«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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la evangelización fue la mayor de las obras de la Hispanidad

México se liberó de Francia, no de España, a quien defendía

Monumento a la Hispanidad en Campeche, México. WIKIMEDIA COMMONS

Cada 16 de septiembre los mexicanos celebran el inicio de la revolución de su independencia, precedido por el primer grito en la víspera, el día 15. Pero el relato ha ido acompañado de una confusión, alegando que fue contra España, cuando en realidad fue contra Francia y en defensa del legítimo rey español: Fernando VII.

En ese entonces, México era la Nueva España y la España peninsular estaba invadida por Napoleón Bonaparte, algo que fue rechazado en toda Hispanoamérica, lo cual produjo las mal llamadas independencias.

La realidad de México es común a todas las naciones. De punta a punta, desde Chile hasta México, surgieron movimientos llamados independistas cuya raíz no era separarse de España sino reconocer al rey legítimo y rechazar al usurpador del trono, el hermano de Napoleón.

«Lo que Hidalgo proclamó en Dolores quizá nunca se sepa. Sin embargo, es razonable suponer que el punto álgido de su discurso incorporaba algo como lo siguiente: «¡Viva Fernando VII! ¡Viva América! ¡Viva la religión! y ¡Muera el mal gobierno!», explica Hugh Hamill en el libro de Jaime E. Rodriguez ‘La Independencia de la América Española’.

También el prestigioso historiador y miembro de la Academia Mexicana de historia, Álvaro Matute, dijo en una entrevista para El Mundo que «No hay ninguna certeza, pero supuestamente el grito original fue muera el mal gobierno».

Sin embargo, el sentimiento anti-español abunda en estas fechas. Desde vídeos que circulan de niñas del pueblo maya alegando que fueron liberadas de un imperio racista y machista, hasta gritos de «mueran los gachupines», que quiere decir «mueran los españoles», paradójicamente en español.

Cuando la realidad demuestra algo muy distinto. Para comenzar, los hispanohablantes son descendientes directos de los españoles que vinieron hasta América. Con lo cual, no se trata de un otro que se fue sino de los ancestros de quienes aquí habitan, entre ellos la niña de apellido Pérez que se ha viralizado con su discurso anti-hispano.


De hecho, resulta paradójico acusar de «machista» a un imperio como el español, cuando Doña Marina, como fue bautizada ‘la Malinche’, fue vendida como esclava por su propia madre al pueblo maya, quien la compró, cual objeto, y luego la entregó (junto a 20 doncellas) como ofrenda los españoles, tras ser derrotados por estos.

Nada menos que el conquistador Hernán Cortés tuvo un hijo con ella, Martín Cortés, un mestizo. Doña Marina fue una mujer profesional que destacó como traductora y que fue propietaria de sus propios bienes, muy distinta a su realidad como bien de los mayas. No obstante, los mexicanos aprenden que ella era traidora, pese a que se liberó de dos pueblos esclavizadores.

Eso, en gran medida, se debe a la descristianización de México, sobre todo en el gobierno de Lázaro Cárdenas, quien determinó que el Artículo 3 de la Constitución pasase de ser educación laica a socialista. Ese mismo mandatario puso a cargo de la Secretaría de Educación Pública (SEP), a republicanos exiliados de la Guerra Civil Española, cargados de una visión anti-española y sobre todo anti-clerical, que llevó a las tropas rojas a matar a 10.000 católicos, en su mayoría monjas y sacerdotes y destruir 22.000 iglesias y estatuas religiosas.

La realidad es que México, particularmente, es ejemplo de cómo en la región los hispanoamericanos son descendientes de la alianza entre indígenas y españoles. Unos 1.300 totonacas marcharon junto a Hernán Cortés para conquistar la capital de los aztecas, Tenochtitlán, para poner fin a un reinado que requería sacrificios de sangre a dioses paganos.

También la Confederación de Tlaxcala combatió junto a España, quien permitió la conservación de sus títulos nobiliarios de los tlaxcaltecas. Como consecuencia, los mexicas construyeron un tzompantli, un muro con 350 cráneos, entre ellos de tlaxcaltecas, otomíes y también de españoles, cuyas mujeres decapitadas estaban todas embarazadas, entre ellas una mulata -lo cual demuestra cuan común era el mestizaje y la presencia de mujeres aún en los primeros años de la Conquista-.

El fin de dicho muro de cráneos era intimidar a los pueblos vecinos para que estos no se aliasen con los españoles, pero logró el efecto contrario. Cambiaron a dioses que exigían sacrificios humanos por un Dios que sacrificó a su único hijo por ellos.

La presencia de la Virgen de la Guadalupe en 1531 fue clave para lograrlo. Se manifestó nada menos que ante un humilde indígena, Juan Diego, para declarar su amor de madre, uniendo como nunca a los novohispanos más allá de razas o clases sociales.

El hecho de que la llamada independencia haya sido protagonizada por figuras del clero muestra su impronta en la sociedad y la inviabilidad de su sentimiento anti-hispano. Pues fue la evangelización la mayor de las obras de la Hispanidad.

Como tal, era la lucha de los tiempos enfrentar el laicismo francés que, lejos de separar la religión del Estado, lo convertía en una religión en sí misma: el culto a la autoridad terrenal. Sin mencionar la etapa que precedió a Napoleón, la Revolución Francesa, que decapitó a los reyes -luego a los propios revolucionarios y hasta a los panaderos por la falta de pan- y reemplazó la misa por el «culto a la diosa razón», dicho proceso se cobró la vida de al menos 40.000 personas.

Por eso, en 1813, Fray Servando Teresa de Mier, recuerda con estas palabras la soflama independista: «No hay remedio: está visto que los europeos nos entregan a los franceses. Veis premiados a los que prendieron al Virrey y relevaron al Arzobispo porque nos defendían. El Corregidor, porque es criollo, está preso. ¡Adiós, Religión! Seréis jacobinos, seréis impíos. ¡Adiós Fernando VII! Seréis de Napoleón».

Pero no fue esa versión la que quedó. Ahora los mexicanos cantan en español contra sus ancestros. Si fuese más difundida la historia de unidad, otro sería el cantar.

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