No sé cómo va a acabar esto, pero algo sé: es muy gordo, y me pregunto qué van a hacer los ‘medios de prestigio’ que llevan semanas ignorándolo, haciendo como que ha ganado Biden sin disputa, a excepción de los esperables y patéticos gruñidos de Trump, para explicar a sus usuarios por qué no les han contado nada de lo que, más temprano que tarde, nos estallará a todos en la cara.
Porque no va a menos, sino a más, a mucho más. Imagino que la esperanza de los medios era que funcionara su Muro de Invisibilidad y los jueces amigos para que las protestas de los trumpistas se ahogara en un estanque de ridículo e indiferencia. Es no conocer a Trump.
Es como si la realidad se hubiera bifurcado y nos permitiera vivir en dos universos paralelos. En uno, Biden ha ganado las elecciones, el mundo se regocija, llegan de todos los rincones los parabienes; el nuevo presidente empieza a repartir nombramientos, que se debaten entre analistas y opinadores, y la Era Trump es solo un mal sueño que se desvanece y contra cuyos responsables habrá que actuar tarde o temprano.
En el otro, Trump ha ganado por goleada y le han arrebatado la victoria casi en el último momento con el mayor fraude electoral de la historia de Estados Unidos que sus hombres contestan, denuncian, investigan, documentan. Cada vez son más los indicios, las pruebas, los datos, incluso los jueces y gobernantes implicados.
La idea de que ha habido fraude se impone sobre cualquiera que eche un vistazo a los datos, a los números, a las imposibilidades matemáticas. Trump, lejos de ir haciéndose a la idea de conceder, se muestra más seguro y peleón a cada momento. “¡Vamos a ganar este asunto! ¡No nos vamos a rendir!”, declara en una vista sobre la integridad de las elecciones celebrada en Phoenix, Arizona, con la que se comunica telefónicamente por sorpresa.
“He asistido a los testimonios y son fascinantes, increíbles, y quiero daros las gracias. Es algo muy valiente, y sé que muchos están bajo presión, pero muchos más se ganarán la gratitud del pueblo americano”, empieza diciendo.
Se va calentando a medida que entra en harina. “Es la primera vez que alguien se les resiste. Las elecciones de 2020 fueron amañadas, fueron una estafa, el mundo entero está mirando y se ríe de nosotros”. Con todo respeto, presidente: la abrumadora mayoría del mundo no ha oído una sola palabra sobre el fraude, no, desde luego, de sus medios habituales.
“Expulsaron a los observadores de los edificios o les obligaron a mantenerse a mucho distancia… Había gente que llegaba a votar y les decían: “Lo sentimos, pero usted ya ha votado”. Esto muestra lo arrogantes que son los demócratas y otros robando unas elecciones, porque lo que están intentando hacer es robarlas”.
En cuanto a su propia reacción, a sus planes, señala: “Para mí el camino fácil, lo que todo el mundo decía, era “oh, centrémonos en 2024, señor, centrémonos en 2024”. Pues no, tengo que centrarme en hace dos semanas, porque esta es la mayor estafa jamás perpetrada en nuestro país. Esta es la gorda”.
Y, sí, es la gorda. Con todo lo que vamos saliendo, la atención ya no está tanto en las cifras del fraude como en la pregunta siguiente: ¿quién está detrás de esta enorme operación? Porque las penas por un delito electoral no son moco de pavo, y la gente mira hacia quienes más se benefician de este crimen. Que podría ser aún más grave e incluir la alta traición, si se prueba la participación de terceros países no especialmente amistosos con Estados Unidos, como Venezuela, Irán… Y China. Leo que, según registros de la Security and Exchange Comission (SEC), el regulador bursátil estadounidense, la empresa matriz del ya infame Dominion Voting Systems recibió 400 millones de dólares procedentes de un banco de inversión en Suiza propiedad en un 75% del gobierno chino.
Mientras, en Winsconsin, el equipo de Trump ha determinado que los abusos con las papeletas de votantes no presenciales afectan a 220.000 votos.
Por su parte, los diputados republicanos de la Asamblea General de Pensilvania aprobaron formalmente una resolución conjunta declarando los resultados electorales en disputa y reservándose el poder, consagrado en la Constitución, de designar a los electores para el colegio electoral que habrán de votar el presidente en nombre del estado.
Me muero por verle la cara a Ferreras cuando tenga que informar de todo esto.