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EFECTO STREISAND

Facebook y Twitter censuran información contrastada desfavorable a Biden

Joe Biden y su hijo, Hunter Biden
Joe Biden y su hijo, Hunter Biden

¿Conocen el Efecto Streisand? Se llama así al fenómeno que se da cuando el intento de censurar una información consigue el efecto contrario, es decir, hacerla mucho más ampliamente conocida. Pues bien, como todos los esfuerzos de los grandes medios de comunicación y las redes sociales, el último intento torticero para auxiliar a los demócratas y perjudicar la campaña de Trump ha acabado como el rosario de la aurora.

Lo contábamos ayer, la exclusiva del New York Post según la cual unos correos dirigidos a Hunter Biden demuestran que su padre, el candidato demócrata Joe Biden, mintió cuando dijo no tener nada que ver con los negocios de su hijo, contratado por una gasística ucraniana, Burisma, con un sueldo mensual de 50.000 dólares.

Y, para ser sincero, apostaría sin vacilar mis ingresos de un mes -sustancialmente, me temo, por debajo de los de Hunter Biden- que la revelación no hubiera alterado perceptiblemente el sismógrafo electoral, que no hubiera cambiado, por sí sola, un solo voto. No hay, no puede haber, de mar a mar en todo el territorio de la Unión, un bendito que crea por un momento que una gran empresa energética ucraniana iba a contratar con un sueldazo a un americano sin experiencia alguna en el sector y sin saber una palabra de ucraniano o de ruso, si no esperase un acceso privilegiado a su padre, el vicepresidente de Estados Unidos, y a través de él a los fondos que generosamente ha concedido Washington a la ex república soviética tras su ‘revolución del Maidán’, que la acercó a las posiciones occidentales.

Por supuesto que mintió, por supuesto que ordenó el Código Rojo, no hemos nacido ayer. Nadie se escandaliza ya, porque, por otra parte, nadie en las filas demócratas piensa en Biden al decidirse a votar por él, solo en desalojar a Donald Trump de la Casa Blanca. En resumen: si las fuerzas antitrumpistas -es decir, casi todo el mundo que cuenta- hubiera dejado que las cosas siguieran su curso, el Post se hubiera puesto la medalla y aquí paz y después, gloria.

Pero no, saltaron las alarmas, y lo estropearon todo: a Facebook y Twitter, los dos gigantes de las redes sociales, con un poder de comunicación para informar la opinión mundial como no se ha conocido la humanidad, no se les ocurrió nada mejor que censurar la noticia del Post. Como lo oyen: si usted trataba de enlazar la noticia para compartirla en una de esas redes sociales, aparecía un letrerito informándole de que no podía hacer eso porque incumplía las normas internas de estas redes para luchar contra las ‘fake news’, neologismo para designar las informaciones que no convienen a los dueños del discurso dominante.

En concreto, Twitter se escudaba en una norma interna según la cual no permitían enlazar información procedente de operaciones de ‘hackeo’. Te tienes que reír. Para empezar, no hay prueba alguna de que se haya hackeado dispositivo alguno. Para seguir, el New York Times, abanderado de la causa demócrata, ha publicado incontables informaciones durante años procedentes de hackeos, que la plataforma no ha puesto el menor problema para compartir.

Lo que tenemos es que la noticia ha pasado a ser: Facebook y Twitter censuran la información publicada por el New York Post -uno de los periódicos con más tirada de Estados Unidos, fundado por Alexander Hamilton– para favorecer al candidato demócrata en plena campaña electoral. Y, naturalmente, cientos de miles de americanos que no se hubieran enterado del ‘affaire’ están ahora al cabo de la calle.

Especialmente, con esta metedura de pata hasta el corvejón, los dos gigantes ‘sociales’ han llamado la atención sobre su monopolio, que le da un poder sobre lo que la gente de todo el planeta llega a conocer -y, por tanto, lo que forma su opinión- como no se ha conocido jamás.

Hasta ahora, las tecnológicas estaban más o menos a salvo porque una parte del público -digamos, los progresistas- apoyan cada vez con mayor entusiasmo esa censura, mientras que los otros tienden a pensar que la censura ilegítima solo puede proceder del poder político, y que una empresa privada puede hacer de su capa un sayo.

Pero esta última postura refleja una situación anticuada. Nunca ha existido nada como lo que vivimos ahora y, por tanto, es difícil juzgar el poder de las redes con los criterios que eran válidos cuando todo lo que había eran periódicos, cadenas de radio y canales de televisión.

De hecho, el propio Trump amenazó hace no mucho con meter mano en estos monopolios para que dejaran de manipular la opinión pública. La idea es que, si están registradas como meras plataformas de intercambio entre usuarios, no pueden censurar los mensajes de los usuarios ni tienen que hacerse responsable de los mismos. Por el contrario, pueden convertirse en publicaciones, pero entonces se hacen responsables de cualquier cosa que se publique en las leyes.

En esa ocasión la sangre no llegó al río y Trump no cumplió su amenaza. Pero este nuevo caso podría reavivar el debate, con resultados que quizá hagan a Mark Zuckerberg y a Jack Dorsey acordarse de Alexander Hamilton toda su vida, y no para bien.

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