El gran secreto que explica todas las crisis presentes es sencillo, pero difícil de digerir: nos gobiernan nuestros enemigos. Es difícil encontrar otra explicación a ese “no tendrás nada y serás feliz” del anuncio del Gran Reinicio hecho público (y silenciosamente retirado) por el Foro Económico Mundial, AKA Davos.
O la manía que les ha entrado por quitarnos la carne, también en ese mismo anuncio y en miles de campañas de Naciones Unidas y de nuestros propios gobiernos. La última noticia nos llega ahora de Alemania -que ya aprobó una subida demencial en el IVA de los productos cárnicos– y, concretamente, de su capital, Berlín. Al parecer, las universidades berlinesas, todas ellas, se han puesto de acuerdo para ofrecer en sus comedores y cafeterías solo un 4% de carne a partir de este curso que empieza. En el país de la Bratwurst.
Ese cuatro por ciento de sustancia está abierto a la interpretación. Así, una universidad puede ofrecer platos que tengan solo un 4% de productos cárnicos en su composición, y otra que opte por dar a los estudiantes acceso a solo un 4% de platos de carne, que consumirán lógicamente los más despiertos y tempraneros.
Lo terrible es que no se trata de que en Alemania, superpotencia económica, haya una alarmante carencia de cabaña vacuna, ovina o porcina, nada más lejos. Ni siquiera es una cuestión fundamentalmente ética, aunque el veganismo hace estragos en el mundo joven y universitario, y tampoco es en lo esencial una cuestión de salud, que repentinamente se haya descubierto que la carne es veneno o no apta para el consumo humano, no: es por el planeta. Por lo del Cambio/Emergencia/Apocalipsis Climático, ese que no acaba de llegar pero que promete ser la próxima fuente de pánico inducido.
Y es que resulta que el mundo está lleno de vacas por esa manía del ser humano de degustar su carne, y las ventosidades de las vacas arrojan a la atmósfera una cantidad intolerable de metano que es en parte responsable del dichoso cambio. A todo tirar, según las mediciones más altas, contribuye al calentamiento en un 7%, pero el multimillonario Bill Gates, el mismo que se ha convertido en experto en inmunología sin pisar la universidad, está empeñado en que sustituyamos los suculentos filetes de vaca vieja por la carne sintética que, casualmente, fabrica él mismo.
En definitiva, las proteínas son fascistas. En Gran Bretaña, Henry Richard Melville Dimbleby, del Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales y millonario, demanda en todos los foros la necesidad de imponer un impuesto a la carne para eso mismo, salvar el planeta; y la Unión Europea ya ha aprobado para el consumo humano las larvas de un escarabajo, no me pregunten cuál, apuntando a sus “beneficios ecológicos”. No, no pararán.
No pararán, se entiende, de dejarnos a la plebe sin carne, porque la élite, como en el ejemplo que dio el propio Pedro Sánchez, seguirá disfrutando de sus buenos chuletones, que solo hay que ver el menú disparatadamente cárnico de la comida en la última reunión de presidentes de comunidades autónomas, o la carta de cualquier banquete de las Naciones Unidas. El propio Gates reconoce que su comida favorita es la hamburguesa, y es dudoso que vaya a renunciar a ella en un futuro previsible.
Ningún dietista que conozca su oficio se atreverá a decir que pueda haber una dieta equilibrada sin carne. Y la humanidad aplaude. El 86% de las personas consultadas por Statista para su Informe Mundial de Consumo en 39 países admitieron que su dieta diaria contiene carne. Solo en cinco de esos países – Indonesia, Emiratos Árabes, Paquistán, China e India- bajaba del 80%. India es el más bajo, en buena parte por motivos religiosos, y es también el único que baja de la mitad, un 43%. Pero el siguiente por abajo, China, es un 75% la proporción de carnívoros habituales.
Cuando un país pobre empieza a desarrollarse y crecer, uno de los primeros parámetros en que se advierte su enriquecimiento es, precisamente, que la gente normal empieza a poder comer carne, y precisamente por eso, porque los países pobres están saliendo de la pobreza, el año pasado se produjeron 333 millones de toneladas de carne.
Los más conspiranoicos apuntan al hecho de que la carne está asociada al vigor y, por tanto, a la capacidad de resistencia. Sea o no cierto, parece evidente que las ovejas, esas entusiastas veganas, no son exactamente un ejemplo de rebeldía.