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EL DICTADOR BUSCA EL LEVANTAMIENTO DE LAS SANCIONES

Maduro y Guaidó pactan una nueva ‘mesa de diálogo’ en México: ¿qué se puede esperar?

Ha trascendido que los intermediarios de los partidos de oposición venezolanos agrupados en el llamado Grupo de los 4 o “G-4” y los representantes del régimen de Nicolás Maduro comenzarán formalmente una nueva ronda de “diálogos” este 13 de octubre en Ciudad de México. Tal y como se había pautado, este proceso estará mediado por el Reino de Noruega. 

En el caso de los noruegos se destaca la persistencia, pues esta sería la tercera ocasión en la que intentan concretar un proceso de negociaciones entre sectores de oposición venezolana y la tiranía chavista. Las dos anteriores, propiciadas poco tiempo después de que Juan Guaidó tomara juramento como Presidente Interino de Venezuela, hicieron aguas primero en la propia Noruega y luego en la isla de Barbados.

Aunque se desconoce con exactitud cuál es la agenda de exigencias concreta que han planteado ambas partes, Maduro ha picado adelante en días recientes, precisando que “hay siete títulos en agenda debatiéndose” y que la fase preliminar de la iniciativa avanza satisfactoriamente. 

Este tipo de procesos siempre han favorecido al régimen chavista: en 22 años de negociaciones, nunca la oposición ha arrebatado al régimen ninguna concesión de consideración en una mesa de “diálogo”. Por el contrario, generalmente las mismas han servido o para que el chavismo tome fuerza y gane tiempo luego de experimentar momentos de asedio y debilidad, o bien para dividir a la propia oposición y minar su credibilidaddentro de la opinión pública nacional.

En esta ocasión en específico Maduro parece tener el toro agarrado por los cuernos, pues le basta con comprometer al llamado G-4 a participar en las elecciones regionales y municipales de noviembre para dar estabilidad a su proyecto de poder, al menos por un rato. 

En ausencia de mayores presiones internacionales y con la marcada debilidad de los sectores opositores internos para hacer frente a una tiranía que controla a las Fuerzas Armadas y a grupos delictivos paramilitares, al grupo que capitanea Guaidó no le ha quedado otra opción que intentar ir a buscar en México las mejores condiciones posibles para declarar un armisticio frente al chavismo. Una suerte de retirada en orden o manejo de daños. 

Eso en medio de más de dos años de una narrativa amparada en la existencia de un “gobierno interino” que, amén de ser reconocido formalmente por algunos países de la comunidad internacional, no ha logrado construir ninguna capacidad real de poder a lo interno de Venezuela. Actualmente sigue siendo el régimen criminal de Maduro el que maneja las estructuras burocráticas de todo el Estado. 

Aunque Guaidó insiste en que los suyos irán a México a buscar condiciones para que se convoque una “elección libre”, y se podría asumir que con ello se refiere a unas votaciones integrales (con Presidenciales incluidas), el chavismo no luce para nada dispuesto a someter en discusión la permanencia de Maduro en el poder, por lo que la disputa Presidencial estaría descartada. 

Lo que estaría realmente en juego en México serían otros temas: liberación de presos políticos, cese a la persecución de algunos dirigentes opositores, concesión de algunas garantías mínimas para que el G-4 presente candidatos a Gobernadores y Alcaldes, etc. Todo ello a cambio de que el mundo piense en retirar progresivamente algunas sanciones económicas a la tiranía.    

El momento es especialmente desfavorable para los demócratas venezolanos si se piensa que la administración del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha sido partidaria de alinear su política exterior con respecto al caso Venezuela con aquella que se defiende desde la diplomacia europea, encabezada en este momento por Josep Borrell. Una posición que en los últimos meses se ha caracterizado por ver “aperturas” en el clima político local, evitando presionar a Maduro para exigirle convocar una elección presidencial.

El entorno de mediación tampoco conlleva a tener muchas esperanzas sobre esta iniciativa, pues el último proceso de negociación exitoso conducido por los noruegos fue puesto en marcha en los diálogos de La Habana. Los mismos que sirvieron para conceder impunidad a los terroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y premiarlos con grandes cuotas de representación política en el Congreso de ese país latinoamericano. 

Aunque México es un país con una larga tradición diplomática que le validaría fácilmente para servir de escenario en una negociación como esta, luce en este caso como una apuesta de alto riesgo para quienes buscan un terreno realmente neutral para sentar a chavismo y oposición, puesto que el gobierno del socialista Andrés Manuel López Obrador se ha convertido desde el primer día en un aliado del chavismo en la región. 

Aunque el proceso apenas esté por comenzar es evidente que Maduro parte con claras ventajas sobre su contraparte. Al acceder a entablar conversaciones con los emisarios de Guaidó se muestra además ante el mundo como el actor político racional y civilizado que no es. Su poder para imponer demandas sobre los sectores opositores es evidentemente mucho más grande que el que tiene la oposición para hacerle al chavismo transigir concesiones de consideración. Se trata, en todo caso, de un secuestrador con pistola en mano que obliga al secuestrado a negociar su vida.  

La situación es más grave aún si quienes están llamados a actuar jugando el rol de la policía durante el secuestro prácticamente han dejado relegado (por cansancio o por tener otras prioridades en su agenda) ese papel de coacción. Tal es el caso de la política que a esta altura se observa tanto en los EEUU como en Europa.

Aunque los procesos políticos siempre dejan espacio a la sorpresa, el viento sopla en contra de una transición democrática real en Venezuela en lo inmediato. Lo que está por delante luce más bien como una reedición de antiguos procesos en los que la oposición ha intentado arrebatarle la pistola al chavismo a punta de buenas intenciones, sin éxito alguno. 

Quizá lo que vamos a ver en México es la escena final. Esa en la que el “gobierno interino” asiste para negociar su capitulación disimulada frente al tótem chavista. 

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