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El sometimiento de socialistas y populares a la Agenda 2030 facilitará las cosas

PP-PSOE: así se prepara el camino a la gran coalición

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al líder del PP, Pablo Casado. Europa Press

El pasado miércoles Bieito Rubido -ex director de ABC y ahora al frente de El Debate, medio impulsado por la Asociación Católica de Propagandistas-, dijo con claridad lo que muchos piensan pero no todos dicen: PP y PSOE deberían gobernar juntos: “El PSOE y el PP deberían unirse de verdad en las grandes cuestiones de Estado. El día que PP y PSOE hagan una gran alianza… decir: ‘oye gobierna la lista más votada, yo te apoyo cuando seas la lista más votada y hacemos un gran consenso sobre las grandes cuestiones de España’. Ese día España habrá progresado espectacularmente. ¡Pero cómo es imposible!… estamos ante una clase política cainita y con luces cortas”.  

De momento, este deseo no se escucha ni en Génova ni en Ferraz y es probable que no lo manifiesten hasta después de las próximas elecciones generales, donde ya no será necesario esconder las cartas. Entonces sabremos que el pacto está cerca cuando la mayoría de los satélites mediáticos que orbitan entre Teodoro y Bolaños reclame -todos a la vez y de manera espontánea, por supuesto- un pacto de Estado entre socialistas y populares. La fórmula -gran coalición a la alemana o gobierno de un solo partido apoyado por el otro desde fuera- será lo de menos, porque lo esencial se habrá logrado: el fin de la ficción del enfrentamiento cainita izquierda-derecha.

En esto llevan tiempo algunas voces más o menos influyentes y otras que sí lo son, que además tienen la amabilidad de decirlo sin ambages. Es el caso de los grandes empresarios y el Ibex 35, tradicionalmente partidarios de que todo cambie para que todo siga igual. PP y PSOE representan para ellos un valor seguro, y tras las dos elecciones generales de 2019 hubo reivindicaciones a favor de un pacto entre PSOE y Ciudadanos, en abril, y otro de PSOE y PP, en noviembre, para evitar la entrada de Podemos y el separatismo en el Gobierno. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, dijo dos días después de las elecciones del 28 de abril que Rivera y Casado deberían abstenerse para dejar que gobernara Sánchez, “ya que es quién ha ganado las elecciones”. Fue interesante escucharle decir que la patronal se sentiría “cómoda” con un Gobierno socialista, “todo lo que gire alrededor del centro izquierda, como en otro momento del centro derecha, será lo mejor”. Esta declaración de intenciones se entiende, en parte, por la escasa independencia que tiene la mayoría de las empresas del Ibex 35 respecto al poder político. Esto se debe a que muchos proceden del sector público o padecen una regulación excesiva. Las puertas giratorias, desde luego, tampoco ayudan a la credibilidad ni del Ibex 35 ni de la clase dirigente.  

La legislatura avanza confirmando el hundimiento de Podemos, lo que dificultará la reedición del pacto Frankenstein de Sánchez. Ese escenario y que el PP no acaba de despegar por la falta de liderazgo de Casado, empujará a ambas formaciones a plantearse que gobierne la lista más votada. O incluso un gobierno de coalición, lo que hoy se antoja improbable pero que, de confirmarse, supondría un hito mucho mayor que el del actual Frente Popular. Porque, ¿quién lideraría entonces la oposición? Sería la primera vez en 40 años que ni PP ni PSOE lo hicieran. No es un dato menor. Y sería divertido -disculpen la maldad- ver, por ejemplo, al ABC y a El País o la COPE y la SER hacer malabares ante sus lectores y oyentes para disimular que en realidad están defendiendo al mismo Gobierno.   

Este proceso se aceleraría si los socialistas sacan adelante los presupuestos de Moreno Bonilla en Andalucía. El pacto se venderá en pos de la estabilidad no sólo de la región, sino en clave nacional, y nadie recordará la historia reciente de corrupción, prostíbulos y cocaína del PSOE andaluz, reconvertido en partido socialdemócrata alemán en cuanto las terminales mediáticas, patronal y sindicatos toquen el silbato. 

Tampoco se rescatarán hechos más recientes, como las agresiones de Sánchez -al que desligarán del PSOE también cuando sea menester- al Estado de derecho. El sanchismo es el problema, el PSOE la solución. Casado ya dijo hace poco en la SER que se trata de “un gran partido”, pues “hemos hecho la Constitución, hemos conseguido entrar en Europa…”. 

De este modo el PP se tragará algunos sapos incómodos como los indultos (normalizados ya por la bendición de la CEOE y la Conferencia Episcopal), los pactos con Bildu y los golpistas, la Mesa de diálogo, la complicidad en los homenajes a los terroristas y borrones mayúsculos como la inconstitucionalidad del primer estado de alarma. Casado hará como si aquí no hubiera pasado nada, incluso, haciendo de la necesidad virtud, podrá decir que pacta con el PSOE precisamente para evitar todo esto.

Si hay que identificar el momento bisagra de la legislatura éste ocurrió en la moción de censura del año pasado. Casado no sólo votó en contra de echar a Sánchez, sino que atacó a Abascal en un sorprendente discurso en el que marcaba distancia ¿definitiva? con VOX, al que acusó de seguir “una estrategia irresponsable y corrosiva para España”, ser “el socio en la sombra de este Gobierno” y “enfrentar a la sociedad, para hacer imposible la convivencia”. El líder del PP, elogiado en la cámara por Lastra, Sánchez e Iglesias, sentenció: “Es la hora de poner las cartas boca arriba. Hasta aquí hemos llegado”. 

Soltadas las amarras, Casado (o el que le sustituya) ya tiene el camino expedito hacia un pacto que, en lo ideológico, no supondrá mayores traumas. El sometimiento de socialistas y populares a la Agenda 2030 (globalismo, fomento de las multinacionales en detrimento del productor nacional, cambio climático, control de la población, inmigración masiva, feminismo, ideología de género, cesión de soberanía, etc) facilitará las cosas. La prueba del algodón se aprecia a diario en Bruselas, donde no sólo ellos, sino todos los partidos europeos de centro-derecha y centro-izquierda van de la mano en cuestiones fundamentales como las citadas. En la vigente legislatura PP y PSOE han votado juntos el 70% de las veces en el Parlamento Europeo. 

En España también hay sinergias reveladoras. En Ceuta, donde gobierna el PP, el partido de Casado ejerce -junto al PSOE y los pro marroquíes- un cordón sanitario contra VOX. Hay más. El jueves en el Congreso los populares votaron al candidato propuesto por el PSOE como representante de las Cortes Generales en la ‘Conferencia sobre el Futuro de Europa’. Todos los grupos se pusieron de acuerdo en la Comisión Mixta para la Unión Europea para votar al socialista Pere Joan Pons Sampietro. El otro candidato, Iván Espinosa de los Monteros, sólo obtuvo los votos de su partido.

Los hechos respaldan un pacto que no tardará en llegar. Y una vez formalizado, ¿qué podremos esperar de ese mitificado consenso formalizado al fin en un acuerdo de Gobierno? Pues más setentayochismo, claro, más autonomismo y cesión de competencias protagonizado por quienes ansían salir en la foto de la segunda Transición. Los estatutos de autonomía de segunda generación ya no contentarán a los caciques autonómicos inmersos, a calzón quitado, en la federalización de España. Ahí veremos la nueva relación de Cataluña con el Estado, eufemismo que oculta la ruptura definitiva de España con el aplauso de patronal, sindicatos, medios de comunicación y, veremos, si hasta de la Iglesia.     

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