«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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El relato que enarbola el izquierdismo es una colección de falsedades que la derecha debe desmontar

En Iberoamérica el problema no es la izquierda que gana, sino la derecha que se niega a ganar

La nueva 'promesa' de la izquierda en Iberoamérica: Gabriel Boric. Twitter

La victoria en segunda vuelta del líder comunista Gabriel Boric, hace propicio el debate sobre las herramientas, el discurso y las intenciones de las fuerzas socialistas a nivel global para alcanzar el poder. Pero también, debería ser una causa adicional para debatir seriamente sobre el consecuente fracaso, al menos en el continente americano, para construir una alternativa no socialista que detenga a las fuerzas del mal.

Y no se trata en exclusiva del tema estrictamente electoral. Ni siquiera, de todo ese universo del marketing y sus derivaciones. O del discurso. Se trata en el fondo de las ideas y de su forma de expresarlas para convencer a un electorado que no ve el peligro acechante. Y se trata, también, del combate comunicacional contra una agenda de guerra establecida por la izquierda y comprada por los consumidores de noticias digeridas por plataformas de lectura rápida. Estamos hablando, en efecto, de muchas necesidades.

Las banderas reales y las falsas banderas

La defensa que hace la izquierda de temas que se supone son “sus banderas”, son una gran mentira y puede demostrarse. Libertad de expresión, libertad de culto, derechos de la comunidad LGBTI, reivindicaciones de la mujer, etc., no son banderas reales de la izquierda. Son falsas banderas, mentiras y puede demostrarse con revisiones simples.

 ¿Cómo se explica que los socialistas chilenos, argentinos o uruguayos, proclamen como bandera propia la defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo, y a la vez coloquen como irrestricto el apoyo a la revolución castrista? Es incompatible, pues no ha habido país más homofóbico que Cuba bajo el castrismo. Son capaces, incluso, de ponerse una camisa del Che para ir a una marcha del Orgullo Gay, cuando fue precisamente ese delincuente quien mandó a los homosexuales cubanos a campos de trabajos forzados, rotulándolos como anormales y enemigos de la sociedad socialista.

¿A dónde nos conduce esa revisión de hechos? A una falencia básica de la izquierda: no pueden tener como referentes y aliados a la Cuba castrista, al comunismo chino o a sus soterrados aliados del Islam radical shiíta iraní, sin caer en contradicciones. Bastaría con decirles: Si quieren “todos los derechos para todas las personas”, ¿por qué lo gritan en las calles de Occidente mientras están aliados con los sátrapas que niegan cualquier derecho a cualquier persona? ¿Cómo puede el socialismo chileno abrazarse al castrismo y al mismo tiempo ignorar el carácter negador de libertades en el castrismo?

El error de las fuerzas opuestas a esa izquierda farisea, está en embestir la bandera y no la falsedad de quien la enarbola. Así, pretenden que lo que se requiere es negar derechos que de forma legítima reclaman las minorías, cuando lo que en verdad se requeriría es decirle sus verdades a la izquierda ladrona de banderas: ¿por qué le pides a Occidente que haga lo que tus aliados castristas, chinos e islámicos se niegan a hacer? En vez de hacer eso, se entra en un lamentable debate superado, cargado de reacción y tabúes donde se ataca a las minorías y se les posiciona, lamentablemente, del lado de esa izquierda que en realidad no quiere defender sus derechos, sino llegar al poder a toda costa, así sea negándose a sí mismos. Igual les da: al final harán lo que les plazca por destruir todo a su paso, con o sin banderas reales.

La defensa del pasado sin plantear futuro

Es precisamente con el planteamiento de campaña de José Antonio Kast en su lucha fallida contra Boric donde vemos uno de los problemas más preocupantes. Las referencias que se plantean, siempre ancladas en el pasado. Pocas veces mirando al presente y al futuro.

¿Cuál es el problema de los chilenos? ¿Allende y Pinochet o la economía, la inmigración, la educación y el sistema de seguridad social? Es obvio. El empuje de las protestas estuvo basado en el tema social, más que en el tema reivindicativo del pasado. Llevar entonces la discusión a una reivindicación de lo bueno o lo malo que hizo Pinochet, lo bueno que pudo ser y no fue, o el avance real o ficticio de su paso por el poder, daba la oportunidad a la izquierda de desenterrar el fantasma de Allende pegándose un tiro en el Palacio de la Moneda, sitiado y acobardado ante el triste lugar que los libros de historia le iban a reservar después de su fracaso.

Y ahí, obviamente, vienen las discusiones donde se pierde el foco: el tema no es defender lo que se hizo, sino lo que se puede hacer para cambiar el presente. Pinochet y Allende están muertos y enterrados y sacarlos a cabalgar por las calles de Santiago cual Cid Campeador, da la oportunidad a la izquierda de llevar el debate al lugar donde quiere: a colocar a todo aquel no sea de izquierda, como un dictador, como un golpista, como un negador de la democracia. Y todos sabemos que eso no es cierto, más allá del debate que podría darse sobre Pinochet y Allende.

Si se hace la revisión completa del panorama, encontramos que es exactamente lo mismo en todo el continente. El socialismo iberoamericano maneja una línea sólida: quien no sea socialista, no es demócrata. Esa línea la instrumentalizan en cada caso nacional de la misma forma, esto es, asociando al que disiente del socialismo con cualquier experiencia dictatorial o violenta del pasado. Por eso, para el kirchnerismo cualquiera que se le oponga es un áulico de Videla y de las dictaduras, para el orteguismo cualquier opositor es somocista, para el socialismo chileno cualquier opositor es pinochetista y para el socialismo colombiano cualquier opositor a sus ideas es un paramilitar.

En España ya sabemos 

El asunto aquí, entonces, entra en la categoría del relato del socialismo. Hay que desmontar su relato y sería muy fácil hacerlo evitando embestir el capote que muestra y en el que caen mucho. Podemos poner el triste ejemplo venezolano otra vez, cuando vemos el reciente fenómeno de jóvenes queriendo ser opositores reales al chavismo, reivindicando nada más y nada menos que al exdictador Pérez Jiménez, quien gobernó al país entre 1952 y 1958 y vivió cuarenta años en Madrid, hasta su muerte. O a quienes pretenden combatir al chavismo defendiendo lo indefendible de la democracia anterior, plagada de defectos de tal nivel en su etapa de degeneración, que de su propio seno nació el chavismo.

Hay una ausencia de futuro y una incomprensión del presente. Se cree que de verdad se está frente a un movimiento político democrático, que pasará por el poder hasta que el electorado decida cambiar de rumbo. Y no es así. Estas fuerzas llegan al poder por las vías democráticas para destruir la democracia y hacer irreversibles los cambios que imponen, disfrazados de necesidad. Está claro en Venezuela, la etapa metastásica del socialismo, pero se ve claramente en Nicaragua, en Argentina y en Bolivia. En Perú y Chile el camino inicia y se ve difícil. En Colombia las alarmas están encendidas.

En España aún se niegan a verlo algunos. Pero está perfectamente claro que las acciones están en marcha y se aproximan a la venta de las estratagemas básicas: imponer la agenda macro por encima de la permanencia del PSOE en el poder. Por eso vemos a un PP desdibujado asumiendo banderas de grandes coaliciones futuras, todo sea por negar la posibilidad de establecer un gobierno que detenga de plano la marcha a la deriva total de la España que hemos conocido.

Estamos hablando, ni más ni menos, del objetivo final del socialismo: la disolución de las naciones. Con eso, abren paso al ataque final contra Occidente.

Visto de esa manera: ¿peleamos contra las falsas banderas o enarbolamos las que se requieren?

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