Miles de brujas se han coordinado para lanzar un hechizo colectivo contra Donald Trump este Halloween para que pierda las elecciones. Estas señoras adeptas a la magia están convencidas de que los dos plenilunios de este mes les han dado poderes extraordinarios para arrojar a Trump de la Casa Blanca.
Este es el nivel, y la anécdota me sirve no solo para ironizar sobre un odio tan enfático que recurre a la magia negra, sino también para hacer notar que quizá necesiten la ayuda del poder de las tinieblas para detener la riada de votantes. Y, ya puestos, sí, hay algo de batalla apocalíptica, de divisoria que va mucho más allá de la política usual, en estas elecciones.
Esto es mucho más grande que decidir quién habitará la Casa Blanca los próximos cuatro años; esto es un referéndum en el corazón del imperio sobre dos maneras muy distintas de concebir la política y la geopolítica.
La primera es la que recogen casi todas nuestras constituciones, en continuidad con la tradición política occidental, que no solo da por buenos logros como la alternancia política, la división de poderes o la libertad de expresión, sino también valores subyacentes como la familia, la libertad religiosa, la existencia de naciones y de un patriotismo esencial, en la que los pueblos se gobiernan a sí mismos.
La otra, que empezó a insinuarse al principio de la posguerra mundial y ha ido creciendo casi imperceptiblemente hasta hace unos años, prevé la desaparición de las fronteras, la creciente sumisión a organismos internacionales o supranacionales que no responden ante un electorado, la condena de opiniones disidentes, la negación de las lealtades naturales y una creciente impaciencia con el sistema democrático, sustituido por grupos de ‘expertos’ que impondrán su parecer por nuestro propio bien. Comenta en Twitter la escritora Gabriela Bustelo una frase oída en COPE, la cadena de los obispos, que resume a la perfección este último punto: «Si los expertos dicen que hay que confinarse, habrá que confinarse. Los ciudadanos no sabemos nada».
El trumpismo es, en parte, el voto de quien quiere hacerle un enorme corte de mangas a todo eso, a toda la élite que sabe más que nosotros y debe, por tanto, pastorearnos.
Es un poco ridículo, a estas alturas, presentar la candidatura demócrata como un movimiento popular. Uno puede amar u odiar a Trump, pero es una cuestión de tener ojos en la cara para advertir que todos los poderes de este mundo, todo lo que tiene influencia y peso y poder, se opone al presidente americano con una furia tan unánime y enloquecida que da verdadero miedo.
No me crea, compruébelo. Mire las televisión más vistas, los diarios más prestigiosos del mundo, los intelectuales más citados, los multimillonarios del Fortune 500, los actores, los artistas, las estrellas del ‘pop’, los profesores universitarios… Es un hecho palpable, y por eso muchos sienten ese ‘ahora o nunca’, la sensación de que esta podría ser la última oportunidad de vivir bajo el sistema que siempre han conocido, en la misma América en la que nacieron.
Es tanto, en fin, lo que hay en juego, que era previsible el juego sucio. Según el director de Election Day, una organización que vigila la limpieza del proceso, Mike Roman, compromisarios electorales del Partido Demócrata están impidiendo la entrada de sus observadores en los colegios electorales por toda Filadelfia, en el vital estado de Pensilvania.
Todo apunta a una noche electoral tensa, con un resultado que será disputado en cualquier caso y que se demorará durante, al menos, una semana, para permitir el recuento del voto por correo que, en varios estados, puede seguir contándose varios días después del día de las elecciones., y que este año ha sido especialmente voluminoso debido a las restricciones por la pandemia de coronavirus.