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La desaparición de Kamala Harris es una señal

La vicepresidente de EEUU, Kamala Harris. Shutterstock

En un sorprendente ensayo en The American Conservative, Micah Meadowcroft clama por la vuelta a lo básico y, en particular, la vuelta al bisonte y a la «renovación de la naturaleza salvaje». «Turner simplemente tenía razón», escribe, «en que ganar un desierto moldeó la psique nacional de una manera poderosa». El argumento es discutible, pero sin duda inspirador para los conservadores que estén dispuestos a mantenerse siempre bajo el paraguas de un cierto espíritu autocrítico: «No es necesario que sea tierra productiva o tierra personal la que se devuelva a la pradera; es difícil ver cómo se podría argumentar que las adquisiciones masivas de propiedades por parte de multimillonarios, inversores institucionales y extranjeros podrían alguna vez servir a los estadounidenses normales mejor que la experiencia del ecosistema que inspiró y nutrió a sus antepasados».

Quien tal vez esté trazando ese mismo camino de regreso a los básicos es el Partido Demócrata, que prefiere dar visibilidad al zombie Biden que a su prometedora segunda. Cuenta David Keltz en The American Spectator que desde que Biden proclamó a Harris como su compañera en la carrera hacia la Casa Blanca hasta hoy, la figura de la vicepresidenta, que entonces la prensa progresista mundial agrandó con desmesura, se ha ido empequeñeciendo hasta haber desaparecido del mapa, tras encadenar en pocos meses una larga retahíla de meteduras de pata bastante más históricas que su propio nombramiento. Su paulatina caída en desgracia, más extraña aun teniendo en cuenta la incapacidad manifiesta del presidente, esconde una buena lección para quienes se desesperan soportando a ministros incompetentes que hoy parecen atesorar todo el poder del mundo: les llegará también la bajada a marchas forzadas.

«Nos dijeron que era una candidata a la vicepresidencia inspiradora y competente», escribe Keltz, «que lograría hazañas gloriosas y llevaría a nuestro país a la grandeza. Su futuro político supuestamente nunca se vio más brillante. Al menos eso es lo que proclamaron los medios corporativos de izquierda, aparentemente olvidando que Harris fue rechazada enfáticamente por su propio partido». «El hecho es que no importa cómo la Casa Blanca o los medios corporativos traten de darle la vuelta, Harris simplemente no es una buena política, razón por la cual el último promedio de RealClearPolitics tiene su índice de aprobación en un abismal 36 por ciento, con un 52 por ciento de desaprobación de su desempeño. Cuanta más gente ve a Harris, más se expone su incompetencia. Cuanta menos gente la ve, más irrelevante se vuelve», señala antes de concluir que «Harris ya es un pato cojo».

Y eso en el contexto de un gobierno en el que, del presidente para abajo, nadie puede presumir de nada. La última polémica sobre la que editorializa National Review es un buen ejemplo, y resulta además ilustrativa del modo en que la izquierda posmoderna maneja a la opinión pública como un rebaño donde la vara son las leyes más disparatadas. «El gobierno federal ya no sabe si es posible, después de más de 100 años de uso generalizado, manejar de forma segura una estufa a gas», comienza el editorial de la revista. Biden ha decidido volver a utilizar la fórmula esquiva de los expertos —abstractos y volubles—: «la ‘ciencia’ de repente dice que las estufas de gas son los nuevos cigarrillos». «Los progresistas han decidido aumentar el alarmismo sobre su estufa con dos tácticas confiables», añaden, «Primero, convertirlo en un problema por el bien de los niños, con un estudio de cuatro páginas sobre el asma infantil publicado por activistas y el secretario de energía. En segundo lugar, decir que las estufas de gas son racistas, sin importar cuán tenue sea realmente la conexión entre el tema y la raza».

Al concluir su análisis, los editorialistas de National Review, ácidamente inspirados esta semana, lanzan una pulla a los progresistas: «Los demócratas han dicho durante mucho tiempo que no quieren al gobierno en el dormitorio, pero nunca dijeron nada sobre la cocina, y su apetito por la extralimitación regulatoria es insaciable».

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