Biden y Xi Jinping se han reunido y los resultados, según el primero, son extraordinarios. Destaca el presidente zombie tres acuerdos, según The Federalist: «Reiniciar la cooperación para controlar el fentanilo, reanudar las negociaciones directas (de alto nivel) militar a militar, y establecer intercambios de expertos sobre riesgos y cuestiones de seguridad en inteligencia artificial». Helen Raleigh discrepa: «Ninguno de estos acuerdos representa ningún logro significativo, ya que el PCC es conocido por hacer promesas vacías».
«Las iniciativas verdes de Biden no han hecho más que profundizar la dependencia de la economía estadounidense de China», añade, «ya que el régimen comunista domina la cadena de suministro mundial de paneles solares, turbinas eólicas y baterías para vehículos eléctricos debido a su voluntad de explotar a los trabajadores esclavos». «Xi no cambiará su rumbo por los intercambios de algunos expertos sobre IA con los estadounidenses. Si se produce una discusión de este tipo, China la aprovechará para identificar a qué experto estadounidense en IA cazar furtivamente y qué última tecnología de IA debería robar China».
En resumen, «el mundo se ha vuelto más peligroso después de la cumbre Biden-Xi«. Es otra manera de verlo.
«China se opone a Estados Unidos en todos los frentes internacionales, desde Kosovo hasta Ucrania y desde Birmania hasta Palestina», escribe Kok Bayraq en The American Spectator sobre la cumbre con Biden, «Xi Jinping se convierte en socio de su empresa, roba su tecnología, trae el Instituto Confucio y TikTok a su casa y les lava el cerebro a sus hijos». El presidente americano trata de compensar su camaradería con Xi Jinping llamándole repetidas veces «dictador», pero Bayraq cree que tiene truco: «Ningún asesino en el mundo se atribuye este nombre, no porque se avergüence de ello sino porque tiene miedo de ser castigado. Por eso Xi está orgulloso de que lo llamen dictador. Siente que su poder y su superioridad han sido aceptados y que su culpa ha sido aliviada».
«Al llamar frecuentemente dictador a Xi Jinping», deduce el articulista, «Biden parece duro con China ante el público estadounidense y al mismo tiempo halaga a su líder. Que Biden llame dictador a Xi es un disfraz y un engaño. Xi Jinping no es sólo un dictador, sino también un asesino sanguinario que supone un desastre para la humanidad».
«Biden ha paralizado la fuerza y la credibilidad estadounidense en todo el mundo», escribe por su parte Shawn Fleetwood en un lugar análisis en The Federalist, «los enemigos de Estados Unidos, como China y Rusia, ya no temen al gran garrote que alguna vez fue Estados Unidos. En cambio, se han vuelto cada vez más agresivos y se han envalentonado para actuar en función de objetivos geopolíticos largamente perseguidos». «La agenda de política exterior de Obama y Biden ha marcado el comienzo de un nuevo orden mundial desprovisto de la fuerza y el liderazgo estadounidense», concluye.
Los editores de National Review señalan también a los republicanos en un posible nuevo error en las relaciones con China. «El liderazgo del Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes está preparado para evitar una ofensiva contra una tendencia muy preocupante: el uso por parte de Beijing de los flujos de capital estadounidenses (y la experiencia que conlleva la inversión privada) para desarrollar tecnologías con las que espera matar algún día a los estadounidenses». «El Partido Republicano de la Cámara de Representantes está a punto de cometer un gran error que redundará en beneficio del Partido Comunista Chino», denuncian.
En medio de todo este tenso contexto, la muerte de Henry Kissinger ha propiciado numerosos análisis en la prensa conservadora. Desde James H. Mcgee en The American Spectator, que ve en él a un líder del «conservadurismo inherente», hasta un nuevo editorial de National Review, que valoran su experiencia y aciertos, sin que eso les impida afear algunas malas ideas: «Uno de sus últimos consejos fue uno de los menos sabios: fue un defensor durante toda su vida del compromiso con la China comunista. Se benefició como consultor, pero el motivo más importante fue el orgullo: no podía soportar que su apertura histórica se convirtiera en un callejón sin salida. Esa fue una tragedia que no pudo afrontar».