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LAS ESPADAS SIGUEN EN ALTO

Las tres decisiones de un juez en Georgia: esto está degenerando en vodevil

No voy a aburrirles más con las pruebas del fraude electoral en Estados Unidos. Cuando el asunto llegue al Tribunal Supremo, si llega, tiempo habrá para sopesar las nuevas, aunque las que ya se manejan son absolutamente abrumadoras, si no para darle la victoria a Donald Trump, sí al menos para reconocer que ha habido abundancia de juego sucio por parte de los demócratas. Les remito, si quieren seguir ahondando, Andrea Widburg ha publicado en American Thinker diez datos incontestables de la elección que directamente apestan. 

No seguiré porque los mismos que se pasaron cuatro años insistiendo en que Trump se había conchabado con el Kremlin para amañar las presidenciales anteriores, sin una sola prueba y organizando una investigación federal que costó millones de dólares y que duró más de dos años sin sacar nada en limpio, son los mismos que ahora hablan de acusaciones ‘infundadas’ y prefieren hablar del esguince de Biden.

Todo lo cual hace evidente que quienes organizaron este pucherazo -o quienes se benefician de él, que tanto me da- no solo contaban con la abundancia de amaños electorales, tradicionales o novedosos, sino también con dos pilares esenciales en esta operación: la complicidad garantizada de todos los medios de peso y todas los gigantes tecnológicos, que se han apresurado a investir a Biden y a ignorar y despreciar, más que rebatir, las acusaciones de fraude; y a la más que comprensible renuencia del pueblo estadounidense a creer que algo así sea siquiera posible. Las consecuencias de aceptar que uno de los dos grandes partidos del sistema, tan americano como el pastel de manzana a estas alturas, es capaz de perpetrar semejante crimen de lesa democracia delante de sus narices son demasiado horribles para considerarlas siquiera. Así que, entre los que se niegan a creerlo y quienes lo saben o sospechan pero están encantados de que haya salido bien la trampa, la labor del equipo de Trump se pone muy cuesta arriba.

Por no hablar de lo que Jenna Ellis, del equipo jurídico del presidente, llama “jueces activistas” y sus locas decisiones. Como Timothy C. Batten, de Georgia, que en este momento debe de estar lamentando no haberse decantado por la Ingeniería Industrial. En horas 24, Batten dio orden de que no se alteraran las máquinas de votación del sistema Dominion ni su software, la revocó con otra orden permitiendo que hicieran de su capa un sayo con las dichosas máquinas porque la abogada independiente Sidney Powell no había probado su caso y había que proteger los “secretos industriales” de la empresa (??), y volvió a prohibir que se tocaran en una tercera decisión. Aquí en España esperamos años una decisión judicial, y en Estados Unidos, sobre el mismo asunto, tienen tres en poco más de un día sobre el mismo asunto.

Ya ven: esto empezó como un ‘thriller’, siguió como un drama y, aunque no es imposible que acabe en tragedia, por ahora se ha instalado en el terreno de la comedia o el vodevil. Cuenta el Washington Examiner que en el Condado de Fulton, en Georgia, se cayó un servidor móvil de Dominion, retrasando un recuento solicitado por el presidente. O sea, que aún sin fraude el sistema es bastante, digamos, ‘mejorable’, sobre todo para una tarea tan transcendental como es la de elegir la magistratura más poderosa del orbe.

El reloj corre, el tiempo se acaba, Estados Unidos necesita un presidente electo y las espadas siguen en alto, por más que Biden vaya repartiendo nombramientos y sinecuras y los medios hagan como que no pasa nada de nada. Nada está decidido aún, al menos en lo que se refiere al personaje que ocupará la Casa Blanca los próximos cuatro años. Pero lo que parece ya claro es que, sea quien sea, tendrá que gobernar sobre un país dividido y enfrentado y un pueblo al que le va a costar seguir confiando en sus instituciones más sagradas.

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