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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La Ley de Memoria Histórica, una herramienta para asesinar la memoria de las víctimas del comunismo

La noche del 6 al 7 de noviembre de 1935 eran asesinados por pilstoleros comunistas dos jóvenes militantes de Falange en la calle San Vicente de Sevilla. Eran Eduardo Rivas y Jerónimo Pérez de la Rosa. Pintor y estudiante de 21 y 19 años. Varios pistoleros comunistas, según declararon los testigos, les rodearon y abrieron fuego contra ellos. Mataron en el acto a Rivas y dejaron malherido a Pérez de la Rosa, que llegó andando a una casa de socorro próxima, donde murió ahogado por la sangre que le encharcó los pulmones.

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Jamás se investigó el crimen en profundidad. La policía abrió diligencias, pero no terminó la investigación ya que la cerró a las pocas horas. El estudiante era una persona muy respetada en los ámbitos universitarios y la Universidad de Sevilla declaró un día de luto y cerró sus puertas durante ese día en homenaje a la víctima.

Rivas era hijo de un comisario de policía, pese a la insistencia de su padre, desde el ministerio de Gobernación se ordenó no depurar responsabilidades para evitar encrespar los ánimos de las milicias de izquierdas.

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Estas dos víctimas de pistoleros comunistas vuelven a ser asesinados hoy en Sevilla. Y es que el Ayuntamiento de la capital hispalense ha decidido aplicar la Ley de Memoria Histórica y retirarles las calles que les recordaban en esa ciudad. Una nueva muestra del carácter revnchista con el que se está aplicando esa legislación ya que son dos víctimas que fueron asesinadas antes de la Guerra Civil. Por lo tanto no son susceptibles de ser afectadas por la ley que promulgó Zapatero.

Esa ley establece que “Las Administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura. Entre estas medidas podrá incluirse la retirada de subvenciones o ayudas públicas”.

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Evidentemente ninguna de estas dos víctimas inocentes pudieron exaltar la sublevación militar porque fueron asesinados ocho meses antes de que se produjera. Tampoco, por lo tanto pudieron paticipar en la Guerra Civil y, mucho menos, en la represión posbélica. Pero la izquierda que gobierna en el consistorio sevillano, con el voto favorable -y cobarde del Partido Popular- han decidido volver a asesinarlos, en este caso asesinar su memoria, no dejando rastro ni recuerdo de los crímenes cometidos por los comunistas españoles.

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El caso no fue una cuestión menor. En su momento, José Antonio Primo de Rivera, entonces diputado en el Congreso, habló de este tema en sede parlamentaria. Por su interés, reproducimos a continuación sus palabras:

LOS MUERTOS DE LA FALANGE EN EL PARLAMENTO

(Discurso pronunciado en el Parlamento el 8 de noviembre de 1935)

El señor PRIMO DE RIVERA:

Señores diputados, escuetamente: en la noche de anteayer a ayer han sido asesinados en Sevilla dos muchachos de la Falange. Se llamaban Eduardo Rivas y Jerónimo de la Rosa. ¿Señoritos fascistas? El uno, un modesto pintor; el otro, un humilde estudiante y empleado de ferrocarriles. ¿Se alistaron en la Falange por defender al capitalismo? ¡Qué tenían que ver ellos con el capitalismo! Si acaso padecerían alguno de sus defectos. Se alistaron en la Falange porque se dieron cuenta de que el mundo entero está en crisis espiritual, de que se ha roto la armonía entre el destino de los hombres y el destino de las colectividades. Ellos dos no eran anarquistas; no estaban conformes en que se sacrificase el destino de la colectividad al destino del individuo; no eran partidarios de ninguna forma de Estado absorbente y total; por eso no querían que desapareciese el destino individual en el destino colectivo. Creyeron que el modo de recobrar la armonía entre los individuos y las colectividades era este conjunto de lo sindical y lo nacional que se defiende, contra mentiras, contra deformaciones, contra sorderas, en el ideario de la Falange. Y se alistaron a la Falange, y salieron hace dos noches a pegar por Sevilla los anuncios de un periódico permitido. Y cuando estaban pegando los anuncios en la pared fueron cazados a mansalva; uno quedó muerto sobre la acera, y el otro murió en el hospital pocas horas después.

Ya comprenderéis que no vengo a formular una «enérgica protesta», como es uso parlamentario; vengo a formular una acusación. En las calles de Sevilla se están sustanciando a tiros las cuestiones entre los bandos políticos desde hace más de un año. La Falange tiene el orgullo de decir que ni una sola vez ha iniciado las agresiones. La Falange puede decir que ni una sola vez se le ha probado una agresión. Muere un día un obrero alistado a la Falange; la ciudad entera señala como inductor del asesinato al partido comunista; no se cierra un solo Centro comunista, no se impone una sola sanción a ningún comunista conocido, no ocurre nada. A veces, los Tribunales logran hacer justicia; otras veces no lo logran. Pero a los pocos días, cuando ya van dos o tres agresiones contra los de la Falange, reciben unos tiros unos cuantos comunistas en la puerta de su Centro. (El señor Bolívar: «Fueron asesinados». –Fuertes protestas.) Sin más averiguaciones, el gobernador de Sevilla encarcela, no a los que presume autores –presunción que ante los tribunales se ha destruido–, sino a quince de los dirigentes de la Falange, e impone a cada uno 5.000 pesetas de multa y acuerda la clausura de todos los Centros de la provincia. Era tan injusta la multa, que el señor ministro de la Gobernación, a la sazón don Manuel Portela Valladares, sólo por una conversación mantenida conmigo revocó la multa de todos y mandó ponerlos en libertad.

Pero, en cambio, vuelve ahora a caer muerto uno, y a las pocas horas otro, de los afiliados a la Falange. Parece que la imputación de represalia es bien clara; sin embargo, no se cierran los Centros comunistas, no se detiene a un solo comunista, no se impone una multa a ningún comunista. Es decir, que este gobernador de Sevilla, incapaz de garantizar por sí mismo la seguridad de la vida de los ciudadanos, ni siquiera tiene la que sería un poco salvaje gallardía de dejarlos que sustancien sus cuestiones por igual, sino que se dedica a hacer que un bando tenga que estar inerme, a hacer que un bando no tenga siquiera sitios de reunión donde poder ponerse de acuerdo unos cuantos para pegar carteles por las calles, y, en cambio, tiene todas las benevolencias para el otro.

Esto, que sería en cualquier caso una dejación irritante de autoridad, que sería en cualquier caso una complicidad criminal con uno de los bandos, y cabalmente con el bando que ha iniciado las agresiones siempre, se agrava mucho más, señor ministro de la Gobernación y señores diputados todos –no sé, si acaso, con la excepción del señor Bolívar–, en las circunstancias presentes. En España se está agitando, cada vez más violento, un estado revolucionario terriblemente amenazador para los tradicionalistas y para vosotros, para los liberales burgueses, para los republicanos de izquierda.

Aquí tengo, señor ministro de la Gobernación, una publicación no clandestina. Es un libro que se llama Octubre, y que he podido comprar pagando su precio. Al respaldo pone la imprenta donde se imprime; a la vuelta de la primera página dice la editorial que lo produce, y por si faltase algo, no más que frente a la declaración previa, se afirma que es un libro de acuerdos y de actitudes de la Juventud socialista, y que con tono oficial lo publica su presidente, nuestro compañero de Parlamento don Carlos Hernández Zancajo. En este libro, que no es una publicación clandestina, en la página 160 se estampan las conclusiones de la Federación de Juventudes socialistas. Quisiera que el señor presidente me permitiese leer tres o cuatro renglones, no más de una docena de renglones, en todo caso.

Las conclusiones de las Juventudes socialistas son éstas: «Por la bolchevización del partido socialista. Expulsión del reformismo. Eliminación del centrismo de los puestos de dirección. Abandono de la II Internacional. Por la transformación de la estructura del partido –escuchad esto– en un sentido centralista y con un aparato ilegal». Esto no se dice en una publicación clandestina; se formula el propósito de crear un aparato ilegal por una asociación reconocida en un libro que todos podéis comprar por tres pesetas. «Por la unificación política del proletariado español en el partido socialista. Por la propaganda antimilitarista. Por la unificación del movimiento sindical. Por la derrota de la burguesía –en la que entráis vosotros– y el triunfo de la revolución bajo la forma de la dictadura proletaria».. A ver si vosotros, los republicanos de izquierda, estáis dispuestos a preferir esta o la otra dictadura. (Un señor diputado: «Ninguna».) Pues por eso os lo digo. «Por la reconstrucción del movimiento obrero nacional sobre la base de la revolución rusa.» Y luego este párrafo: «Las Juventudes socialistas consideran como jefe e iniciador de este resurgimiento revolucionario al camarada Largo Caballero, hoy víctima de la reacción, que ve en él su enemigo, más firme».

Este es el tono del movimiento revolucionario que se prepara; esto es lo que se agita cada vez más áspero, cada vez más hostil, cada vez más seco, bajo estas coaliciones, más o menos probables, de los socialistas como los republicanos de izquierda, esto: una dictadura de tipo asiático, ruso, sin el menor resto de aquella emoción sentimental que alentó en sus principios a los movimientos obreros. Esto es lo que se está preparando en España; esto es lo que está rugiendo bajo la indiferencia de España (Muy bien), y en muchas provincias de España donde no hay censura, y en otras donde la hay, se publican periódicos comunistas y casi todos los domingos se celebran mítines de propaganda comunista, donde hay puños en alto.

Ante todo esto, todos vosotros estáis distraídos, y, perdóneme el señor n–finistro de la Gobernación, la censura cree que cumple con su deber, o el Gobierno delega su deber en la censura, haciéndole que tache noticias como esta del asesinato de mis dos magníficos camaradas de Sevilla, que sería muestra para impresionamos a todos, para avisaros a todos de lo que a todos se os va a venir encima. Por eso no reclamo para estos dos camaradas caídos el simple respeto que reclamaría ante cualquier ciudadano, por próximo que me fuera, si hubiera sido asesinado en la calle; reclamo vuestra gratitud y vuestra admiración, porque en medio de la distracción criminal de casi todos, están hombres humildes en la primera línea de fuego cayendo uno tras otro, muriendo uno tras otro, para defender a esta España que acaso no merece su sacrificio. (Aplausos.)

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