«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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La sordera intelectual de la izquierda

Foto: Tupungato_Shutterstock
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Tiempo de sacar a pasear los principios. Varios de los más célebres creadores de opinión de la derecha americana han firmado una declaración sobre el conservadurismo nacional que recoge esta semana The American Conservative. Will Chamberlain, Rod Dreher, John O’Sullivan y RR Reno entre otros, en nombre de la Fundación Edmund Burke –aunque desean abrirlo a otras instituciones y naciones-, denuncian con preocupación que «las creencias, instituciones y libertades tradicionales que sustentan la vida de los países que amamos han sido socavadas y derrocadas progresivamente». 

La carta insiste en la importancia de la idea de nación, de «un mundo de naciones independientes», cada una «persiguiendo sus propios intereses nacionales y defendiendo las tradiciones nacionales que son propias». Asumiendo esa herencia, proponen en diez puntos una «restauración«, y no parece que la elección de la palabra sea casual. Atienden así aspectos como la independencia nacional, rechazo al imperialismo y globalismo, Dios y tradición religiosa, Estado de derecho, libre empresa, familia e hijos, y políticas de inmigración controlada. Es un placer, un soplo de aire fresco, encontrar una carta abierta fundacional en 2022 sin tropezar con palabras como «resiliencia», «cambio climático», «sostenibilidad» o «políticas de género».

Nunca he simpatizado con el concepto de posverdad (…) en parte porque a menudo lo empleamos como sucedáneo para dulcificar la mentira

En los últimos meses, la crisis energética, en buena parte agravada por políticas verdes irresponsables, está golpeando a la agricultura americana casi con la misma intensidad que está arruinando a la española. Kevin Stocklin explica en The American Conservative cómo las políticas de Biden están empobreciendo el campo y contribuyendo a incrementar los precios de los alimentos. «Los agricultores son maestros en la adaptación y el manejo del clima y las fluctuaciones de precios», escribe, «pero la inflación extrema del precio del combustible diésel y los fertilizantes está cobrando un alto precio» que «seguirá elevando los precios en las tiendas de comestibles” y “podría tener repercusiones duraderas en los años venideros». 

«A pesar del sueño de un futuro sin emisiones de carbono«, concluye Stocklin, «los combustibles fósiles en la actualidad siguen siendo un componente importante y esencial de la producción de alimentos. Los agricultores usan grandes cantidades de combustible diésel y fertilizantes, y las políticas que crean escasez de estos componentes socavan la capacidad de Estados Unidos para alimentarse».

Lo cierto es que la inflación no será transitoria. Por más que el Gobierno americano, al igual que el español, ha tratado de culpar a Putin, un editorial de National Review descarta esa causalidad y no se muestra optimista sobre una posible relajación de la subida de precios. «Gran parte de nuestra inflación actual es doméstica, por parte de la Reserva Federal y, en menor medida, por una política fiscal imprudente, y ahora muestra signos preocupantes de afianzarse», señalan los editorialistas.

Nunca he simpatizado con el concepto de posverdad, que cuenta con tantos adictos. En parte porque a menudo lo empleamos como sucedáneo para dulcificar la mentira. No obstante, muchos lectores se sentirán cómodos acudiendo al término para calificar el experimento que ha realizado The Daily Wire y cuyos resultados expone y comenta Sophia Martinson en The Federalist. El periodista Matt Walsh ha recorrido Estados Unidos y parte del extranjero filmando un documental en el que traslada a ciudadanos y transeúntes aleatorios, y a expertos y profesionales de diferentes ámbitos, una pregunta que hasta hace poco era relativamente sencilla de responder: “¿qué es una mujer?”. 

Una máxima sin fronteras de nuestro tiempo es que cada vez es más difícil dialogar con la izquierda, aquejada de una sordera intelectual sin precedentes

Es cierto que Walsh no ofrece respuestas en su película y quizá ese sea parte de su éxito. No hay tanto una intención de enmendar como de retratar las enloquecidas políticas identitarias. Una entrevista en particular refleja el clima imperante: «Cuando Walsh le dice a un profesor que está haciendo la pregunta porque quiere encontrar la verdad, el profesor se eriza y le pide que deje de usar términos transfóbicos y groseros». «Impulsado por los sentimientos, el relativismo moral es todo amabilidad y tolerancia hasta que alguien lo confronta con un llamamiento a la verdad, y entonces solo puede arremeter como un niño», afirma, recordando algo que sin duda nos resulta familiar.

Hay debates ajenos en los que los europeos nos movemos con especial torpeza. Ver a los nuestros opinando y tratando de entender la política de armas en Estados Unidos es casi tan surrealista como ver a los americanos tratando de opinar y comprender la tauromaquia española. No obstante, en este momento en que se está fraguando un posible acuerdo bipartidista para establecer nuevas regulaciones sobre la tenencia de armas, resulta interesante, por desapasionado y sincero, el análisis de David Harsanyi en The Federalist

El autor insiste en que para valorar el acuerdo será necesario ver los detalles de la ley. Sin embargo, señala dos puntos que nos resultarán conocidos, si pensamos en las últimas leyes polémicas e ideológicas aprobadas por el Gobierno de España: en primer lugar, que más allá de la propaganda, muchas de los supuestos que la nueva ley quiere regular ya están regulados en la normativa actual. Y, en segundo lugar, que mientras los republicanos han tratado de enfocar la ley como un modo de disuadir tiroteos masivos, los demócratas están trabajando en una carrera lenta hacia la prohibición, y no parece importarles otra cosa que no sea avanzar hacia allí, sea cual sea la excusa. Una máxima sin fronteras de nuestro tiempo es que cada vez es más difícil dialogar con la izquierda, aquejada de una sordera intelectual sin precedentes. De hecho, los editorialistas de National Review lanzan la misma advertencia a los republicanos en el asunto del acuerdo: «Los demócratas no dejarán de pedir más restricciones draconianas a las armas«.

Siempre divertido y elocuente, R. Emmett Tyrrell, Jr., fundador de The American Spectator, comenta en su último artículo las dificultades que está atravesando en la parte final de la escritura de sus memorias. En particular, lo mucho que le está costando decidir a qué presidente americano calificar como el más inútil de la Historia. El título se lo había otorgado a Warren Gamaliel Harding hasta que llegó Jimmy Carter, que hizo de la estupidez una forma elaborada de hacer mala política. Después llegó Obama y se afanó por ostentar el título de la idiotez en solitario. «Es casi como si los demócratas modernos compitieran entre sí para ver quién puede ser el peor», concluye, antes de advertir que 2024 podría traer un nuevo candidato aún más tonto, señalando de pasada a Beto O’Rourke, sin olvidar un posible aterrizaje accidental de Kamala Harris en caso de que Biden, cada día más ausente, asuma que no está en condiciones de dirigir el país.

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