«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

No tengáis miedo (otra vez)

Estatua de san Juan Pablo II. Pixabay

Lo que ha estropeado a la derecha, la que lleva viajando al centro de la nada desde que tengo uso de razón, no es la mala gestión, ni su nefasta comunicación, ni los cambios sociales. Lo que ha estropeado a la derecha española es el miedo. No es que no creyeran en sus ideas o no supieran comunicarlas, es que dejaron de creer en todo, e incluso de comunicar, por puro miedo; miedo a las encuestas, miedo a las portadas de los periódicos, miedo a la violencia, miedo entre ellos mismos, miedo a las huelgas y manifestaciones, miedo al qué dirán en Europa, miedo a la etiqueta, el chascarrillo guerrista y el meme groserito de la multinacional tuitera del odio. Siempre el miedo. 

Por eso resulta tan importante recordar que ni el miedo ni la prudencia tienen nada que ver con el conservadurismo. Eso es humo. Nos interesa lo eterno, lo que sobrevive, lo que permanece, lo verdadero. Los conservadores buscamos el bien y la verdad, y ambas cosas no prescriben. 

Kevin Roberts, presidente de Heritage Foundation, pronunció un discurso el pasado 29 de abril sobre la guerra cultural en la 16th Annual Veritas Lecture, unas palabras que ahora publica The American Conservative. Recordando a Kirk, defendió que los «problemas políticos, en el fondo, son problemas religiosos y morales», y añadió: «En consecuencia, para resolver nuestros problemas políticos, también debemos abordar la religión y la moral. Y hacer eso requiere formar hombres y mujeres que puedan ser líderes en todos los ámbitos de la plaza pública durante este gran esfuerzo por recuperar nuestra nación». Hizo entonces una bella arenga, perfectamente asumible en Europa: «En este punto, realmente no hay término medio, ya que la izquierda neomarxista en Estados Unidos no solo quiere mantener el poder, sino destruir toda apariencia de tradición. Son bárbaros culturales, que queman hasta los cimientos —principalmente en sentido figurado, pero cada vez más literalmente— nuestras estatuas, nuestros íconos y las piedras de toque de nuestra herencia cultural».

A lo mejor me he excedido con el whisky pero, en el cierre de la brillante exposición de Roberts he creído ver un dardo al centro de la diana de cierta derecha propensa a vociferar mucho desde la oposición y después claudicar en todo desde el Gobierno: «La izquierda nos quiere a la defensiva, desesperados y hasta abatidos. Ese camino es el camino de la derrota, plagado de baches culturales de llamar a los hombres ‘mujeres’ y a las mujeres ‘hombres’, de colocar la búsqueda de posesiones mundanas por encima de la posesión de la verdad, de decirle a nuestra generación más joven que el Sueño Americano para ellos, de alguna manera, ha muerto. Es imperativo que no tomemos ese camino y, en cambio, construyamos nuestro propio camino, encendidos con las velas y antorchas de nuestro patrimonio cultural compartido, y pavimentados con los cimientos de la verdad que solo la educación clásica excelente puede proporcionar». Por supuesto, termina citando a Juan Pablo II: «no tengáis miedo». 

Mientras algunos esconden su cabeza en su concha de tortuga, muchos sufren las consecuencias de ser coherentes, son perseguidos, en ocasiones con violencia. No en algún lugar recóndito de África, no en China, sino en nuestras modernas democracias occidentales. Un botón: «los crímenes de odio contra los católicos casi se han triplicado en Canadá»; crecieron un «260% en 2021 en comparación con el año anterior», es decir, «casi 10 veces más rápido que todos los otros delitos de odio denunciados combinados», lo cuenta Kiyan Kassam en The Federalist. Esto es culpa del agresor, sí. Y del que calla y otorga… por temor. 

En la cara contraria al miedo está pensar por libre, no autocensurarse, ser consecuentes con nuestras opiniones —sin dejar de ser humanos, la perfección se la cedemos gustosamente a la izquierda climática y lunática—, y actuar. Sin miedo y de manera extrañamente espontánea se lanzó en abril el boicot a Bud Light, la cervecera que quiso hacerse viral enviando una lata personalizada a un travesti, felicitándolo por sus «365 días como mujer». En la cabeza del jefe de marketing sonaba estupendo. Ocurre que, debería saberlo un cervecero, cuando la lata está demasiado agitada ya, abrirla puede ser un desastre. 

«Mucha gente se dio cuenta del desprecio de Bud por sus clientes, razón por la cual el boicot ha tenido tanto éxito», explica Juan Hirschauer en The American Conservative, «comenzó hace poco más de un mes, pero las ventas de Bud Light este año ya han bajado un 8%. Las ventas minoristas semanales de la compañía disminuyeron más del 20% a fines de abril». Según la revista temática Beer Business Daily nunca se había visto una caída tan dramática de una cerveza en un periodo tan corto. Lo leo y me siento Hannibal Smith sonriendo con toda la piñata al aire, prendiendo un puro y recitando el «me encanta que los planes salgan bien». 

Los miedosos habrían dicho que plantarle cara a una marca de cerveza es una locura suicida. Bien: ¿quién ha sido más suicida ahora?

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