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Entre el debate y la tregua de Navidad

A. C. Michael / The illustrated London News
A. C. Michael / The illustrated London News

Hay estos días un debate interesante en la prensa conservadora americana: ¿es el conservadurismo una mala etiqueta para la derecha? La confluencia de las diferentes opiniones la recoge Donald Devine en The American Spectator. Quien lanzó el debate fue el profesor Hyrum Lewis en Wall Street Journal, argumentando que la política actual es una batalla entre los demócratas que promueven «el cambio hacia una mayor justicia, mientras que las políticas del Partido Republicano son conservadoras, lo que significa que intentan frenar o detener el cambio progresista». Lewis propone un mensaje más positivo, argumentando que se parece más a lo que después hacen los conservadores cuando llegan al poder, que no es solo frenar, sino construir.

Tal vez conservadurismo a secas no sea una etiqueta tan mala para la derecha americana

Sin embargo, Devine tiene algunas objeciones: «Republicanos y conservadores no son lo mismo. La primera es una institución política para ganar elecciones, lo que en gran medida es ciertamente ‘casualidad’, como dice Lewis. Pero el conservadurismo de Buckley fue tanto un movimiento político como moral que siempre ha tenido una narrativa de principios conectada, aunque hay que reconocer que es más filosófica que política».

Que volvamos a estos debates es buen síntoma porque, entre otras cosas, es la confirmación de que la locura pandémica ha quedado atrás

Tampoco parece sentirse cómodo Devine con el término fusionismo, impulsado por Frank S. Meyer para definir la unión entre liberalismo y tradición como conservadurismo fusionista. La conclusión a la que llega el autor al final del debate es que tal vez conservadurismo a secas no sea una etiqueta tan mala para la derecha americana: «Sean cuales sean sus limitaciones, nadie parece poder escapar de esta etiqueta», señala, «lo que busca conservar el conservadurismo es la civilización occidental, especialmente su característica cultural única de libertad, pero igualmente su tradicionalismo moral, y la tensión aún perdurable entre los dos».

Que volvamos a estos debates es buen síntoma porque, entre otras cosas, es la confirmación de que la locura pandémica ha quedado atrás. Precisamente de eso trata el editorial de National Review: «Hay muchas razones para creer que hemos pasado de una enfermedad pandémica a una meramente endémica, que nos acompañará en su forma actual por el resto de nuestra existencia». Sin embargo, lo que no ha desaparecido es el peligro de que los gobiernos sigan apropiándose de espacios de excepcionalidad para mantener el control de la sociedad, y también para manejar los tiempos del miedo: «El problema de Biden es que necesita que la pandemia sea una emergencia nacional continua para poder ejercer autoridades de emergencia que de otro modo serían universalmente reconocidas como poderes extralegales», denuncia la revista, «incluso después de que la Corte Suprema anulara sus esfuerzos por actuar como árbitro nacional de las vacunas y los arrendamientos de apartamentos, reclamó el poder de gastar cientos de miles de millones de dólares sin asignaciones del Congreso en la condonación de préstamos estudiantiles». «Pocas afirmaciones de autoridad presidencial habrían alarmado más a los Redactores de la Constitución», añaden, «que un ejecutivo afirmando la autoridad para gastar grandes sumas sin el consentimiento legislativo».

La emergencia nacional de Covid ha terminado. El Congreso debería decirlo

«Recomendaríamos un esfuerzo más amplio por parte del Congreso para revisar y restringir los poderes presidenciales de emergencia de duración indefinida», concluyen los editorialistas, «especialmente en asuntos internos, pero extendiéndolos también a estados de guerra prácticamente permanentes. Pero primero lo primero. La simple verdad es que la emergencia nacional de Covid ha terminado. El Congreso debería decirlo».

Sin embargo, el Congreso está lejos de alcanzar unanimidad como para pronunciarse en algo así. En medio de la división, a las puertas de la Navidad, Aubrey Gulick  en The Federalist nos recuerda que la historia de la tregua de 1914, por más que la hayamos escuchado muchas veces, sigue siendo una lección que debemos repasar, porque es una anécdota «tan increíble que es casi demasiado bueno para ser verdad; fue una serie de altos el fuego generalizados, voluntarios y no oficiales entre alemanes e ingleses que ocurrieron en los días cercanos a la Navidad».

«Nadie habría culpado a la guardia nocturna inglesa si hubiera disparado a los alemanes que se habían acercado a su parapeto la medianoche del día de Navidad», recuerda, «pero no lo hicieron. Eran lo suficientemente cristianos como para celebrar la venida de Cristo con su enemigo, incluso mientras seguían creyendo en la justicia de su propia causa». «Cuando oremos para que cesen las divisiones y para que el Rey de la Paz reine sobre la Tierra en esta Navidad», concluye, «propongamos algo tan radicalmente hermoso como la tregua navideña. Es un milagro que comienza con nosotros bajando nuestras armas el tiempo suficiente como para ver la humanidad del otro lado».

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