«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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De lo que sí va a tocar hablar

Greta Thunberg. Shutterstock
Greta Thunberg. Shutterstock

El ambientalismo se está rompiendo y es una buena noticia. Ya sabemos que en los ámbitos de la izquierda no hay espacio para la crítica o el debate, por eso resulta interesante ver cómo las facciones políticas y parte del activismo verde están de nuevo a la gresca. Desde esta tribuna no he concedido la más mínima estima a Greta Thunberg, ni mucho menos a los padres que la han convertido en su modo de vida, y no la situaría como ejemplo de nada si no fuera porque, en esta ocasión, resulta un ejemplo elocuente del enfrentamiento que tarde o temprano tenía que darse, en medio de esta obsesión europea por destrozar bosques y paisajes para instalar enormes máquinas que paradójicamente los políticos consideran «verdes». 

Greta ha sido detenida en los últimos días en uno de esos agotadores circos en los que se manifiesta con intención de ser apresada por la Policía y subirlo a todas sus redes sociales. Sin embargo, en esta ocasión estaba del lado correcto de la protesta. La joven se manifestaba en apoyo a los indígenas Sami, relata Victoria Marshall en The American Conservative, «que utilizan la península de Fosen de Noruega como lugar de pastoreo para los renos, que utilizan para la carne, el cuero y las astas de los animales». Los sami están denunciando que su modo de vida tradicional está amenazado por la próxima instalación de 151 aerogeneradores en sus tierras

Por supuesto, esta historia no habría tenido lugar si en lugar de haber un componente étnico y una minoría, hubiera tres agricultores noruegos, eso ya lo sabemos. Pero lo cierto es que lo ocurrido sirve a Marshall para recordar que «las turbinas eólicas son un pilar crucial en el impulso de Noruega por la energía verde» y que «todo es parte del plan del país nórdico, bajo el acuerdo climático de París, para reducir las emisiones de carbono en un 55 por ciento para 2030. Así que no es de extrañar que el gobierno noruego no quiera ceder su parque eólico más grande a algunos pastores de renos». «Un estudio de 2013», prosigue, «demostró que las turbinas eólicas matan entre 140.000 y 328.000 aves cada año en los Estados Unidos, un número que seguramente es mayor después de otra década de activismo enloquecido por el clima. Eso sin mencionar los efectos negativos que las turbinas eólicas tienen sobre las personas. En las zonas rurales de Massachusetts, Vermont y Nueva York, donde se instalaron turbinas, los residentes informaron de síntomas como náuseas, insomnio, fatiga y aumento del estrés debido al constante zumbido de las palas».

Tal vez la fractura del bloque progresista-ambientalista en algo tan evidente pueda ser el comienzo de tantos otros debates proscritos, cuya prohibición empobrece a la opinión pública, y envilece aún más las malas ideas progresistas. Tenemos un buen ejemplo en el ámbito educativo. «La agenda de equidad en las escuelas ha sido un fracaso», sentencia Auguste Meyrat en The American Conservative, «aunque las metas de cerrar las brechas de rendimiento y llevar a cada estudiante a los estándares de nivel de grado son encomiables en sí mismas, los medios de moda para lograr estos fines y la aspiración a la equidad han devastado la calidad de la educación pública para todos los estudiantes. Al tratar de hacer que los estudiantes de las escuelas públicas de Estados Unidos sean igualmente excelentes, los educadores han perdido de vista lo que hace que los estudiantes sean excelentes en primer lugar». Sin duda, en España tenemos muchas horas de debate y análisis pendiente sobre cómo la izquierda ha destruido la educación por la quimera igualitaria, igualando a los alumnos a la baja, en la incompetencia.

En Estados Unidos, otro de esos melones que nadie se atreve a abrir, es el de la teoría crítica de la raza y su lluvia fina sobre los estudiantes de todos los cursos. Carrie Sheffield lo analiza en New York Post, a partir de un ejemplo: «En enero, los funcionarios escolares obligaron a los estudiantes de la escuela secundaria West Springfield de Virginia a ver un vídeo racista y deshumanizador sobre microagresiones. Unos dibujos animados que representaban a los blancos como mosquitos chupadores de sangre que deben ser destruidos por personas no blancas que empuñan lanzallamas». «Las escuelas de hoy introducen un nuevo tipo de racismo que reduce a los seres humanos a prisioneros de su raza, en lugar de individuos únicos», concluye. Al final, mires donde mires, ya sea en el ambientalismo, en el racismo, o en el feminismo, como señala Sheffield, los de la izquierda globalista «están empeñados en desmantelar el capitalismo, sin importar el bien que haya hecho, y en enseñar a los jóvenes estadounidenses a odiar su país». El resto, una vez más, es solo la excusa improvisada que sustenta el tenderete. Por eso no permiten debates ni a los suyos.

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