«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Cuando la salvación es el sentido común

Vania Raposo. Pixabay
Vania Raposo. Pixabay

El adiós del doctor Fauci, que ejecutará su retiro en diciembre, ha traído de nuevo al primer plano las irregularidades y arbitrariedades que provocó la pandemia, la histeria consiguiente, y la copia de medidas sanitarias de un Gobierno a otro, a menudo sin más argumento que el “otro lo están haciendo ya”. Fauci tiene bastante culpa de todo lo ocurrido en Europa, porque en el contexto de la crisis, como es razonable, gran parte de Occidente se miró en el espejo de los Estados Unidos, tratando de ver lo que la nación más influyente del mundo llevaba a cabo. En su despedida, muchos analistas han optado por hacer balance de su polémica gestión. Quien mejor lo sintetiza es Ron Hart en The Daily Caller: “Fauci tiene lo que todos los demócratas de Washington de toda la vida quieren: histeria mundial sobre algo desconocido y un cheque en blanco del Gobierno de EE. UU. para gestionarlo”. Deja al fin “un legado de destrucción, negocios en quiebra, niños sin educación, sindicatos de maestros empoderados, arrogancia e incompetencia”.

Con todo, el peor legado del doctor no son los encierros, sino las trabas que puso para descubrir el verdadero origen de la pandemia. “Fauci me perdió”, admite Hart, “cuando dijo que el laboratorio de Wuhan no estaba involucrado y que el virus provenía de un murciélago en un mercado ‘húmedo’ cercano. Fauci promovió esa historia mientras minimizaba su participación en la financiación del laboratorio de Wuhan”. Leyendo al articulista, resulta inevitable pensar que Fauci representa de algún modo a todo el Gobierno de España: “Para reducir los precios de la gasolina, es probable que Fauci nos pidiera que no conduzcamos durante dos semanas para aplanar la curva del petróleo”. 

Preocupa y mucho la crisis energética también en Estados Unidos. El experto en energía y medio ambiente de The Daily Caller, Jack Mcevoy, explica que “al menos 20 millones de hogares estadounidenses, o uno de cada seis hogares, están atrasados ​​en sus facturas de electricidad” debido al alza de los precios, es decir miles de millones de dólares pendientes, que constituyen “cifras récord de pagos atrasados ​​de servicios públicos entre los hogares de bajos ingresos”. Ante tal escenario, al igual que en España, el Gobierno sigue “bloqueando el desarrollo de la energía verde y combustibles fósiles que podrían hacer bajar los precios”.

Mary Harrington en New York Post, al hacer balance de cómo está evolucionando en Estados Unidos y Europa la locura transgénero, denuncia además que, más allá del debate ético, lo que hay detrás es “un gran negocio”

En medio de la crisis global, emerge con firmeza el provocador análisis de Michael Warren Davis en The American Conservative: “Estados Unidos vive de su tarjeta de crédito. Eso es literalmente cierto, dada nuestra enorme deuda nacional. Pero tampoco tenemos trabajos reales, que generen riqueza real, como comida, ropa y vivienda”. Advierte el autor estamos ante “la crisis económica más urgente en Estados Unidos hoy. Puede que no lo parezca, porque la cadena de suministro no se ha derrumbado y los mercados no se han derrumbado. Pero si lo hacen, Estados Unidos se convertirá de la noche a la mañana en un país del tercer mundo”. “El principal obstáculo” para el plan de salvación que propone Warren Davis es su carácter quimérico: “Convencer al 25 por ciento del país para que adopte el trabajo de la tierra”. Hacerlo, prosigue, “es nuestra única oportunidad de superar otra depresión. De modo que probablemente no lo haremos. Cuando Estados Unidos se desmorone, será solo por pereza y falta de previsión. La república morirá en una montaña de iPhones”. 

Cuando incluso las élites están contentas con permitir que un grupo de charlatanes emprendedores corten en pedazos a menores sanos, los estadounidenses comunes y corrientes están mucho menos tranquilos dejando que los médicos locos se entrometan en sus hijos

No obstante, incluso el plan agrario anticrisis de Michael Warren –tan sencillo de entender como esto: fabrica tu propia comida- requiere caer en manos de personas maduras y con sentido común. Y es posible que sea lo más escaso en esta hora. “Los locos se han apoderado del manicomio”, escribe Mary Harrington en New York Post, al hacer balance de cómo está evolucionando en Estados Unidos y Europa la locura transgénero, denunciando además que, más allá del debate ético, lo que hay detrás es “un gran negocio”: “Las clínicas están surgiendo como hongos para aprovechar esta nueva oportunidad comercial: la primera clínica de género pediátrica estadounidense abrió en 2007 y ahora hay más de 50 en todo el país”. 

Culmina Harrington su análisis con dudas sobre cómo defenderse, asegurando que “está claro que incluso si las élites están contentas con permitir que un grupo de charlatanes emprendedores corten en pedazos a menores sanos, los estadounidenses comunes y corrientes están mucho menos tranquilos dejando que los médicos locos se entrometan en sus hijos”. Sitúa al fin la esperanza en la fuerza de las madres: “El Boston Children’s Hospital y Rachel Levine pueden vivir para arrepentirse de enfrentarse a las madres de Estados Unidos por el derecho del Gobierno y las grandes farmacéuticas a convertir a los niños pequeños en carne de Lego”.

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