«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Hombres vs mujeres

Un reciente estudio del BBVA en el que analiza las causas por las que mueren los españoles ha venido a demostrar una vez más que, al menos en lo biológico, hombres y mujeres seguimos siendo diferentes.

El referido estudio señala que en la mujer la causa más común de muerte es el ictus, ya sea por trombosis o hemorragia cerebral y que, además, sus expectativas de vida son superiores a las del varón; algo que ya se sabía. Por el contrario, la causa de fallecimiento más común en el hombre es el infarto de miocardio. En conjunto, las enfermedades vasculares, al día de hoy, siguen siendo las principales causas por las que muere el ser humano en el mundo occidental y dentro de ese mundo en el que España se incardina, la peor parte se la lleva el sur donde en regiones como Canarias, Andalucía y Extremadura la enfermedad vascular ataca a ambos sexos de una manera más agresiva que a los que viven en latitudes más septentrionales.

Resulta curioso y hasta paradójico estas diferencias regionales por cuanto cabría pensar que la benignidad del clima, los modos y estilos de vida y hasta la alimentación podrían favorecer las expectativas de vida de los que allí viven y, sin embargo, los datos de este estudio señalan justamente lo contrario; algo que también se sabía.

Anecdóticamente, y en base a estos datos epidemiológicos, podríamos decir que mientras que la mujer es más “cerebral” a la hora de morir el hombre, por el contrario, muere más de “corazón”. En algo tendríamos que diferenciarnos unos y otras a pesar de que el colectivo feminista se empeñe en hacer un indiscriminado totum revolutum ignorando que hombres y mujeres vivimos mucho mejor en un mundo donde estas evidentes diferencias biológicas hacen que la sociedad en su conjunto viva no solamente más feliz sino que además el género humano se perpetúe.

La violencia de género es, desgraciadamente, otra cosa que nada tiene que ver con lo que acabo de decir. Eso pertenece al mundo de la criminalidad en el que la testosterona juega un papel determinante, muy difícil de controlar, por más represoras que sean las leyes y por cautas que sean las precauciones a adoptar. Una abominable lacra social derivada de un anacrónico atavismo que se pierde en la noche de los tiempos. 

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