«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Hablar la lengua de la verdad

La Casa Blanca. Europa Press

El problema nos resulta extrañamente familiar por estas latitudes: la importancia del gasto público sigue siendo un animal mitológico para la mayoría de los ideólogos que conforman el bipartidismo americano. «Una de las creencias bipartidistas más dañinas en Washington en este momento es que la deuda es un problema de segundo orden», recuerdan los editores de National Review, «y que el gasto en derechos no necesita reforma. Tanto los demócratas como los republicanos han gastado de manera irresponsable en los últimos años». 

«El gasto masivo durante la pandemia de COVID no está en camino de ser compensado por presupuestos más reducidos ahora», añaden los editores, «las calificaciones de los bonos no son un evangelio y Fitch podría volver a cambiar su calificación a AAA en el futuro. Pero los formuladores de políticas deben tener cuidado con las consecuencias de continuar ignorando los apremiantes problemas fiscales del gobierno federal». «El mejor momento para recuperar la sobriedad fue ayer; el segundo mejor momento es ahora», concluye el editorial, en una sentencia que debería grabarse en oro en la silla presidencial, en la americana, y por supuesto en la española.

Pero es difícil que lo entiendan quienes parecen haber firmado un pacto eterno con la ineficacia. Los esfuerzos gubernamentales por driblar la pandemia fueron a ciegas, y lo siguen siendo, porque jamás se atajó el problema en el origen. Si en la UE los fondos de recuperación post-pandemia se están dedicando a hacer carriles bici —y todavía no se le ha caído la cara de vergüenza a nadie por eso—, en Estados Unidos, los de Biden, renunciaron a indagar y exigir responsabilidades a los que mintieron, desde el PPCH hasta los científicos vendidos. 

«Es posible que la comunidad científica nunca recupere la confianza pública que disfrutaba antes de la pandemia», explica The Federalist, «pero la revelación del escándalo también sirve como un recordatorio de que, aunque la mayoría de nosotros deseamos olvidarnos de la pandemia y seguir adelante, debemos seguir mirando hacia atrás y buscando la verdad para estar mejor preparados para la próxima emergencia sanitaria mundial». 

A fin de cuentas, Dios no lo quiera, si hubiera hoy otra pandemia, los gobiernos volverían a cometer los mismos errores. La única diferencia es que los ciudadanos ya no pondrían ni la mitad del entusiasmo obediente que la vez anterior. Y tampoco creeríamos a los científicos, que en diez años de calentólogos lunáticos y pro-bozales pandémicos han perdido toda la autoridad.

Ahora que apenas quedan voces autorizadas en las que podamos confiar, se hace más necesaria que nunca la excepción, en especial, aquella que sea capaz de llegar a los jóvenes con la verdad por delante, porque de lo contrario, lo sabemos, lo que sigue a la desafección es la desesperanza. Recuerda George Weigel en First Things cómo Juan Pablo II lograba conectar con los más jóvenes, y el recuerdo es más pertinente que nunca ahora que se está celebrando la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa. Hay mucho aún que podemos aprender de aquel papa polaco que tantos llevamos en el corazón. 

¿Cómo lo lograba? «Primero», escribe Weigel, «Juan Pablo II fue transparentemente honesto. Podía hablar como lo hizo en Westerplatte en 1987 porque aquellos a quienes les habló sabían que no les estaba pidiendo que tomaran ningún riesgo que él no había tomado; no les estaba pidiendo que llevaran ninguna carga que él no hubiera llevado; no les estaba pidiendo que mostraran un coraje que él no había mostrado. Esa transparencia lo convirtió en una figura convincente». Y segundo, y no menos importante: «Juan Pablo II no complació a los jóvenes. Para los adultos jóvenes en la cultura occidental contemporánea, todo es complacencia, todo el tiempo: en la educación, en el entretenimiento popular, en la publicidad, incluso en la religión. El mensaje implícito de esta complacencia es que es posible una vida sin sacrificio, disciplina o coraje. ¿Pero qué clase de vida es esa? Juan Pablo, que tuvo más contacto pastoral con adultos jóvenes que cualquier papa en la historia moderna, sabía que los jóvenes querían algo más que tranquilidad: comprendió por experiencia que en lo profundo del corazón joven hay un anhelo de significado, de nobleza, de grandeza. Entonces, en lugar de complacer, John Paul desafió». 

«Nunca os conforméis con menos que la grandeza espiritual y moral que la gracia de Dios hace posible en su vida», recuerda el autor las palabras de Juan Pablo II a los jóvenes, «Tú fallarás. Pero nunca te rindas. Levántate, límpiate el polvo, busca la reconciliación y la penitencia. Pero nunca, nunca bajes el listón de las expectativas. Cristo está contigo, y nunca te abandonará. No le abandones«. La ventaja de tratar a los adultos como adultos es que te entienden.  

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