En Estados Unidos, el que por estos pagos es el Día de la Hispanidad es el Día de Colón, Columbus Day. Tanto da, podrá pensar el lector, pero ahí se equivoca: en su proclamación por la magna festividad, el presidente Donald Trump ha elegido lanzar un guiño, no a la creciente población hispana, electoralmente esencial, sino a la italoamericana.
Los historiadores pueden ver en los orígenes del descubridor de América un misterio aún no aclarado con certeza, pero Trump no tiene dudas: Colón era italiano. Ni siquiera catalán, para disgusto del Institut de Nova Historia. «Aunque España patrocinó su viaje, Colón era, en realidad, un ciudadano orgulloso de la ciudad italiana de Génova. Cuando celebramos los tremendos pasos que nuestra nación ha dado desde su llegada, reconocemos las importantes contribuciones de los italoamericanos a la cultura de nuestro país, sus negocios y su vida cívica», sostiene Trump en la proclamación que ha saludado este día.
Es curioso, porque si hay un grupo étnico, un colectivo de “americanos con apóstrofe”, que va a decidir estas elecciones es el de los hispanos, sin duda alguna.
Hay que entender, para empezar, que el Partido Demócrata es una especie de confederación de tribus, en cierto sentido como lo es la izquierda en todo Occidente: minorías raciales, LGTBQ, feministas, musulmanes, animalistas y, en general, todos los grupos de víctimas autodesignadas. Esto exige en sus líderes un continuo ejercicio de equilibrismo retórico, porque las tribus son en esencia incompatibles ente sí y solo están unidas contra la cultura representada por Estados Unidos hasta la fecha.
Las encuestas son inútiles, como se comprobó en las pasadas elecciones, más un instrumento de propaganda que una herramienta de predicción electoral.
Y, entre estos grupos, están los ‘hispanos’, que allí no es una categoría vaga de libre designación, sino un cuadradito que hay que marcar en determinados papeles del censo en el apartado ‘raza’. Uno es ‘hispano’, a efectos burocráticos, como podría ser negro u oriental, ya sea rubio con ojos azules o un amerindio sin una gota de sangre europea en la sangre.
Cualquiera puede darse cuenta del error de considerar a esta masa heterogénea como un ‘voting block’, pero los demócratas no parecen haberlo notado. Tienen a los hispanos como parte de su ‘plantación’ de votantes a los que halagan ritualmente con algunas frases en un, por lo común, chirriante español y, sobre todo, con una política de inmigración de fronteras abiertas y ‘amnistía’ para los millones -que podrían rondar los veinte- de indocumentados ya en el país.
Solo que los hispanos parecen tener sus propias ideas y cada vez tienen menos claro que el demócrata sea su partido. Las encuestas son inútiles, como se comprobó en las pasadas elecciones, más un instrumento de propaganda que una herramienta de predicción electoral. Pero Donald Trump parece estar haciendo el milagro que intentó sin éxito su predecesor Bush Jr.: hacer que los hispanos, en una proporción bastante significativa, vote por un presidente republicano. ¿Cómo es posible? ¿No es Trump el candidato que hizo famoso el muro con México, que ganó con la promesa de impedir la entrada de cualquier inmigrante ilegal en el país?
“Ilegal” podría ser exactamente la palabra que explicara la paradoja. Porque, sí, la preferencia por Trump se mantiene entre los hispanos e incluso aumenta, aunque aún esté por debajo de Biden en esta heterogénea población. Según la última batería de encuestas, Trump podría recibir hasta el 38% del voto hispano, cuando en 2016 obtuvo el 28%, ya un logro para un candidato republicano.
Y es que, según los últimos estudios demoscópicos, los hispanos nacionalizados estadounidenses, especialmente los de segunda generación, no ven especialmente atractiva la idea de que se abran de par en par las fronteras y que entre aquí el que quiera.
Con el coronavirus aún coleando, las cosas están aún más claras. Una encuesta del Washington Post ha preguntado a un universo de americanos qué les parecería cerrar las fronteras del país mientras dure la pandemia. La mayoría aceptaría la medida pero, sorprendentemente, eso incluye a los hispanos, de los que solo un 30% se opone.
Por otra parte, la población hispana no ve con el mismo entusiasmo que la anglosajona la panoplia de cesiones a la ideología de género, el feminismo radical o las tesis LGTBQ que el Partido Demócrata pretende universalizar aún más de lo que ya están en el país y, siendo al menos nominalmente católicos en su mayoría, tampoco comparten masivamente la obsesión del partido del burro con la expansión del aborto.