«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Joe Biden deja la nación en llamas

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Europa Press

Los últimos días de Biden en la Casa Blanca están siendo de una deslealtad absoluta hacia los ciudadanos, que decidieron en las urnas frenar la lamentable gestión demócrata. La prudencia invitaría a estarse quieto pero está haciendo exactamente lo contrario. Dentro de su desgastada salud mental, los últimos trastornos parecen ser delirios de grandeza. «Biden, centrado en sí mismo y convencido de que podría haber ganado si se hubiera mantenido en la carrera», escribe Judson Berger en National Review, «ha optado por estampar el apellido de la familia en acciones de último momento, de la misma manera que su predecesor, ahora sucesor, estampa sus cinco letras en la fachada de los rascacielos». 

«La decisión de la semana pasada de prohibir nuevas perforaciones en alta mar en más de 625 millones de acres de aguas federales es», añade, «Biden reclama la autoridad para contrarrestar las perforaciones de una ley de 1953 que podría restringir la capacidad de los futuros presidentes —en este caso, Trump— de revocar la acción». «Por otra parte, la administración Biden acaba de exportar once prisioneros de la bahía de Guantánamo a Omán», relata el autor, «completando así un traslado que se venía preparando desde hacía años. Con solo 15 detenidos restantes en el campo, la población se encuentra en un nivel históricamente bajo, lo que da continuidad a una reducción emprendida por la administración de Barack Obama».

Digamos que Biden está haciendo lo que no le corresponde, y dejando de hacer lo que corresponde. Me refiero, por supuesto, a los incendios de California. Trump fue bastante claro en Truth Social: «Exigiré que este gobernador incompetente permita que el agua hermosa, limpia y fresca fluya a California. Él es el responsable de esta situación». Se adelantaba así a la esperada manipulación de la catástrofe a manos de la izquierda ambientalista, que no tardó en llegar. «Mientras la ciudad sigue ardiendo, ya se ha encontrado al culpable: fuimos nosotros, la humanidad arrogante», ironiza Brendan O’Neill en Spiked, tras recordar cómo todos los grandes medios demócratas están culpando del incendio al capitalismo y al calentamiento global. Parece que le han copiado el manual de gestión de inundaciones a Sánchez, porque lo bueno de la tesis climática es que vale para una inundación o para lo contrario. 

«Donde antes era nuestra avaricia la que invitaba al juicio ardiente, ahora son nuestras emisiones”, escribe, “cada fenómeno meteorológico inquietante, cada inundación, tormenta e incendio, se atribuye ahora a nuestras sucias emisiones, a nuestras payasadas arrogantes. Hay un aire neorreligioso en el debate contemporáneo sobre el clima», «puede llamarlo ‘ciencia’ si lo desea, pero para mí huele a moralismo primitivo, a condenación piadosa del hombre» y, justo a continuación, da en el centro de la diana: «Una consecuencia de esta consideración del clima como un poder casi consciente, esta transformación de los caprichos de la naturaleza en retribución de la naturaleza, es que deja a nuestros gobernantes fuera de peligro».

¿Y por qué deberían quedar a salvo de críticas si se trata de una catástrofe ambiental? Se supone que no debería haber culpables, salvo los autores directos si es que fueron intencionados. Te lo explica Chris Bay en The Federalist: «California tiene un gobierno enormemente caro e intrusivo que ni siquiera puede proporcionar bomberos o agua cuando tu vecindario se incendia», señala antes de denunciar la irritante falta de efectivos para afrontar la catástrofe, y el estado inservible o sin agua de muchas de las bocas de incendio: «Vi cómo ardían casas en las noticias, con periodistas presentes, pero sin bomberos».

Y más: «La alcaldesa de Los Ángeles, que había recortado los fondos del departamento de bomberos para financiar programas de justicia social, se encontraba en un viaje de divulgación financiado por la ciudad en Ghana mientras su ciudad ardía. Qué importante». «La capacidad de los izquierdistas para pasar por alto el problema parece ser infinita», concluye en un artículo que titula «Los anarcotiranos de California obsesionados con la DEI arrojaron dinero a todo, menos al agua y a los bomberos».

Una vez más las políticas extremas de la izquierda, a años luz de la realidad, cuestan vidas. El ambientalismo extremo y la obsesión DEI californiana, faro progre del cosmos enloquecido, suponiendo que no sean la causa de la tragedia, sí lo son de sus inmensas dimensiones.

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