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El historial de paz de Trump es el más brillante de las últimas décadas

La derrota de Afganistán: Biden acierta dando la razón a Trump

Hemos sido injustos con Biden. En estos últimos días hemos hecho la crónica del desastre acelerado de la nueva administración, pasando por alto una decisión enormemente acertada y de gran peso: el abandono de la guerra y ocupación más prolongadas de la historia de Estados Unidos, Afganistán.

Solo tres circunstancias nos impiden dedicar un aplauso cerrado al gobierno de Joe Biden por anunciar la retirada de soldados del interminable conflicto afgano: que la idea es cien por ciento trumpista y fue frontalmente atacada cuando el expresidente la insinuó en su día; que se está escamoteando el hecho descarado de que se trata de una derrota (la enésima); y que no parece estar sirviendo el caso para iluminar a una administración decidida a proseguir otras guerritas imperiales.

Empecemos por el segundo punto, que nos lleva al primero: la retirada es una derrota. De Vietnam los gobernantes norteamericanos extrajeron varias lecciones valiosísimas, ninguna de las cuales fue la de no iniciar guerras de conquista en Asia, y son sobre todo de imagen interior. Estados Unidos no podía volverse a permitir esa foto del helicóptero de la azotea de la embajada estadounidense en Seúl con decenas de refugiados arracimados, y lo han conseguido. Tampoco podía permitirse la contestación interna provocada por la muerte de norteamericanos comunes que hacían el servicio militar.

Ahora son profesionales los que están allá y otra docena de lugares por todo el planeta, y la América civil puede permitirse el lujo de olvidarse por completo de este y otros conflictos y seguir yendo tranquilamente al Walmart. Aunque la opinión estadounidense ha ido haciéndose cada vez más contraria a estas aventuras imperiales que no entiende, que se eternizan y que nunca se ganan, la actitud general es de indiferencia.

Desde Vietnam, Estados Unidos encadena un rosario de guerras no solo no victoriosas, sino imposibles de vencer en sí mismas, por su propio planteamiento. La gran explosión de intervenciones llegó con el viraje ‘humanitario’ de la política de defensa, insinuada con Clinton y explicitada con Bush, esa idea del ‘Eje del Mal’, de llevar la democracia y el modo de vida americano al último rincón de la tierra, convencidos de que dentro de cada pastor afgano hay un chico de Wisconsin pugnando por salir para organizar un caucus republicano.

La gran intuición de Trump fue que todo ese abarcar tanto y morder tan poco era uno de los principales factores que estaban debilitando Estados Unidos, y que “hacer América grande otra vez” exigía detener la sangría y traer a los chicos a casa. La paz, en definitiva, permitiría centrarse en los problemas nacionales sin incómodas distracciones y costosos compromisos bélicos. Si uno cree en la soberanía nacional para sí, debe respetarla en los otros.

Por otra parte, Trump supo leer las encuestas y discernir que el estadounidense medio estaba harto de guerras, y de presidentes más atentos al resto del mundo que a la esfera nacional, crecientemente harta.

Trump no cumplió, no trajo las tropas a casa, y sin embargo su historial de paz es el más brillante de las últimas décadas: ninguna nueva guerra, un solo bombardeo y paces entre las Coreas y entre Israel y los países del Golfo.

En el caso de Biden, se ha impuesto la absoluta necesidad. Afganistán era un caso perdido, nadie sabía muy bien qué estaban haciendo ahí las tropas, la ‘construcción nacional’ del país era un chiste y nadie fijaba un objetivo claro que señalase la victoria y el fin de la guerra. Y todo en un periodo tan largo que se veía a hijos tomar el relevo de sus padres patrullando el país.

Lo que arriesga Biden, sin embargo, es su endeble alianza con los halcones del Pentágono y toda esa patulea de ‘influencers’ neocon agrupados en la alianza republicana de ‘Nevertrumpers’. Estos han saltado inmediatamente a lamentar la decisión de Biden con carcajeantes razones, como que así el presidente está dejando abandonadas a las afganas que desean promocionarse laboralmente, como si eso fuese responsabilidad directa del Gran Jefe Blanco.

Por lo demás, Biden no parece querer aprovechar esta magnífica oportunidad para promover un mundo más pacífico. Llamar “asesino” al líder de una de las naciones más militarmente poderosas del mundo, Rusia, y ofender a los enviados chinos de la pasada cumbre de Anchorage no augura precisamente un panorama tranquilo en sus próximos años de mandato.

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