La marea «woke» se filtra por todos los poros de la sociedad, como la estupidez. Ya no es necesario que haya poderes públicos empujando la rueda día tras día. La gotera ya es un río, y el caudal va bajando por las grietas más sensibles de todas las instituciones, sin supervisión, y a menudo en formato de autocensura. En eso consiste la victoria cultural.
La prensa americana informa estos días sobre la redefinición de «hombre» y «mujer» en el diccionario. Con las nuevas y difusas definiciones del diccionario de Cambridge, la primera víctima es la verdad. «No es algo exclusivo del transexualismo, por supuesto», escribe Mark Goldblatt en New York Post, «pero la tensión entre la verdad y los sentimientos es más pronunciada allí que en otros lugares. ¿Estamos preparados colectivamente para decir cosas verdaderas sobre el transgenerismo, incluso si eso significa herir los sentimientos de las personas? Sin duda, puedes valorar los sentimientos de las personas. También puedes valorar la verdad. La mayoría de nosotros valoramos ambos. Pero inevitablemente, los dos chocarán. Ese es el momento en el que tendrás que declarar tu lealtad principal». Y ya sabes que han elegido los del diccionario, que hoy tendrá el mismo valor informativo que una película de Almodóvar.
En este contexto de redefinición global del presente y del pasado (…), los diccionarios son sin duda un campo de batalla fundamental
Más a fondo analiza David Harsani el mismo tema en The Federalist. La nueva definición de mujer en el diccionario de Cambridge es «un adulto que vive y se identifica como mujer aunque se haya dicho que tenía un sexo diferente al nacer». Es decir, la nueva definición de hombre y mujer en el diccionario es una indefinición.
«Una cosa es ser considerado y otra ser intimidado hacia una realidad alternativa», señala, «la corrupción de la realidad ha llevado al surgimiento de un culto pseudocientífico que mutila irreparablemente a los niños». «En su esfuerzo bien intencionado por adoptar la inclusión y evitar ser catalogados como fanáticos, han permitido que los extremistas, entre muchas otras cosas, eludan el debate al corroer las verdades fundamentales sobre el mundo. Y eso es lo que estos diccionarios, que alguna vez fueron un lugar al que acudíamos colectivamente en busca de definiciones y etimologías, han ayudado vergonzosamente a hacer».
Hay mil formas de plantar cara a la marea «woke», y una de ellas pasa por el arrojo de empresarios singulares, como Elon Musk
En este contexto de redefinición global del presente y del pasado para moldear la opinión pública, los diccionarios, viejo reducto academicista ajeno a influencias y, por tanto, con gran poder prescriptor, son sin duda un campo de batalla fundamental. Pero en el día a día, también lo son las redes sociales. El asunto de Twitter sigue en llamas.
Hay mil formas de plantar cara a la marea woke y a los nuevos censores progresistas, y una de ellas pasa por el arrojo de empresarios singulares, como Elon Musk, que está volviendo loco a la izquierda, como señala R. Emmet Tyrrel, Jr. en The American Spectator. Advierte el veterano comentarista que los progresistas siempre han estado confusos entre el amor y el odio hacia el creador de Tesla. Por un lado, mal, porque es rico. Por otro lado, bien, porque sus coches son eléctricos. Y ahora de nuevo, fatal, por hacerse con Twitter. «Bueno, sí, Tesla es un vehículo a batería, por lo que Elon no puede ser del todo malo», escribe, antes de enseñar la otra cara de la moneda: «La promesa de Musk de mantener Twitter ‘políticamente neutral’ no ha engañado a nadie en el campo de la izquierda».
«Los antiguos liberales, ahora progresistas o, más correctamente, ahora izquierdistas, son todos fanáticos», añade el fundador y editor jefe de The American Spectator, «confiaría en un centrista como Elon Musk cualquier día antes que en un izquierdista. El volcado de documentos de Twitter de la semana pasada, acumulados antes de que Musk se hiciera cargo de la empresa, lo demuestra». «Supongo que Musk está tan familiarizado con la intolerancia liberal como yo», concluye, «ve Twitter como la oportunidad de negocio que es. Un foro verdaderamente abierto atraerá a conservadores, moderados, independientes y esa rara criatura que alguna vez se llamó liberal».
Supongo que, después de todo, es una pequeña victoria que aún queden lugares donde contar la verdad, sea agradable o no, para que quien quiera salir de las certezas líquidas posmodernas tenga la oportunidad de hacerlo.