«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
TRAS LA LLEGADA DE BIDEN A LA CASA BLANCA

Investigadores concluyen ahora que los confinamientos no son la solución

Uno de los placeres habituales del tipo que vuelve al hogar tras haber pasado una temporada en el extranjero, ya sea una semana o veinte años, es poder decirle a sus amigos que no tienen ni pajolera idea de lo que hablan cuando hablan del país en cuestión.

Si me hubieran dado un dólar por cada vez que he oído o leído “lo de Estados Unidos no tiene nada, pero nada que ver con lo de España”, estaría en el Fortune 500. Pero si hay mucho de verdad en nuestro colega que se ha pasado años cazando patos en el Lago Michigan cuando nos dice que la situación política americana no es ni de lejos comparable a la nuestra, no lo es menos que la Norteamérica de hoy tampoco es la misma que la de hace unos años, no digamos una generación atrás.

Y en nuestra aldea global todos acabamos teniendo un Starbucks a un tiro de piedra y diciendo LOL en vez de reírnos, como si fuéramos tarados. De la misma forma, la CNN se parece a La Sexta hasta un grado que da miedo, como El País al New York Times, al menos en lo que respecta a su zalamería soviética con respecto a la ‘opinión de progreso’.

Tomemos el covid. Es un virus, una entidad biológica con la obligación de comportarse como cualquier otro germen, ajeno a los avatares de las ideologías humanas. Y, sin embargo, todos comprobamos a diario que no es así. No hablaré de la situación nacional que todos conocen, con abigarradas manifestaciones feministas promocionadas por el gobierno que no extienden el virus y marchas de Vox que son un peligro cierto y letal; con atestados vagones de metro donde nadie se contagia y misas que hay que prohibir porque se conoce que el SARS2 es muy devoto.

No, hablaré de la situación en Estados Unidos, que tiene su miga. Como gobernaba Trump y se acercaban las elecciones, la consigna universal era que “todos vamos a morir”, y cuanto más progresista era un gobernador o alcalde, más estrictas las medidas. Así, en Michigan, California o Nueva York se impuso un verdadero régimen totalitario con draconianos confinamientos, distancia asocial vigilada celosamente por la policía del estado, cierre de tiendas, bares, restaurantes, mascarilla hasta en el jardín de tu casa.

Trump anunciaba una vacuna, pero su propio ‘zar’ de lucha contra la pandemia, el Dr. Fauci, se reía a mandíbula batiente del proyecto. Y el extendido rumor de que el histerismo demócrata era solo un medio de explotar fríamente el pánico para hundir la economía ante las elecciones y promover el voto por correo -que tanto ha favorecido mágicamente a los demócratas- se trataba, sin duda, de conspiranoias de negacionistas anticiencia, creíbles solo para esos ‘rednecks’ de dentadura defectuosa que se casan con sus primas en el flyover country.

Pero ya han investido a Biden, y ha sido como en los cuentos de hadas cuando regresa a su trono el rey legítimo tras una larga usurpación y vuelven de golpe a florecer los campos y a madurar ubérrimas cosechas. Las Manos del Rey Son Manos Que Curan.

Y así, la plaga empezó a disiparse. En un día. En 24 horas. Un botón de muestra en dos titulares de la National Public Radio estadounidense, lo más parecido al Granma en el mundo libre, separados por un día. El 19 de este mes anunciaba que “a medida que la tasa de mortalidad se acelera, Estados Unidos alcanza un récord de 400.000 vidas perdidas por el coronavirus”. Un día más tarde, ya con Biden en la Casa Blanca, leemos en la misma publicación que, según los investigadores, acaba de superarse el pico de contagios y la pandemia recede. Aleluya, hermanos.

La vacuna promovida por Trump fue atribuida a Biden, con un par, cuando todavía no era siquiera oficialmente presidente electo, incluso por la prensa española, porque la vergüenza es para los perdedores, y hasta Pfizer reconoció que había retrasado deliberadamente su anuncio para después de la cita electoral. Es todo de un descarado que los votantes deberían ofenderse de que les llamen idiotas de un modo tan evidente.

Ya con los votos electorales certificando la victoria de Biden-Harris, el gobernador de Nueva York, Andy Cuomo, que ha arruinado el estado del imperio en una tiranía distópica, recibe una iluminación y concluye de repente, confesándolo en Twitter, que los confinamientos no son la solución, y ese castigo divino que responde al nombre de Lori Lightfoot, alcaldesa demócrata de Chicago, otra que tal baila, urge a la reapertura de todos los negocios de la ciudad.

Para mayor abundamiento, Newsweek hace público un estudio de la Universidad de Stanford revelando que los confinamientos y otras medidas extremas no solo no sirven para contener la pandemia, sino que probablemente la agravan. No hay en Estados Unidos investigador de prestigio que hubiera osado tocar con un palo una investigación así solo unos días antes. Pero ahora hay un rey bueno en el trono, y toda la Creación lo celebra.

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