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Tribuna libre

El legado de Alberto Fernández y la imperiosa urgencia de una reconquista

Un hombre lleva una máscara con la imagen del presidente argentino, Alberto Fernández, y la vicepresidente, Cristina Kirchner (REUTERS/Agustin Marcaria)

La Argentina amaneció de luto. Se ha consagrado un nuevo ‘privilegio’: cuando una madre quiera matar a su hijo, podrá hacerlo y no tendrá que desembolsar un céntimo por la faena.

El profesor Fernández; el villano de triste figura, de los brazos flacos y del abdomen grueso, el más inútil de los presidentes desde la restauración del orden constitucional; finalmente puede decir que cumplió una promesa de campaña. Madres, ahora podéis matar gratuitamente a vuestros hijos: hoy somos una sociedad mejor.

Mientras los últimos sondeos reflejan que el rechazo social por la legalización del aborto aumenta, el apoyo de la casta política por este abominable crimen se profundiza. La casta ya no representa a sus electores, es un hecho.

Pero un mínimo análisis nos muestra que esta catástrofe tiene culpables concretos, con nombre y apellido. No me refiero sólo al presidente Fernández, malvado, es verdad, pero un personaje irrelevante cuyo fracaso en todos los frentes destina sólo al olvido. Tampoco me quedo en su titiritera, la vicepresidente Kirchner, también perversa, pero desequilibrada y visceral, siempre más preocupada por las consecuencias legales de su corrupción que por el bien común.

Un poco más atrás podemos ver la hipocresía de los ‘falsos celestes’. María Eugenia Vidal fue la que sentó a legisladores abortistas en las bancas que ganó la oposición por la provincia de Buenos Aires. Horacio Rodríguez Larreta, otro supuesto celeste, acordó con el progresista Martín Lousteau que las sillas del Senado por la capital serían ocupadas por él y por otro abortista; y lo hizo sólo para sumar un enésimo integrante a la coalición de gobierno de su municipio con pretensiones provinciales. Varios diputados de Lilita Carrió, supuestamente muy antiabortista, votaron a favor del aborto: para ella, la decencia republicana se agota en no defraudar al Estado; matar o no matar niños es un tema sin relevancia social.

No podemos olvidar a Mauricio Macri, que decía estar a favor de la vida pero instaló el tema en la agenda y abrió la caja de pandora. Cortina de humo coyuntural para tapar su catastrófica gestión o simple servilismo con la agenda mundialista, el efecto es el mismo.

También deberíamos retrotraernos a las últimas elecciones generales, con el tema del aborto ya claramente planteado, y pensar si votamos pensando en el bien común o mirándonos el ombligo.

La política argentina y la sociedad argentina se mueven por caminos distintos. Podríamos quedarnos en la protesta pacífica. Podríamos llamar a la desobediencia civil, a la rebelión. Podríamos también volver al discurso estéril de que el problema es el Estado. Nada de esto alcanza.

No basta con la rebelión, la respuesta debe ser política. No debe haber cuartel hasta la derogación de esta ley inicua. No podemos descansar hasta que cada uno de los responsables –los que la votaron y los que posibilitaron su acceso a las cámaras legislativas– sea un muerto político.

Pero debe ser político el camino para desalojar a esta casta política enemiga del pueblo: hay que tomar el poder, lleve el tiempo que lleve. La única manera de hacer salir es entrar.

No podemos seguir mirando como corderos el espectáculo de este país robado, donde los que quieren matar a sus hijos se arrogan el derecho de educar a los nuestros.

Si no estamos dispuestos a disputar el poder seguiremos llorando las consecuencias. Dentro de poco probablemente se sume la eutanasia que nunca se pasea bien lejos del aborto. 

Pero el llanto no es una actitud política, no cambia nada.

No basta con la rebelión o la queja, es hora de iniciar la reconquista.

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Santiago Muzio es el director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

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