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DOSIS DE SUPREMACISMO E INCORRECCIÓN POLÍTICA PROGRE

La historia de raza, dinero y poder de Oprah, el Príncipe Harry y Meghan Markle

Capturas de la entrevista de Oprah Winfrey con los Duques de Sussex
Capturas de la entrevista de Oprah Winfrey con los Duques de Sussex

Fuera del territorio de los Estados Unidos, incluso fuera de América, puede ser cada día más difícil entender el horrible conflicto racial que ese país posee. Un conflicto real, con causas y consecuencias reales, donde la discriminación es bidireccional y con un elemento de supremacismo infame que empeora la situación, incluso institucionalmente hablando.

EEUU, Brasil, Cuba y Puerto Rico son los países que entienden el conflicto racial con mejor definición por un tema básico: fueron de los últimos en abolir la esclavitud y de los menos llamados a aliviar las condiciones de los esclavos cuando eran estos el motor fundamental de actividades económicas vitales para cada uno de los países mencionados. Sean en el algodonal del sur de los Estados Unidos o en los cañaverales, cafetales y cacaotales del Caribe colonial español o imperial brasileño, era ley un inmenso paisaje vil con las espaldas negras brillando por el sudor bajo el sol, las bocas sedientas, el rigor del látigo, el cepo y el maltrato, la insalubridad y el hacinamiento, el vejamen, la infamia de las cadenas y los castigos.

Siendo así, en estos países en particular la esclavitud y el vejamen al que fueron sometidos los ancestros, es una certeza para cualquier negro. No así en Venezuela, donde la laxitud del sistema esclavista fue norma desde que la actividad principal dejó de ser la exportación de cacao para ser la explotación ganadera, en la segunda mitad del siglo XVIII. Da cuenta el propio Humboldt de como la esclavitud venezolana le parecía una cosa simplemente escrita en el papel, pues si bien había legalmente esclavos, en los hechos una inmensa población mestiza daba cuenta de lo poco rigurosos que eran los colonos blancos con el tema racial a la hora de amancebarse. Esclavos que estaban fundamentalmente atados al trabajo en el ámbito doméstico, donde sí que eran sumamente requeridos.

Ejemplo de esto podría verse en el caso de la familia Bolívar: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, hijo de don Juan Vicente Bolívar y Ponte con su esposa Doña María de la Concepción Palacios y Blanco, tuvieron para todos sus hijos nodrizas negras. La fragilidad de la salud de la madre así lo hacía conveniente, razón por la cual al futuro Libertador de América lo amamantaría la negra esclava Hipólita.

Y para que el niño no se aburriera, tenían a Matea, una negrita de la misma edad de Bolívar que tenía como temprano trabajo ser la compañera de juegos del inquieto niño que atormentaba  desde su más tierna edad a familiares y amigos visitantes y vecinos de la imponente hacienda San Mateo de los Valles de Aragua.

Sí amigos. Ese minúsculo hombre que a lomos de una mula y con una escasa ruana y sencillas alpargatas recibiría en los predios de Santa Ana (Trujillo, Venezuela) al Capitán General Pablo Morillo y Morillo, Conde de Cartagena y Marqués de La Puerta para firmar el Armisticio de 1820, fue amamantado por una negra, bañado, vestido, alimentado y correteado por negros que muy seguramente lo acostumbraron a escuchar las canciones, los cuentos y leyendas de la negritud de entonces.

Uno de los tormentos de Fernando VII fue, pues, producto del mestizaje cultural presente en la Capitanía General de Venezuela, espacio donde hasta el día de hoy, el racismo, que existe disfrazado detrás del clasismo y la xenofobia, ha tenido sin embargo muy bajos decibeles. ¿Por qué? Porque bueno, si hasta el propio Libertador fue amamantado y criado por negros, hombre… ¡qué más da!

Los negros de Brasil, Cuba, Puerto Rico o Estados Unidos, en cambio, están en otra frecuencia. Los blancos también. Porque muy probablemente a un negro de la generación de Morgan Freeman o de Miles Davies o de Oprah Winfrey, se le viene a la mente los cuentos de algún abuelo con marcas de cadenas en los tobillos.

Es mucho más probable para ellos haber escuchado relatos de la esclavitud de sus ancestros que, por decir algo, para mí. Porque en mi mestizo árbol genealógico se perdió el origen del primer ancestro venido encadenado en quien sabe cuál barco negrero a las costas de Venezuela. En el de un negro de los Estados Unidos o Cuba o Brasil o Puerto Rico, muy seguramente no.

Se recuerda al abuelo esclavo negro. Y por supuesto que se recuerda al esclavista blanco, al comerciante negrero y al capitán del barco que alimentaba, desde el África, al mercado de la trata de esclavos que hacía posible que una Hipólita amamantara a un Bolívar en una anodina Capitanía General enclavada entre el Caribe y Los Andes.

‘Mejorar la raza

Este término colocado en el subtítulo, era una fórmula legal usada en tiempos coloniales americanos para referirse a la unión de un sujeto de raza inferior con un objeto de raza superior en el sistema de castas. Así, si un negro desposaba a una india, estaba por defecto mejorando la raza, pues sus hijos no serían de vientre esclavo y su raza estaría por encima de la de su padre negro. No serían ni indios ni negros sus descendientes, sino mestizos o pardos, pero más exactamente serían, al menos en Venezuela, zambos. Un zambo es el descendiente de negro con indio.

Extremo que en el caso de los Estados Unidos, con otras prácticas y otras normas, no eran muy bien recibidas. De hecho, en las famosas leyes de segregación racial vigentes en el sur de ese país hasta los años ’60 del siglo XX, no se hablaba de “negros” ni de “afroamericanos” sino de “colored people”. Estrictamente traducido, gente coloreada, traducido con más recato como gente de color.

Es así entonces más amplio el concepto. El zambo venezolano sería en Estados Unidos un hombre de color y probablemente criado como uno. Con sus valores, antivalores, complejos, virtudes, etc.  

A Oprah Winfrey se le mencionaba, antes de los movimientos de la corrección política en el lenguaje, como la mujer negra más importante del siglo XX. Y si es por el valor de su imagen, la facturación que logra por sus programas y la proyección que hace de su imagen, por encima incluso de la mayoría de los políticos de su generación, pues parece que es verdad.

Y es allí donde empiezan los problemas, pues en las definiciones pueden esconderse los complejos de una sociedad como la de los Estados Unidos. Ya no puede decir que es la mujer negra más influyente, es que no ha habido en la historia de los EEUU una mujer, de cualquier raza, más influyente que ella. Eso al menos dicen las publicaciones especializadas de su país. La conocida revista Forbes, cuyo ranking de millonarios es referencia mundial, dejó de llamarla “mujer negra influyente” o de referirse a su raza para hablar de su influencia o del significado de su popularidad.

Es entonces la raza un problema cuando se tiene que hacer un análisis en los Estados Unidos. Sin duda, la raza de Oprah Winfrey debe ser considerada como elemento de interés a la hora de hacer la debida valoración de sus logros. Pero se va más lejos si el tema es una aspiración política.

Oprah coquetea con la idea de entrar a la política desde hace bastante rato. Desde antes de Obama, incluso. Es obvio. Nada extraño además, pues el mundo del espectáculo de los EEUU ha estado siempre en una especie de raro concubinato con la política, en ambas orillas partidistas.

Desde Ronald Reagan saltando de los western a la gobernación de California y a la presidencia, pasando por un Clint Eastwood o un Arnold Schwarzenegger, Hollywood siempre esta sobrevolando las opciones políticas. Oprah estuvo, por mucho, sobre Trump en las encuestas previas a las elecciones del 2020 y más de un desprevenido apostaba a que se materializara esa candidatura, para algunos la única capaz de detener al “titán” de Mar-a-Lago.

No hicieron falta ni Oprah ni mucho más que un Biden para sepultar a Trump de una manera que será polémica y extraña a pesar del paso de los años.

¿Presidenta Oprah?

Pero revisemos bien. ¿Sería Oprah Winfrey una candidata presidencial que represente algo distinto a Trump?

En realidad, una futura carrera política de Oprah sería una especie de emulación desde la acera de enfrente de la incursión de Trump.

Estamos hablando de una persona super millonaria gracias a su imagen, gestionada con audacia por ella misma durante años. Conocida y querida nacional e internacionalmente, ícono para muchos de lo que significa el éxito y la proyección personal, digno de imitar.

Con nula experiencia en administración pública o formulación de leyes, pero con unas posiciones públicas que algunos sienten como lógicas y aplicables.

Una persona popular que solo necesita un empujón para llegar al populismo que ayuda a ganar elecciones, diría un cínico experto en marketing electoral.

Podría entonces con Oprah, estar en este momento pasando una de tres cosas: podría estar preparando algún tipo de incursión política que la convertirá en la versión progre y afroamericana de Trump, con las mismas dosis de supremacismo e incorrección política, pero desde la minoría y la condescendencia de sociedad y medios. O podría quizás estar entendiendo que le sería muy rentable influir sobre los políticos que gobiernen, más que ser una de ellos.

O quizás simplemente, estamos ante otra Warren Beatty, quien fue presidenciable desde Bonnie and Clyde y hasta Dick Tracy, sin dar nunca el salto que se esperaba de él en su partido, el Demócrata.

Se vuelve a hablar de Oprah

Pero lo que realmente hace que se vuelva a hablar de Oprah, más que su fallida incursión política que se auguraba para 2020, es su regreso a la polémica frente a las cámaras. Polémica que trasciende las fronteras de su país y cruza el Atlántico.

Fue ella la encargada de escuchar las cuitas de Meghan Markle, la esposa del príncipe Harry de Inglaterra. Los Duques de Sussex, padres de un niño y en espera de su segundo vástago, han concedido una entrevista a Oprah Winfrey que será emitida en EEUU el 7 de marzo. Firmes en su tradición de discreción y alejamiento en términos generales de las entrevistas intimistas de este tipo, el asunto ha sido demasiado para Buckingham.

Puede deducirse dicho malestar con solo conocer el contenido del comunicado real que anuncia la separación completa de sus deberes como servidores de la corona de los Duques, residentes en Los Ángeles y entregados por completo a la crianza de su hijo Archie. El comunicado habla de la “tristeza” de la Reina por la decisión y de la “comprensión” de la no obligatoriedad de informar a la corona cuando la pareja decida hablar con los medios.

Es obvio que la entrevista no es una modélica y controlada conversación donde se exponen los bellos aspectos luminosos de una pareja y de una familia. Es lógico pensarlo, pues ni es el carácter de los entrevistados, ni el de la entrevistadora, el mantener conversaciones asépticas y aceptables para el establishment.

No es Harry un Simón José Antonio, de colonia española del siglo XIX. Ni siquiera es un orgulloso colono de los amplios dominios de su abuela, esa Commonwealth repleta en su mayoría de minorías raciales. Minorías raciales a la que pertenece su esposa Megan, Duquesa y madre de sus hijos.

Doña Meghan Merkle, si bien se considera a sí misma como mestiza, para la prensa inglesa las definiciones son distintas. Fue marcada como una forastera en ese universo.

Obviamente, no es la Capitanía General de Venezuela, ni hay alegatos de “mejora de raza” alguna. Pero algo hay.

Mucho se le ha debido aceptar a ciertos miembros de la familia real desde que Jorge V falleciera y dejara el poder en manos de herederos díscolos y bisoños. Sirvieron de mucho más los bisoños que los díscolos, si vemos al padre de Isabel, rey obligado por abdicación de su hermano díscolo.

Isabel, súbita heredera, ha sabido mantener una posición. Ha resistido a los escándalos propios y de los suyos. Resistió al divorcio de sus hijos, al escándalo de las entrevistas de hijos y ex esposas de sus hijos. Resistió al viento en contra de la opinión pública a la muerte de Diana de Gales y todas sus consecuencias.

Falta ver qué se trae Oprah, a todas estas. Pues conociendo los complejos y los vericuetos de la progresía demócrata, nada de extraño tendría que haya sido el programa de Oprah el escogido para sacudir sobre la casa Windsor oprobiosas alegaciones de racismo o xenofobia, alegatos que puedan llevar todo el veneno de una peso pesado de la opinión pública, capaz de desatar la furia suficiente contra las monarquías europeas, desde la otra orilla del mundo, sin comprender muy bien de qué se trata esto de las familias reales, sus deberes y particularidades.

Sin duda, se pueden tener muchos temores. Lo que si es seguro, es que después de emitida la entrevista, Oprah seguirá allí, siendo Oprah.

Desafortunadamente para su épica, Isabel y la casa Windsor, llevan allí mucho más tiempo, aguantando tormentas. Y ganando en buena lid.

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