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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Madrid, 1937: así mataron a un portero del Atleti

Cuando el crimen político era parte del paisaje, una céntrica pensión dio discreto alojamiento a personas marcadas como posibles víctimas. La dueña se llamaba Nicolasa Sánchez Pindado.

Alguna fuente le ubica en la embajada mexicana, pero es casi seguro que Manuel García de la Mata fue huésped de Nicolasa. Este ingeniero y exguardameta del Athletic de Madrid formó parte de la histórica plantilla fundadora del estadio Metropolitano (donde vibraba aquel recinto, se encuentra hoy la plaza de la Ciudad de Viena) y compartió trágico final con muchos de sus compañeros. Manuel no era tan famoso como la mayoría de ellos porque casi siempre le tocó el papel de reserva y por eso su asesinato provocó menor estremecimiento popular que las pérdidas de Monchín Triana, Olaso, Ángel Arocha o Miguel Durán “Pololo”, tiroteado durante la Revolución de Asturias. Existe una imagen de varios futbolistas colchoneros sonriendo a la cámara de forma viril, hasta con aire aristocrático, y de todos ellos sólo dos no se dejaron la vida en muros de fusilamiento o enfrentándose cara a cara con la muerte. El Atlético de Madrid -entonces Athletic- sufrió de forma muy especial las consecuencias de la guerra.

Pese a no haber logrado tanta fama como otros, la vida del arquero rojiblanco también tiene miga. Gaditano de nacimiento e hijo de un marino, arribó al mundo del fútbol justo cuando este deporte comenzaba a ocupar titulares y secciones fijas en prensa. De la Mata demostró además la voluntad necesaria para terminar al mismo tiempo los estudios de ingeniería y ejercer después esa profesión tan vinculada al club colchonero y a aquel plantel de los veinte -glorioso, histórico- que cabalgaba sin saberlo hacia la tragedia.

Del mismo modo, su hermano José Enrique lució la camiseta de varios equipos e incluso la del Madrid. De hecho, era el socio número uno del club merengue al sobrevenirle la muerte (mediados de los noventa, primavera) y mucho antes rechazó una oferta de Santiago Bernabéu para formar parte de su junta directiva. Sin embargo, llegó a ejercer las funciones de presidente en la Federación Castellana de Fútbol o de tesorero en la española.

A Manuel, el hermano rojo y blanco, le pilló la guerra en la capital. Allí, un barrio tan reciente como el de Usera fue escenario bélico de máxima importancia y bastión estratégico republicano cuya defensa fue encomendada a la 36 Brigada Mixta. Su primer comandante combatió luego con la Unión Soviética y fallecería en una cárcel española de los años sesenta. Este personaje, Justo López de la Fuente, parece probable que autorizase cierto plan macabro, diabólico, ejecutado por los capitanes Casimiro Durán y Juan Cabrera: consistía en ganarse la confianza de hombres y mujeres desafectos al Régimen para ofrecerles la posibilidad de arribar a zona sublevada previo pago de importantes sumas de dinero. Además, aconsejaban a las futuras víctimas portar el mayor número posible de alhajas. Se suponía que un túnel excavado en Usera les llevaría sanos y salvos a lugar donde no ondeara la bandera tricolor, pero la realidad era bien distinta: todos iban a morir en un odioso chalet.

Imaginemos el Madrid de octubre del 37, plagado de adornos y motivos que conmemoraban el vigésimo aniversario de la Revolución rusa. Fue entonces cuando Casimiro y Cabrera inauguraron tan maquiavélica actividad, señalando como primeras víctimas a algunas personas que habían elegido como refugio la embajada del Paraguay. Pero los represores también tenían echado el ojo a la pensión de Nicolasa, situada en la calle Ventura de la Vega. Las malas lenguas -y también veraces, al parecer- hablan de trato íntimo entre el capitán Cabrera y la dueña del negocio, aseguran que el represor fue a vivir allí durante el anterior verano y apuntan a la presencia como inquilino de Manuel García de la Mata. No estaban muy lejos (aunque parecieran cosa de otro siglo) aquellas tardes de frenesí futbolístico y primeros derbis entre rojiblancos y merengues.

Ahora, sin embargo, mostraba la vida su cara más cruel y al meta atlético le tocó sufrir el engañó, la detención, el robo, posiblemente un cruel interrogatorio y -por último- el asesinato a sangre fría. Los infortunados, muchos de ellos reconocibles como parte de la aristocracia madrileña, hallaron el final de un disparo o mediante la asfixia. Manuel murió el 30 de octubre.

Además del exfutbolista, el chalet de Usera (calle Alfonso Olivares) fue la última y nada querida morada de Serafín Sánchez Pintado –hermano de Nicolasa-, de cinco hermanos o del joven Manuel Toll Mesía, que con la hebilla del cinturón acertó a grabar esta frase sobre la pared: “Nos han preparado una encerrona y traído a esta casa con otros quince más. Espero nos matarán. Sea la voluntad de Dios”. También hubo mujeres entre las víctimas. Tras la entrada del ejército franquista, fue descubierta una fosa común con sesenta y siete cadáveres.

Justo de la Fuente -el comandante de la 36 Brigada Mixta- cruzó la frontera, se exilió en Francia, pasó después a la URSS, participó en la Segunda Guerra Mundial, le condecoraron cuatro veces y durante la década de los sesenta solicitó el regreso a las autoridades españolas. La España de Franco lo concedió -sí, al considerado responsable de aquellas matanzas-, pero Justo aprovechó para integrarse en el PCE como miembro destacado. Detenido, Le juzgaron y condenaron a prisión junto al hijo de un ministro franquista. Moriría de cáncer en 1967.

Aunque algunos fueron trasladados a otros cementerios -como el de Paracuellos-, la mayoría de los asesinados dentro de aquel tétrico chalet reposan hoy en la cripta del colegio Nuestra Señora de la Providencia, Usera. A Manuel García de la Mata le robaron la vida cuando sólo contaba treinta y cuatro años de edad.

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