Confía en el plan”.

Si no saben de qué estoy hablando les pondré un ejemplo de mensaje reciente, muy reciente, aparecido en la plataforma 4chan, una de las favoritas de los conspiradores:

“La investidura IRÁ como estaba planeado el miércoles. Las denuncias se presentarán el miércoles por la mañana y se cursarán las órdenes de arresto. Cuando todo el mundo ocupe su puesto para la investidura, se echará mano de la guardia nacional para asegurar el perímetro del Capitolio, sin que pueda entrar ni salir nadie. Los marines estarán vigilando los túneles bajo el edificio del Capitolio para impedir que nadie escape”

“Cuando Biden salga al estrado, el servicio secreto detendrá a aproximadamente 50-100 miembros del público, incluyendo a Biden, Pelosi, Schumer, Obama, Clinton. Muchas de las denuncias incluyen cargos de alta traición”.

“Todos serán conducidos por marines a una base militar subterránea donde serán juzgados por sus crímenes por un tribunal militar en directo por televisión. Todas las televisiones sintonizarán automáticamente el juicio con independencia del canal. TODAS las pruebas de sus delitos se harán públicas”.

¿Entienden ahora a qué me refiero? Sí, vale, he elegido un ejemplo muy loco (aunque real), y no pretendo que más allá de un puñado crea en un escenario así. Pero me atrevo a asegurar que mucho, muchísimos, durmieron mal en la noche del martes, tensos, esperando que algo pasara que impidiera la investidura.

Y parte, al menos, de la culpa de la enorme decepción de estas almas cándidas la tienen, es forzoso reconocerlo, Donald Trump y su equipo. Trump no se ha cansado de denunciar un fraude masivo (que muchos seguimos creyendo muy probable) y prometiendo que aquello no quedaría así, que lucharía hasta el final. Insinuaba él, y mucho más sus allegados en la batalla jurídica, que tenían ‘krakens’ y sorpresas y pruebas abrumadoras y ases en la manga. Sobre todo, había un plan.

Fueron legión quienes confiaron en “el plan”, tanto que acudieron por miles al llamamiento de su líder a Washington para caer en una de las trampas más tontas y obvias de las últimas décadas, en la que murieron cinco personas y que puso en bandeja a la nueva administración la excusa perfecta para iniciar una purga masiva de trumpistas.

Para luego ver cómo el hombre que les exigió fe ciega hasta el último momento se despedía con un discurso bonito y patriótico, pero de circunstancias, y les dejaba a todos colgando de la brocha. Ah, y nada de perdonar a Assange y Snowden, como se esperaba, o a alguno de los que arriesgaron por él su libertad, sino a una pandilla de amiguetes financieros, trileros de la inversión con excesiva afición al riesgo.

¿Saben quiénes sí tienen un plan? La nueva administración. Un plan detallado, audaz, radical y con todos los medios que puede poner a su alcance la primera potencia mundial. Y ese plan incluye entre sus primeros puntos asegurarse de que nunca más algo parecido al trumpismo tenga poder en Estados Unidos, ni sobre el Departamento de Bomberos de Skellytown, Texas. Y su punto número dos parafrasea aquel viejo lema de Alfonso Guerra: dejar Estados Unidos que no lo reconozca ni la madre que lo parió. 

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